ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A HORACIO FONTOVA, QUE
ESTA NOCHE PRESENTA SU NUEVO DISCO EN EL ND/ATENEO

“Ultimamente estoy negativo con el género humano”

El músico y actor dice que, porque ve un panorama internacional oscuro, le puso por título a su disco Fontova 2004, Negro.

 Por Karina Micheletto

“Bienvenida al bunker”, abre la puerta Horacio Fontova, sonrisa larga, bigote sin regreso. Desde afuera nadie diría que aquí adentro hay una casa. Afuera llueve. Adentro suena el disco de piano solo que hace unos años grabó Adolfo Abalos, y que vuelve el ambiente aún más tibio. De fondo está la tele clavada desde hace rato en la CNN. La reelección de Bush pone de mal humor a Fontova, pero igual quiere tener ahí en la tele al “príncipe de las tinieblas”. “Me gusta ver de frente al enemigo”, explica. En Fontova 2004, Negro, el disco que acaba de editar y que le llevó más de dos años de trabajo, hay un tema dedicado al personaje en cuestión, Jorge W. (ver aparte). Escuchado después de las elecciones norteamericanas, el tema gana una vigencia más cruel.
Hoy a las 20.30, Horacio Fontova presentará su disco en el teatro ND/Ateneo (Corrientes 1659) acompañado por los variados invitados que participan en él: Lito Vitale, Liliana Herrero, León Gieco, Gerardo Gardelín, Peteco Carabajal, Liliana Vitale, Esteban Morgado, Hugo Newman, Martín Bianchedi, Daniel Melingo y Richard Nant. El ex Redondo Skay Beilinson es el único de los que grabaron en Negro que no podrá estar esta noche. Fontova celebra la posibilidad de cobrar dos pesos la entrada, en un show que está dentro del ciclo Discos vivos del Gobierno de la Ciudad. “Me encantaría que hubieran muchos más recitales a dos pesos. Y en teatros grandes también, un Opera a cuatro o cinco pesitos, ¿por qué no?”, pregunta, conociendo la respuesta.
Para saber de qué va el nuevo disco de Fontova, se recomienda remitirse al villancico Nochebuena en Kabul, una versión libre sobre la Noche de paz de Franz Guber: “Noche de paz, noche de amor, todo estalla alrededor, los misiles están por llegar, esta máscara me va a asfixiar, se oye a la gente llorar, gritar, todo está por terminar”. O a la historia de la añosa y obesa bailarina árabe en franca decadencia (Vivo moviendo el vientre). O la crónica del caso Barreda en ritmo de milonga. O el blues de ontológica afirmación respecto de la condición humana, Animal tierno y fácil. También están algunos de los hits históricos remozados. Los que Fontova todavía puede cantar, Me tenés podrido o Sacá la mano de la lata, porque ya no puede decir a pesar de todo me siento bien, aclara. El fanatismo por la novela que albergó perversiones como la de la casa de al lado lo hizo componer junto a Esteban Morgado una versión tangueada de Resistiré, que le mostró a su amigo Daniel Fanego y terminó incluida en el último capítulo de la novela. En líneas generales, el disco muestra un cambio paulatino desde la cosa más salsera de años atrás y un regreso al folklore, con versiones de autores como Buenaventura Luna (Zamba de la toldería), Falú-Dávalos (Vamos a la zafra) o el Chango Rodríguez (Del mote). Un género con el que Fontova se está reencontrando, al punto de que planea hacer un próximo disco íntegramente de folklore.
Hace años que Fontova no está solo en sus shows. Su lugarteniente habitual es el bajista José Ríos, y juntos habían formado el dúo Fontovarios, hasta que se dieron cuenta de que el nombre artístico no se entendía demasiado. En los shows, Ríos es un sordomudo que sólo oye por la mano derecha, con el agravante de que se está quedando sordo de la mano, reemplazada por una ortopédica. Ahora se suma al equipo Martín González –hijo del guitarrista Lucho González– en percusión.
–Casi todos los temas que escribió para el disco son pequeñas historias, con personajes definidos. ¿Es un sello compositivo?
–Me sale así. Me gusta encontrar historias y personajes, me gusta contar cosas que imagino. De hecho, paralelamente al disco estoy haciendo un libro de cuentos que se va a llamar Témpera mental. La idea se les ocurrió a Marta Merkin y a Carlos Ulanovsky, que frecuentaban mis shows y me alababan los delirios que yo escribía y que largaba ahí, entre canción y canción. Merkin es editora de Sudamericana y me convenció.
–¿Son historias humorísticas?
–No, aunque, claro, tienen una forma que roza el humor, como mis canciones. Muchos tienen como protagonistas a mis admirados del planeta, que son los animales (por algo tengo cinco gatos). Están, por ejemplo, los últimos momentos de una mariposa que se queda pegada en el radiador de un camión en la ruta, relatados por ella misma. Las memorias de un caracol, cuentos de amor entre águilas, un gallo que se queda solo en la estancia y al fin puede dormir en un sillón... Ese tipo de historias.
–¿Por qué prefiere hablar de animales?
–A lo mejor porque estoy muy negativo con el género humano. Por eso también le puse Negro a mi disco, no por mi sobrenombre. Es que veo el panorama humano de ese color. Es algo que va más allá de la política que por cierto, debería estar en otro lugar. De los milicos para acá nos acostumbraron a pensar que la política es algo sucio. No, hay quienes la ensucian, que es distinto. El poder es muy perverso. Lo de Irak es un delirio. Pienso que Bin Laden y Bush son la misma persona, que se da vuelta uno y aparece el otro.
–En su último disco hay un regreso al folklore. ¿Le salió naturalmente o se lo propuso?
–Fue una necesidad. Es cierto, vuelvo a la música que hacía en un principio, cuando me empecé a independizar de una familia de músicos clásicos como la mía. Después aparecieron Los Beatles y todo eso, y ahí vino la parte témpera mental... Y ahora siento que necesito volver al folklore, y no soy yo solo, somos muchos. Hace poco estuve en el cierre de Músicas de Provincia, me acuerdo y se me pone la piel de gallina. Estaba Peteco Carabajal, la calle cortada y todo el mundo de fiesta, meta chacarera. Era el 31 de octubre y quedaba claro que nuestra fiesta nacional no es Halloween. Y por otra parte hay toda una calaña de jóvenes que son la esperanza. La otra vez escuché a este pibe armoniquista, Franco Luciani. ¡Mamita!
–¿A qué atribuye este fenómeno?
–Muchos chicos pueden haber accedido al folklore por la moda de hace unos años, no sé. De última, no importa cómo llegan, pero llegan, y es evidente que es una música que enseguida te hace eco en un lugar muy tuyo, lo llevás en la sangre. A mí me pasa con mis temas, llega la parte folklórica y me sale solo, como de los huevos.
–Usted alterna su actividad musical con la actoral. ¿Son realmente compatibles?
–Es difícil, está eso de “el que mucho abarca poco aprieta”, y a veces siento que es verdad. Pero no puedo elegir, no puedo definirme por una porque la otra quedaría colgando y lo sentiría como una pérdida. Soy irremediablemente las dos cosas. A veces pasa que las puedo conjugar, unas pocas veces. Este año tuve la suerte de mezclarlas en La corte del Faraón, que estuvo en cartel en el Avenida. Ahí no era joda lo de la actuación ni lo del canto, tuve que pelar y cantar lírico. Me encantó.
–Lo de la música es una herencia familiar. ¿Y lo de la actuación?
–También. Mi vieja fue la persona más divertida que conocí en mi vida. Supongo que mamé un poco de ella la veta actoral, que la tuve siempre. En la escuela era el payaso del grado, y de ahí para adelante fue parte de mi personalidad. Cuando soy músico, soy también un poco actor, un poco showman. En mis conciertos hay mucho histrionismo, forma parte de la cuestión.
En la historia artística de Horacio Fontova, de hecho, lo musical y lo actoral arrancan muy mezclados. Allá por los ‘60, cuando Villa Gesell era el paraíso hippie que Rodolfo Kuhn puso de moda con su película Los jóvenes viejos (un bodrio que resistió mal el paso del tiempo vista desde hoy, un escándalo provocador para la época), Horacio Fontova era un feliz hippie de largas negras trenzas que habitaba aquellas playas, que tocabala guitarra en el boliche Pajarracos a cambio de la comida y de que le dejaran tirar la bolsa de dormir a la madrugada. Hasta esas hermosas playas llegó un grupo de productores norteamericanos en busca de “hippies de pura cepa” para el musical Hair. El hippie guitarrero y con chispa, por supuesto, fue uno de los seleccionados. “Qué lindo que era Gesell en esa época...”, evoca Fontova. “Toda la época hippie fue muy linda. A pesar de que en cierta forma venía pautada de arriba, fue también una forma de adormecer a una generación potencialmente guerrera. Pero, bueno... En algo teníamos razón. Sigo prefiriendo el amor y no la guerra”, concluye. Después de Hair le ofrecieron el papel de Herodes en Jesucristo Superstar, aquella que nunca llegó a estrenarse tras un atentado al Teatro Argentino. “Un día, la Iglesia mandó unos curas para que vieran de qué se trataba todo eso, para saber si tenía que quedarse tranquila y dar su aprobación o empezar a preocuparse. Ahí tuve la oportunidad alucinante de estar toda una tarde con el padre Mugica. Ese hombre me deslumbró, no sólo a mí sino a todos los que lo escuchamos. Era un corazón que caminaba”, recuerda Fontova.
Aparte del disco, Fontova acaba de terminar de grabar la película La vuelta de Peter, de Néstor Montalbán, el mismo director de Soy tu aventura y Todo por dos pesos, entre otros productos de sello bizarro. Fontova cuenta que esta película es más bien una tragicomedia. Aquí, él es el protagonista, un cantante argentino que hace veinticinco años vive en Miami, “un chabón regrasa, lleno de cadenitas y pulseritas, que vuelve a su pueblito natal en la provincia de Buenos Aires y ahí agarrate Catalina, porque lo que se encuentra no es precisamente Ocean Drive”. La que está por detrás y por delante de todos estos proyectos, la que se encarga del arte del disco y de los trámites en Sadaic, la que sopla que por La corte del Faraón Fontova está nominado a un premio ACE, es Gabriela Martínez Campos, su compañera desde hace años. La nota termina y Gabriela se preocupa por la luz para las fotos. Queda claro que el de Fontova es un trabajo en equipo.

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Fontova también está escribiendo un libro de cuentos, con animales protagonistas.
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