ESPECTáCULOS › ENTREVISTA CON EL CHANGO SPASIUK

“El chamamé no es un lenguaje que sirva para decir pavadas”

El acordeonista y compositor misionero acaba de publicar un nuevo disco. Con instrumentos acústicos y un concepto de cámara, plantea otra mirada al género.

 Por Diego Fischerman

Si hay dos cosas distintas entre sí son la tradición y la idea que de ella tienen los tradicionalistas. Para ellos, la defensa acérrima de una herencia siempre inmóvil e igual a sí misma es la manera de rechazar cualquier clase de cambio y, sobre todo, de oponerse a lo distinto, a eso que los psicoanalistas llaman el otro. La primera, en cambio, es la otredad por naturaleza. Es móvil, de naturaleza impura por definición, y permite, por ejemplo, que unas danzas palaciegas del renacimiento europeo terminen bailándose en patios de tierra, en recónditos territorios del sur de América, transformadas en zambas y chacareras, o que ciertas músicas del centro del viejo continente se conviertan en el sonido distintivo del nordeste argentino.
Todo folklore está formado por infinitas mezclas y es la combinación de culturas múltiples, y el chamamé es, tal vez, su explicitación más clara. Como lo es, también, ese acordeonista de origen ucraniano, nacido en Apóstoles, Misiones, que llevó el género hacia un lugar en el que el respeto por el origen se integra con naturalidad al virtuosismo de la interpretación y a desarrollos del lenguaje que parten de la presunción de que se trata de música que, aunque pueda ser bailada, será, sobre todo, escuchada. El Chango Spasiuk acaba de editar un nuevo disco, llamado Tarefero de mis pagos. Sonidos de la tierra colorada, publicado por el sello Sony-BMG. Y allí pone en acción su particular manera de entender la cuestión de lo tradicional en música. “Con respecto a la armonía, a la forma, y, desde ya, a los timbres, hay una confusión muy grande”, dice. “Si hago un disco acústico, como éste, están los que piensan, de una manera automática, que se trata de algo tradicionalista. De algo que renuncia a la novedad. Hay un malentendido, además, alrededor de la idea de vanguardia asociada a lo complejo, del concepto según el cual el desarrollo tiene que ir hacia lo intrincado. Para mí hay un montón de cosas que están empezando a adquirir un significado diferente. Por eso hice el disco que hice, que tiene otra mirada sobre las cosas.”
–¿En qué se manifiesta esa otra mirada?
–Por ejemplo, en un tema como Búsqueda, que está estructurado en seis movimientos y cuyo acento, obviamente, no está puesto en vender más discos. Hay una intención de respeto a la sensibilidad, a lo artístico. De apertura del juego. Hay una visión casi camarística de la música del nordeste argentino. Ese tema, creo, sintetiza mi pensamiento en este momento y sintetiza, también, el espíritu del disco.
–¿Qué es lo artístico, cuando se habla de música de tradición popular?
–No tengo la sabiduría suficiente como para definir qué es lo artístico. Creo que cuando me acerco a algo que es artístico tengo la misma sensación que cuando me acerco a una flor. Es esa sensación de estar ante algo absolutamente atemporal; ante algo que posee algo que no se ve y que la hace ser la que es todo el tiempo, ahora, trescientos años atrás y en el futuro. Hay algo allí que sucede más allá de mi educación y de mi cultura. Hay que estar muy adormecido para no ser tocado por eso y apenas un mínimo de sensibilidad alcanza para ser alcanzado por esa verdad. Sin embargo, no podría saber exactamente de qué verdad se trata ni cómo se explica.
–El chamamé, tradicionalmente, está asociado al baile. Su manera de componer y tocar chamamés, sin embargo, parece contar mucho más con la idea de que el público va a escucharlo con atención que con la de que va a bailar esa música.
–Todas son herramientas. El disco, mi instrumento. Se trata de construir algo cuyo destino exacto nunca conocemos con exactitud pero, efectivamente, cuando se toca un arreglo determinado, cuando se graba en un disco, la fantasía es que eso será escuchado con atención y que alguien reparará en ello, más allá de que esa música pueda, también, ser bailada. En la sociedad en la que nací y vivo, por la que viajo y en donde estoy jugando un papel, la música tiene muchas lecturas. Puede ser un simple entretenimiento, cuyo objetivo es que quien escucha se sienta bien un rato. Y también puede ser como un alimento. Algo esencial.
–Si las formas pueden modificarse, si la instrumentación puede, como en este último disco, incluir cajón peruano, violín o bandoneón, ¿cuál es la esencia del chamamé? ¿Qué es lo que debería respetarse como para que no dejara de ser chamamé?
–Yo no estoy pendiente de respetar algo en particular. Pero tal vez esa zona de respeto obligatorio tenga que ver con el uso del lenguaje. Y con la carga histórica. Tengo respeto de eso porque me parece que el chamamé no es un lenguaje que sirva para decir pavadas. Mi formación, las cosas que escuché en mi vida, los artistas a los que admiré y a los que admiro, hacen que piense en usar ese lenguaje para decir cosas que me parecen importantes. No me pongo a pensar en cómo eso va a ser consumido, si en un concierto o un disco, si tiene que tener una cierta duración. Es más un proceso instintivo. Incluso con algunos temas viejos, tocados infinidad de veces, me ha pasado que, de repente, empiezo a sentir que dicen algo que antes no decían.

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El Chango Spasiuk opina que “la vanguardia no tiene por qué estar asociada a lo complejo”.
 
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