ESPECTáCULOS › “LA LLAMADA 2”, DE HIDEO NAKATA

De leyenda urbana a clásico de terror

 Por Martín Pérez

Como en casi todas las películas de terror norteamericanas de la última década, La llamada 2 arranca con un prólogo que es prácticamente una película en sí misma. Una suerte de muestra gratis o un guiño hacia los espectadores, que en este caso funciona como ayuda memoria para quienes no hayan visto la primera película de la serie. Pero el prólogo de La llamada 2 funciona también como una suerte de resumen de los juegos cómplices del terror cinematográfico norteamericano.
“¿Nunca viste algo tan terrorífico que necesitaste mostrárselo a alguien?”, le pregunta un adolescente crecidito pero aún de cara regordeta a una rubiecita que, por su parte, no puede terminar de creer que estén solos en la casa de él sólo para ver un video. Todo un gozoso universo de terror está contenido en el camino que va de esa frase que remite al memorable comienzo de la versión cinematográfica de The Twilight Zone (“¿Querés ver algo realmente escalofriante?”) hasta la incredulidad de esa joven que ya no es inocente, y por eso –según los principios de las películas de terror enumerados en Scream– podría ser una víctima. Un universo de referencias, claro está, en permanente roce con el imaginario del terror japonés, que con sagas como La llamada desde hace un par de años finalmente parece estar tomando por asalto al eunuco Hollywood contemporáneo.
No es fácil seguirle el rastro a la promiscua cultura japonesa de adaptaciones, sagas y remakes, pero lo cierto es que la primera Ringu data de 1998, y recién en el 2002 llegó la versión norteamericana, a cargo del eficaz y obediente Gore Verbinski (director de Un ratoncito duro de matar, pero también de La mexicana). Tres años más tarde, es el turno de La llamada 2, que no es una remake de Ringu 2, sino que en realidad es una película totalmente distinta, la continuación directa de aquella película de Verbinski. Pero dirigida por Hideo Nakata, el director que justamente saltó a la fama al comando de la saga japonesa original.
Lo cierto es que, en esta danza de idas y vueltas, es sorprendente notar cómo la referencia cultural que dispara la saga ha envejecido con notable rapidez. Cuando en el prólogo de La llamada 2 el adolescente esgrime su video, semejante objeto sorprende por su anacronismo. En apenas siete años, los que separan esta película de la primera Ringu, copiar un video ya no es sinónimo de piratería, sino casi un trabajo artesanal. Porque ahora cualquier joven que quisiera mostrarle una película terrorífica y/o clandestina a su noviecita la habría bajado por Internet y se la mostraría en su computadora. De hecho, tal vez esa sería la imagen más terrorífica que podrían ver hoy en día los responsables de la industria cinematográfica actual.
La premisa fundacional de Ringu es la existencia de un video que condena a una muerte en una semana al que se atreva a verlo. La única forma de evitarlo es copiarlo, y hacérselo ver a otra persona. Aquella historia, narrada en La llamada, apenas si regresa en esta secuela, ambientada temporalmente apenas seis meses después de la primera. Rachel Keller se ha mudado con su hijo Aidan a una ciudad pequeña, esperando escapar del espíritu de Samara, el implacable fantasma adolescente responsable de las muertes. La historia del video fatal reaparece, sí, pero Rachel rápidamente da cuenta de él. Pero La llamada 2 es otra clase de película, así que ese detalle no detendrá a Samara. No se trata esta vez de leyendas urbanas, sino de una posesión, lisa y llana.
A diferencia de su colega y compatriota Takashi Shimizu, que para filmar la remake norteamericana de su película El grito se llevó a los actores norteamericanos a Japón, Nakata se puso al servicio de Holly-wood para dirigir un guión apto para el público norteamericano. Tal vez sea atribuible a los lógicos problemas de adaptación cierta morosidad en La llamada 2, cuyo paso a paso terrorífico es digno del director técnico de fútbol Reinaldo Merlo. No ayuda el hecho de que Rachel trate a su hijo Keller como si fuese un enfermo terminal incapaz de comprenderla, pero eso sólo es entendible cuando, más allá de los efectos por computadora, la película durante su segunda mitad comience a profundizar en los miedos de la maternidad. Es recién entonces, con la aparición de Sissy Spacek interpretando a una proto-Carrie más de treinta años más tarde, que la película se alcanza a poner seria y realmente inquietante. Pero ese cambio de tono no alcanza para hacer que la transformación de leyenda urbana (el video que mata) a clásico del cine de terror (la posesión diabólica) funcione satisfactoriamente. O, al menos, lo haga de una manera tan efectiva como en la primera película.

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