ESPECTáCULOS › EN EL CORAZON DE LA OBRA MAS TAQUILLERA

Raras faunas del teatro

Por J. G.

Aquí, en el hall de la obra Taxi (Teatro Mar del Plata) pasan cosas raras: gente que espera desde la mañana por una entrada, en el corazón del gentío marplatense: paraíso del vendedor de caramelos y artesanías, punto de encuentro de ciegos en busca de una moneda, sede de comentarios maliciosos y críticas por lo bajo. Las señoras paquetas Alicia y Eugenia encabezan la rebelión en franco desprecio a la mayoría: “Nosotras no hacemos la cola”. La revuelta empieza a las 22.30, y consiste en indicar que si hay entradas numeradas no hay que esperar alineados. “Es una cuestión de sentido común. Yo soy docente –explica Alicia, de Capital–. Pero el argentino es así, ¿viste? A la tarde cortaban la avenida Luro pudiendo arrinconarse contra la pared. Es absurdo.” Después, ya adentro, aplaudirán, enérgicas, el ritual de la repetición: la viveza de Fabián Gianola (que tiene dos minas), su composición de “la loca” simulada (¡otra vez!), la aparición del divo escénico Carlín Calvo. Mar del Plata rinde honor a su historia, y el veterano (en la misma obra en que debutó como galancito) congrega clubes de fans a la salida. “Si las vieras –acota el productor Juan Abachian–. Le sacan fotos, se le tiran encima.”
La obra líder, que desplazó la delantera histórica que llevaban las revistas, convoca a mil trescientas personas por noche. Y muchos observan que es un derivado del boom de la ficción televisiva. “La gente quiere que le cuentan una trama –dice un crítico teatral–, el vodevil ¡ya fue!” El productor acota que “ésta es una obra fija del verano: siempre le va bien”. ¿Y qué distingue a una “fija del verano”? Combine a una estrella de Los Roldán (Andrea Frigerio), con un ex galán fiel a la Costa (Carlín), recupere cierto aire nostálgico (Carlín seguiría siendo galán), instale figuras muy arraigadas al panorama catódico (Gianola como “loca”), ponga a las actrices en bikini con bata transparente (Frigerio y Mónica Ayos), y provocará el delirio: durante la función la gente aplaude cada salida, entrega la ovación de pie, saca fotos y regala rosas a las estrellas. Pero Antonio, el boletero, les dedica algunas críticas: “Esta gente no tolera que les den indicaciones: hacen lo que quieren, les mostrás por donde ir y nunca lo respetan”.
Los que rodean al gentío siempre tienen una opinión desfavorable para dar. Dice Rodrigo, el vendedor santafesino de golosinas apostado en Taxi: “Son amarretes, y yo no puedo seguir así toda la vida. ¡Quiero un contrato como albañil! ¡Irme de acá!” Queda conformado un retrato colectivo: hostil, agresivo, empuja, no escucha al boletero, desobedece al acomodador, festeja el chiste homofóbico, se calienta con la Ayos al lado de la esposa. ¿Tan así? “Son un relojito –contrapone un productor–. Miralos”. Y así lo parece: aplauden justo cuando Frigerio demora su acción retardada para dar aire a las palmas, o cuando Carlín espera después del remate para que se escuchen risotadas, o festejan cada vicio histórico de los comediantes (Carlín como gárgola, Gianola como “loca” otra vez más). O apoyan con palmas, gritos y risas los tópicos usuales de verano: la bigamia, el asedio de la jabru”. La obra de “mayorías” recrea el espíritu de un sentir masivo, y por eso el minoritario (el gay, el granjero pobre, el otro) siempre queda mal parado, reducido a una machietta al servicio del gag para gran público: historias de pícaros, infieles y mentirosos.

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El público de Taxi no falla.
 
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