ESPECTáCULOS › LIA JELIN EXPLICA LAS IDEAS DETRAS DE SU NUEVO ESPECTACULO

De cirujas, putas y suicidas

La directora de Monólogos de la vagina reunió cuatro monólogos de Roberto Cossa, Marta Degracia, Carlos Pais y Roberto Perinelli y concibió “un mosaico nostálgico, de humor desesperado”.

 Por Cecilia Hopkins

Directora de espectáculos taquilleros como Confesiones de mujeres de 30 y Monólogos de la vagina, Lía Jelín ajusta el perfil de las obras que decide dirigir en función de cambios repentinos. Luego de estrenar Shakespeare comprimido, reformulación de un juego teatral, creado por la Reduced Shakespeare Company, especie de compendio humorístico de las obras más conocidas del bardo isabelino, la directora se hizo acreedora de los premios Florencio Sánchez y Trinidad Guevara, por su puesta de Paradero desconocido, obra del estadounidense Kressmann Taylor. Hasta el momento, en toda su trayectoria artística siempre había encarado obras de dramaturgos extranjeros: “Nunca me decidí por una obra de autor argentino, porque no encontré el ángulo por dónde abordarlo, tomando en cuenta que mi teatro está muy lejos del realismo”, dice Jelín en la entrevista con Página/12, a pesar de que no ignora que desde hace tiempo la dramaturgia local ha incursionado en los más variados registros. Formada con Renate Schotellius en el campo de la danza, Jelín fue bailarina solista de Dore Hoyer en los ‘60, al tiempo que, a escondidas, trabajaba como corista, porque “no había en esa época trabajo rentado de bailarina”. Fue después de esas experiencias que comenzó a dirigir.
Si hasta el momento ningún dramaturgo local la había inspirado, de pronto perdió el invicto, tentada por cuatro monólogos breves escritos por Roberto Cossa, Marta Degracia, Carlos Pais y Roberto Perinelli, las cuales le sugirieron la idea de fusionarlas en un solo espectáculo, titulado De cirujas, putas y suicidas. El montaje resultante acaba de estrenarse recientemente en el Teatro del Pueblo (Roque Sáenz Peña 943), con un elenco formado por Mónica Villa, Jean Pierre Reguerraz, Pablo Brichta y Gustavo Masó. “Al leerlos, los textos me parecieron tan entrañables, tenían tanto humor desesperado, que eso mismo fue lo que gatilló este espectáculo nostálgico.” Jelín sabe que la nostalgia no constituye un atractivo para muchos, por lo que aclara al respecto: “Desde que se cayó el Muro de Berlín y con él las utopías, es difícil pensar que en el mundo no hay nada mejor que este capitalismo salvaje... de modo que es natural, si se quiere, esto de retrotraerse al pasado”. La puesta, aclara, intensifica el valor de cada uno de los textos, los cuales fueron concebidos desde el humor, “porque la risa purifica, es el gran remedio, la única forma de sobrevivir en un país como éste, con un grado tan alto de frustración, desafiando a quienes vivimos en él”. Por otra parte, “la obra es también un homenaje a los cómicos de antes, porque apela al monólogo, un estilo de actuación por el cual el actor se dirige al público directamente a proscenio”. En cuanto a la música, una selección de tangos, milongas, murgas y valses interpretados en guitarra y violín en vivo por Violeta Bernasconi y Juan Manuel Padilla, respectivamente, fue compuesta por Alfredo Seoane y Jorge Valcarcel, este último recientemente fallecido. La iluminación es de Sebastián Blutrach, la escenografía y el vestuario son obra de Alberto Belatti.
“La vida es miserable para estos tres personajes –detalla la directora–, viven en unas pobres casillas debajo de un puente, apenas un refugio para cuidar los huesos, y se reúnen en un bar destruido, como si después de una explosión nuclear un bar de Buenos Aires quedase flotando en el espacio.” “Allí se encuentran Cotolengo, un ciruja (“no es un cartonero porque a éste no le gusta trabajar”, precisa Jelín); Franca Canuta, una prostituta tuerta que se enamora del pintor para quien posa para sacar un dinero extra, y un viejo socialista. Todos ellos atendidos por un mozo que también tiene a su cargo sus propios monólogos. “Todo es muy trasnochado y decadente, pero está visto desde la ironía, porque por debajo está presente una idea de país, con grandes ilusiones y desastres.” Según explica la directora, cada autor configuró un personaje con determinadas obsesiones. En el caso del sexagenario imaginado por Cossa, su problemática tiene que ver con las transformaciones que se han operado en la sociedad en los últimos años. Una de ellas es el idioma nacional que, según el personaje, ha cambiado de cuajo: le parece intolerable que haya tantas palabras en inglés dando vueltas y que todo el mundo se tutee. “A veces, uno se da cuenta de que los códigos cambiaron y que uno perdió el tren y no sabe cómo volver a engancharlo”, precisa Jelín en referencia a otros dos temas que preocupan al protagonista: la computación (lo ignora todo al respecto) y las relaciones entre hombres y mujeres, porque “todos los que vivimos las décadas del ‘60 y del ’70 nos damos cuenta de que hoy imperan otros códigos de seducción y que hay una enorme desconfianza entre los sexos”.

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“La risa purifica, es el gran remedio, la única forma de sobrevivir en este país”, dice Jelín.
 
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