ESPECTáCULOS › COMO EMPIEZA LA TEMPORADA 2005 DEL
BALLET CONTEMPORANEO DEL TEATRO SAN MARTIN

La modernidad juega con el neoclásico

La compañía oficial de danza reestrena un triple programa en el Teatro Presidente Alvear: Bolero, de Marc Ribaud; Looking through Glass, de Mauricio Wainrot, y Stetl, de Richard Wherlock.

Por Analia Melgar

Cambia el teatro pero el espíritu permanece. El Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín reestrena en marzo el programa ofrecido en noviembre último, pero esta vez del otro lado de la Avenida Corrientes. La compañía de danza dirigida por Mauricio Wainrot presenta en el Teatro Presidente Alvear tres obras: Bolero, de Marc Ribaud; Looking through Glass, de Wainrot, y Stetl, de Richard Wherlock. Las funciones van de jueves a domingo a las 21. El horario central nocturno es el beneficio que el Ballet ganó a cambio de resignar su sala habitual, la enorme Martín Coronado. Allí, el Teatro San Martín sólo le otorgaba franjas poco favorables, como los martes a la noche y los sábados a la tarde.
En diálogo con Página/12, Wainrot evaluó el cambio de espacio: “El público de sábado a la tarde es muy peculiar. Ahora, en el Alvear, aunque la sala es más pequeña que la Coronado, tenemos mejores días”. Pero los espectadores del Ballet del San Martín cubren las butacas cualquiera de los días de la semana, con un promedio de 500 personas por función. El director lo sabe: “El público del Ballet del San Martín es un público al que le gusta lo que estamos haciendo. Ve imaginación, disciplina, técnica, gente formada”. Esa calidad y el estilo constante que Wainrot imprime a sus bailarines desde 1999 constituyen el sello que identifica al Ballet. Esos mismos rasgos reaparecen en este primer programa de 2005.
Las tres obras están construidas en íntima relación con la música que les da origen. Sobre el estímulo sonoro, tres coreógrafos construyen sus piezas buscando la abstracción y la perfección formal. Los tres resultados, sin sumergirse en la experimentación, recurren a una ligera transformación de los códigos de la danza clásica, dentro de una escuela en común. El uso de contracciones y fuera de eje los acerca a la estética de la danza moderna, término que se superpone pero no coincide con los riesgos de la danza contemporánea. Ribaud, Wainrot y Wherlock toman la técnica clásica, crean poses y dúos bellos con la estilización del neoclásico y plantean una organización simétrica del espacio con diseños tradicionales.
Bolero es una versión de la célebre melodía de Maurice Ravel. Las secuencias de pasos quedan apegadas al ritmo incansable, pero el francés Ribaud otorga un aspecto insospechado a su creación. Los bailarines integran una especie de ritual ancestral. Vestidos con pantalones cortos, el verdadero vestuario es el maquillaje con que cubren todo el cuerpo. La pintura verde, negra y blanca, unida a los movimientos secos, recuerda un documental de Nueva Zelanda. Prevalecen las espaldas curvas, los brazos laxos. Las extremidades penden y vibran con la percusión que producen pies y manos sobre el piso. Saltos de baja altura agregan sonido a la partitura original. Saltos en gran altura son la prueba de la coordinación impecable de este Ballet: veinticuatro pies se sostienen en el aire en el mismo segundo. Los quince minutos acaban tal como empiezan: no hay entradas ni salidas, todos permanecen en el escenario. Se repiten los mismos movimientos del inicio, se aceleran, se energizan. Los bailarines conjuran la sensación de estar exhaustos y coronan la última nota con una pose fotogénica de todo el grupo junto.
Cuando el francés Ribaud pasó por Buenos Aires en noviembre de 2004, para montar su Bolero, ubicó en una misma línea estética a los tres coreógrafos del programa actual del Ballet del San Martín, y agregó a Nils Christe, otro habitué de la compañía: “Creo que Mauricio, Nils, Richard y yo tenemos un origen similar: la base es el clásico y vamos hacia la danza moderna. Cada uno a su manera va buscando su lenguaje pero finalmente estamos muy próximos, no estamos muy lejos unos de otros, incluso si vivimos en otro continente”. Con una idea similar a la coreografía del francés, sigue Looking through Glass, de Wainrot, también muy atenta a la música. Aunque el título tiene ecos del Through the Looking-Glass de Lewis Carroll, no está Alicia ni hay ningún espejo, sino una sucesión de pasos sin descanso que acompañan el Concierto para violín y orquesta de Philip Glass. La obra permite el lucimiento de conjuntos de hombres y de mujeres alternativamente y abunda en dúos de gran complejidad: vuelos, giros, desplazamientos extensos. En el ir y venir de bailarines excelentes es difícil pero posible reconocer a Silvina Cortés, quien agrega una cuota de sensibilidad a la velocidad y pulcritud que comparte con sus compañeros.
El programa del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín cierra con Stetl. Esta obra regala a los oídos un rato de música absolutamente deliciosa. Los zapatos de la platea golpetean al compás. La música que el inglés Wherlock elige es klezmer, de orígenes remotos, compañera del pueblo judío en la diáspora, fusionada con instrumentos europeos. Estas canciones de artistas ambulantes son profundamente expresivas: melancólicas, alegres, románticas, divertidas. Los diferentes tonos funcionan como breves retratos de los habitantes de un stetl, palabra que en idish significa “pueblito”, en referencia a pequeñas ciudades de Europa oriental. También se escribe shtetl y puede ser igualmente traducida como “gueto”. En cualquier caso, es una palabra cargada de historia. La coreografía deja entrever rastros de danzas folklóricas –por ejemplo, cuando tres hombres danzan, entrelazados sus brazos– pero son instantes. La mayor parte de las combinaciones muestran brazos y torsos elegantes, piernas extendidas. La forma prevalece por encima de una expresividad que logra asomarse tímida en la cara de los bailarines que disfrutan convertirse en esos eternos viajantes, de pueblo en pueblo, de expulsión en expulsión.

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Stetl, de Wherlock, refleja los movimientos de la diáspora.
 
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