ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A VICENTICO, EL MUSICO QUE ESTA CONQUISTANDO COMO SOLISTA EL MERCADO ESPAÑOL

“Detesto el mesianismo que tiene el rock”

En el reportaje concedido a El País Semanal, el ex Fabulosos Cadillacs habla de su actualidad en España (Tiburón y Los caminos de la vida son los hits del momento), reflexiona sobre la dimensión política que cobró el rock y sobre las causas y las consecuencias de Cromañón.

POR DIEGO A. MANRIQUE *

El pasado verano austral resultó tórrido y, por momentos, deprimente: Argentina fue sacudida por desastres y escándalos, desde el incendio de República Cromañón, local porteño de conciertos, con 193 muertos, hasta el descubrimiento de una red de contrabando de cocaína que, desde el aeropuerto de Ezeiza, mandaba cargamentos de hasta 60 kilos hacia Madrid. Sin embargo, dos canciones sonaban por todos los rincones y ayudaban a relativizar tanto sinsentido. Una es la enérgica adaptación de una denuncia antiimperialista de Rubén Blades, Tiburón. La otra, Los caminos de la vida, tiene envoltura de cumbia –de hecho, es de origen colombiano– y reflexionaba sobre los sacrificios de las madres. Ambas están incluidas en Los rayos, segundo disco de Vicentico, seudónimo de Gabriel Fernández Capello (Buenos Aires, 1964), ex vocalista de Los Fabulosos Cadillacs, la gran banda de rock en español de finales del siglo XX, mil veces imitada en los países hispanos.
El rescate de ambas piezas tiene mucho que ver con los viajes de Los Fabulosos Cadillacs. “Conocí Los caminos de la vida en una cantina mexicana; unos tipos estaban poniéndola constantemente en la gramola entre lágrimas y tequila, una de esas situaciones potencialmente explosivas”, cuenta Vicentico. Y Rubén Blades, ahora ministro de Turismo en Panamá, es un viejo amigo. “Aquí vi que Rubén lleva una pistola debajo del saco, pero no necesita sacar fierros para intimidar. Otra vez nos encontramos en un hotel de Caracas, fui a saludarlo y me tiró el cigarrillo de un manotazo: ‘Un cantante no fuma’. Luego mandó a llamar al resto de Los Cadillacs y nos largó un sermón sobre las drogas. Muy profesoral, pero lo bancamos: es un mago de la música y la palabra.”
Blades compuso Tiburón contra el intervencionismo estadounidense en Centroamérica, donde Reagan alentaba el terrorismo de ultraderecha. En la versión de Vicentico desaparece alguna referencia geográfica: “Quería que fuera más genérica, que el oyente descifrara su sentido. No sé, a veces pienso que debería ser más explícito; me parece que muchos lo consideran como un simple baile de verano. Es que detesto ese mesianismo del rock, esa tendencia tan argentina de convertir al cantor en un opinólogo, con soluciones para todo. ¡Bah!, es algo internacional. Puedo coincidir con lo que dice Manu Chao, pero no quiero sentar cátedra sobre Chiapas. Cuando oigo a artistas muy protestones, enseguida veo el punto panfletario. Me huele a reaccionario; se queda en el ‘qué buenos somos’, otra excusa para no profundizar. Hay más verdad en un bolero de Los Panchos, que al menos te conecta con la infinita tristeza del mundo y te sensibiliza. No sé, nuestro arte tiene más que ver con el corazón que con la cabeza”.
Ahora, Vicentico desconfía de “la industria de la solidaridad”, esos conciertos y esos discos que surgen tras una catástrofe. “Una cosa es ser generoso con los que necesitan ayuda, y otra, usar las desdichas ajenas para inflar el ego. No, la última vez que estuve en uno de esos eventos fue cuando se celebraron los 20 años de las Madres de Plaza de Mayo. No podíamos negarnos, ya hacíamos Desapariciones, otra canción tremenda de Blades. Se trataba de vivir ese momento histórico y de meterse en un mundo femenino que está fundado sobre el dolor, la herida que no se cura.”
En el pasado estudiantil de Vicentico existe un período de militancia política del que se resiste a hablar: “Estaba en pequeños partidos... socialistas. Sin futuro en un país como éste, donde el arco del peronismo llega hasta la izquierda”. Se apresura a recordar que muchas de las canciones incendiarias de Los Fabulosos Cadillacs estaban firmadas por el bajista, Flavio Cianciarulo, “un tano bravo, compañero de militancia y de barrio. Nos respetamos, pero él era Lennon, y yo, McCartney. El traía los libros de Eduardo Galeano, y yo, los discos de Lucho Gatica”.Curiosamente, Flavio se hartó de la violencia argentina y se instaló en México. Vicentico sigue viviendo en Boedo, cerca de las calles que lo vieron crecer; compró una antigua cochera de colectivos que convirtió en casa con piscina y jardín, un paraíso vegetal con álamos y enredaderas donde nos hemos instalado. El sentimiento de barrio se manifiesta en la devoción por el equipo local. Su nuevo disco, Los rayos, lleva los colores del San Lorenzo de Almagro. Una sonrisa de orgullo: “Es un equipo que sufre mucho, que estuvo en la ruina; pero se mantiene como el tercero de la Capital, tras Boca y River. Tiene la hinchada más creativa en cánticos y movidas. He compuesto el himno del cuadro y ahora soy socio de honor, con pase para entrar gratis al estadio”.
Unos días antes, el reportero ha podido ver a Vicentico sobre el escenario. Un concierto de Vicentico nunca sigue un guión lineal. En los tiempos de Los Fabulosos llegó a salir enfundado en un asfixiante disfraz de oso, “porque sí”. La última vez que visitó España empuñaba un bastón intimidante. En el concierto de Luján, vestido con pantalones cortos y poncho, la sorpresa llega cuando se enfrenta a una barra de seguidores que quieren que cante repertorio antiguo. Vicentico dispara ristras de hirientes sarcasmos, incluso contra sí mismo: “Boludos, digan que soy mal cantante, pero no que estoy panzón”. En España, un enfrentamiento así hubiera terminado mal. Vicentico aclara: “No, conocía a esos pibes y todo fue joda, intercambio de provocaciones”.
El gobierno de la ciudad de Buenos Aires, tras la tragedia de Cromañón, ha clausurado los boliches de rock y se acabaron los conciertos. “Es absurdo. Descubren que, mediante coimas, incumplían las normas de seguridad y los cierran todos, sin darse cuenta de que igual ocurre con la mayoría de los locales públicos.”
La fatalidad del Cromañón fue que algunos descerebrados manifestaban su aprobación del grupo de turno –aquella noche era Callejeros– encendiendo bengalas: “Eso es una mala herencia del fútbol; el rock se ha futbolizado, y al revés. Pero no es lo mismo prender una bengala en un lugar cerrado. El otro día, actuando al aire libre, un imbécil sacó una bengala y corté hasta que la retiraron”. Parte del público rockero asume ese riesgo como una manifestación de su falta de esperanzas. “Sí, como el no future punk. No pienso que sea por vivir en barrios horribles, veo más bien una degeneración de esas claves rockeras que mencionaba antes. El rock de barrio, que nace contestatario, termina siendo sectario.”
Hoy, Vicentico marca distancias con los que hacen del rock un estilo de vida. “Me he desencantado del complejo de superioridad del rock. Aprecio sus valores: veo a mi hijo, con 10 años, tocar la batería y entiendo su emoción. A mí me ocurre cuando el concierto se rockea, se pone pesado, yo disfruto de ese clima. Sin embargo, no quiero que la religión del rock me impida lanzar canciones más populares, que pueden hacer llorar y bailar a viejitos. Andrés Calamaro ha llevado la misma evolución. Me emociona lo que hace en El cantante, más allá de que hayamos coincidido en algunas canciones. El ha tenido que ser más valiente que yo para romper.”
Una característica del rock argentino era su tendencia a santificar, a convertir en divinidades a músicos como Luis Alberto Spinetta, Charly García o Fito Páez: “Jugaban con esos papeles. Charly es el diablillo, un ser tan ridículo y tan inteligente. En Fito ya hay endiosamiento. Y Spinetta está por encima de todos nosotros”. Vicentico explica que Los Fabulosos Cadillacs supuso en su momento una ruptura total con lo que se hacía en la Argentina. “Encontramos mucho rechazo. No sabíamos tocar, pero es que además Los Cadillacs éramos una banda emocionalmente imposible. Tuvimos formaciones en que había ocho músicos del signo leo. Imaginate, esa cosa despilfarradora de los leoninos, el Dios va a proveer y no hay que guardar el dinero en el banco.” Pero, ¿funcionaba Fabulosos como un grupo igualitario? “Sí, la ideología imponía que todos cobrábamos el mismo porcentaje de conciertos y de ventas de discos. Siempre me pareció injusto, y ésa fue una de las razones del cierre. Si soy el cantante y tengo que cranear los videos, hacer la promoción, hablar con la compañía..., laburo más que un músico que igual acaba de llegar hace dos años, y que, recién terminado el concierto, guarda su instrumento y se pone a festejar.”
En España se vio a Los Fabulosos como una banda que evolucionó desde la frivolidad hasta la gravedad: “No, las primeras canciones tenían un punto de oscuridad, pero había alegría, como esos velorios de los negros en Nueva Orleans. No resultaba muy evidente, ya que nosotros tirábamos hacia el descontrol. Pero lo de envolver el corazón amargo en una música festiva nos atraía. Veníamos de los Specials y de aquellos grupos ingleses del sello 2 Tone. Nos encantaba tanto su energía como su voluntad crítica. A su lado sonábamos amateurs, unos tipos con más ambiciones que dedos. Pero acertábamos; hicimos unos instrumentales que ahora suenan a lounge music. Si escucho por casualidad nuestros discos, me sorprendo mucho. Con el grupo, todos aprendimos a tocar, y particularmente descubrí que no tenía trabas para contar lo que se me ocurriera”.
Aquel proyecto alcanzó resonancia continental según se fue haciendo panamericano: “Eramos un grupo omnívoro. Descubrimos la energía de la salsa caribeña y terminamos grabando con Celia Cruz. En Brasil estaban las cuerdas de tambores, igual que en Uruguay. En México y Colombia aparecía el acordeón. Hubo una etapa de obsesión por el jazz, por Thelonius Monk. Nos dábamos libertad. En Buenos Aires hubo conciertos con una orquesta de cuerda; yo recitaba a Baudelaire y me gritaban ‘pero cantá, boludo’”.
Demostraban gusto por la provocación, pero también formaban banda aparte. Cuando actuaron por España como parte del cartel de la gira Calaveras y diablitos, sus compañeros de micro se encontraron con una pandilla que no se comunicaba, rodeada de una impenetrable nube de marihuana: “Hubo mucho reviente, sobre todo al inicio, cuando tomábamos de todo. Luego fue algo más esporádico, temporadas de fumar mucho o beber sin parar. En mi caso, decidí dejar el alcohol y me va muy bien”.
La aventura de Fabulosos acabó en el Foro Sol, en México, tocando ante 50.000 personas. “Cuando generás esos números, la industria se indigna si decidís parar. Pienso que volveremos, pero no por la guita. Fue una experiencia única que todavía no está agotada. Por ejemplo, cuando grabábamos el segundo disco, con Andrés Calamaro, nos pusimos a hacer soul y surgieron cosas muy prometedoras. Tampoco se han publicado unas crónicas que escribimos varios miembros del grupo contando lo que nos ocurría de la forma más subjetiva. La dinámica interna es muy cómica: el que se siente estrella y sufre, ya que los demás no lo reconocen como tal y en el hotel le dan la habitación más chica... Esas pelotudeces. Y el éxito, que es una suma de malentendidos entre el público, las discográficas, los músicos.”
El éxito los puso en situaciones raras. “En Miami, tras un show, a las tres de la madrugada, Menem nos llamó para que fuéramos a visitarlo. Nos negamos, y ahora estoy medio arrepentido. No todas los días tenés la oportunidad de encontrarte con el demonio cara a cara.”
Vicentico es hijo de un titiritero –“un tipo raro, pero genial en lo suyo, muy reconocido en todo el mundo”– y de una instrumentista que dirige teatro. “Lo de mi padre siempre me impresionó, daba vida a cualquier objeto. ¡Imagina lo que diría un psicólogo de mí, el hijo del titiritero! No era un padre ejemplar, pero cada vez lo admiro más.”
Quizá no sea extraño que Vicentico haya terminado casado con una actriz, Valeria Bertuccelli, y haciendo cine como músico y actor: “También escribo historias, me atrae mucho el universo de los triunfadores que caen, la muerte pública y el renacimiento íntimo. Boxeadores, cantantes..., son profesiones de alto riesgo. También estoy obsesionado por losdescubrimientos de Edward Bach, un médico galés del siglo pasado que estudió la esencia de unas 28 flores: cada una cura una determinada enfermedad del alma. Así que me he hecho con las 28 flores y...”.
La conversación deriva hacia las aberraciones que alimentan los periódicos y los noticieros porteños. “No me siento muy orgulloso de ser parte de un país tan increíble. He pasado una temporada en Uruguay, y volver aquí fue un choque: la vocación suicida de los que manejan autos, el desprecio por la estética urbana, el clasismo. Somos los primos rioplatenses; ellos han resultado más pobres, pero más inteligentes.”
Cae la tarde y el jardín se llena de ruidos aéreos, de vuelos apresurados, de proyectiles blandos que caen sobre la mesa: “Tengo la casa invadida de palomas, y el otro día llamé a un fumigador, quería espantarlas. Me dijo que la única manera era matarlas, vos sabés, de manera ilegal. Me quedé indeciso, y el tipo me dijo que el precio variaba según me quedara yo o se quedara él las aves para comerlas. Dejémoslo”.

* De El País Semanal. Especial para Página/12.

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Vicentico auténtico: “Nuestro arte tiene más que ver con el corazón que con la cabeza”.
 
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