ESPECTáCULOS

El primero en largar

El viernes reabrió el primer boliche en la ciudad después de la tragedia. El protagonista fue Castel Bamba, un local para mayores. Aquí, la crónica de la noche.

Cuando a las 23.30 ascendió la cortina, como había sido pautado, algunas señoras largaron aplausos espontáneos en los que descargaban algunos “bien” fervorosos. A esa hora esperaban para entrar veinte mujeres, la mayoría teñidas de rubio y engalanadas con premura de viuda, y dos hombres, uno de ellos con su pareja. El acto de levantar la cortina, lentamente, no estaba exento de un valor simbólico: Castel Bamba, este sobrio boliche más allá de las paredes naranjas y los manteles con quemaduras de cigarrillos descuidados, con capacidad desde ahora para 215 personas, era el primero en abrir desde el incendio de República Cromañón. Este local clase C “para viejos”, como algunos reconocen, es un reciclaje y una reivindicación de los noventistas bailes de Solos y Solas. Está en Riobamba al 300, en Balvanera. Los clientes, fieles al boliche de Carlos Castel Nuovo –donde se escucha desde salsa hasta tango y rock–, permanecieron estos casi dos meses “desesperados” por no tener dónde moverse al compás de la música.
Una de ellas era Susana, que desde temprano andaba metiendo la cabeza por la puertita de la cortina metálica para saber si esa noche abrían. Para hacer tiempo, se fue a tomar algo a un bar. Venía de su casa en Lomas de Zamora, solamente “para ver si estaba abierto”, contó a Página/12. Aseguró que “estos dos meses estuve encerrada. No me gusta ir a otro lugar. Acá es tranquilo, nunca pasó nada”. Por eso, “es una locura que haya estado tanto tiempo cerrado. Los que venimos somos todos gente grande”, se enojó, y afirmó que “lo siento mucho por los chicos que murieron”. Dijo tener “más de 99 años”, aunque todavía no los aparentaba, y vino sin su novio, que esa noche trabajaba. “El me dijo que viniera a despejarme”, porque su ocupación de vender ropa de bebé la tenía agotada.
Otro de los que se acercó a preguntar fue Ramón Allende, un encargado de edificio de la zona. También hacía dos meses que no bailaba. “No quería salir. Además no había baile en ningún lado”, dijo. Perfumado, con camisa negra, jeans y zapatos, las canas de Ramón se notaban menos. Quiso dejar “bien en clarito” que viene a Castel Bamba porque “es un buen baile. Acá no hay droga. Tomás una copa, por supuesto, pero cosas raras no”. “Es un lugar para nosotros. La gente mayor nos sentimos muy bien, nos venimos a divertir sanamente”, redundó. Su predilección por el boliche se hizo más fuerte cuando fue a otro, donde “compré una cerveza, la dejé en la mesa para ir a bailar y cuando volví me la habían tomado”. “Acá dejás la campera o la llave en la mesa y no pasa nada”, comprobó. Cuando entró, Ramón se sentó solo y pidió una cerveza de un litro que le salió 8 pesos. Se puso de cara a la pista de baile, lo que le permitía ver a las que entraban. Algunas eran abuelas con ganas de divertirse. Otras, todavía estaban en carrera.
Carlos Castel Nuovo, dueño de Castel Bamba, estaba tenso. “Es como empezar de nuevo”, confesó, y confió que esto “me causa sentimientos encontrados. Por un lado está la apertura del boliche, y las ilusiones y reprogramas que genera. Por otro, está la tristeza por lo que ha pasado. Fue un hecho muy puntual que si se hubiera operado con lógica se habría evitado”, juzgó. Para adoptar en su local los nuevos requerimientos de seguridad, Castel Nuovo tuvo que desembolsar algunos miles de pesos de su bolsillo. A la cifra no la quiere mencionar, quizá para no largarse a llorar. Tuvo que pagar a una empresa para que vinieran a rociar con un spray que ignifugó las cortinas, el piso de madera y la barra. Mejoró la iluminación de los carteles que indican la salida y los detectores de humo. Ahora, no hay lugar adonde se mire en el que no haya un cartelito verde con una flechita que indica hacia dónde está la salida. Buscando el lado positivo al estar tanto tiempo parado, renovó la pintura del interior.
Castel Nuovo no tiene la usual catadura del dueño de boliche noctámbulo y frenético. Más bien parece un parsimonioso odontólogo, o un ferretero. Está en el negocio desde hace 35 años, heredero de la profesión que fue de su padre. Estos dos meses “fueron muy duros, porque no teníamos ingresos y estaban los gastos fijos”. Por ello tuvo que prescindir de un mozo. Ahora, con la súbita publicidad que recibió su boliche, no estaba alegre. “¿Para qué quiero publicidad si no puedo meter más de 215 personas?”, se preguntó. “El local tiene capacidad real para 350, por eso voy a empezar reformas para que podamos volver a esa capacidad.” Lo que más preocupaba a Castel Nuovo era la posibilidad de no poder recibir a los clientes habituales que podían llegar cuando la capacidad del local ya estuviera colmada.
Una pareja de clientes habituales opinó que con menos gente adentro podrían estar más cómodos. “Había noches que para ir de un lado a otro tenías que librar una batalla campal”, observó Manuel, que viene a Castel Bamba desde hace un año y medio, cuando bailando conoció a Roxana. Contaron que estuvieron “desesperados, porque nos gusta mucho bailar, pero no queremos ir a otro lado”. “Es un buen ambiente, de gente de trabajo. Es lindo para venir. Hay lindas chicas”, se atrevió a decir Manuel. “Y lindos caballeros”, aseguró su mujer.
Alejandro, el corpulento de relaciones públicas del local, desvía a quienes quieren entrar y los hace pasar por un detector de metales, puesto a un costado para que no moleste en caso de que hubiera que evacuar el boliche. Como casi todos llevaban algo metálico encima, entre monedas, llaves y celulares, la escandalosa alarma sonaba al paso de muchos. Las mujeres tenían que abrir sus carteras, que eran miradas de reojo y con pudor por el hombre de seguridad. Ellas comenzaron a pagar una entrada de 3 pesos, mientras los hombres seguían abonando los habituales 5. Adentro, sonaban sucesivamente Mariposa de amor, el último hit de Luciano Pereyra, y Los caminos de la vida.
“Acá no hay ni un pendejo”, consideró Ramón. “Los viejos no tenemos otro lugar. Acá nos conocemos todos, nos divertimos, no venimos de levante.” Distribuidas en las mesas, las mujeres, sentadas solas, de a dos o de a tres, esperaban a la hora gentil en que alguien agradable se les acercara para invitarlas a tomar algo o a bailar.

Informe: Sebastián Ochoa.

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