ESPECTáCULOS › NUEVA PUESTA DE “LA WALKYRIA” EN EL TEATRO COLON

Cabalgata y autitos del Ital Park

Con buenas voces, gran dirección musical, puesta discutible y errores en la realización, subió a escena la segunda parte de la saga wagneriana que concluirá en 2007.

 Por Diego Fischerman

Existen los mitos a los que Richard Wagner recurre para edificar su propia cosmogonía. Y existen, también, los mitos generados a partir del propio Wagner y de las lecturas que de él se han hecho. Uno de ellos es el de la trascendencia filosófica de la Tetralogía. Las ideas acerca de un hombre superior, capaz de prescindir de los dioses, y de la esterilidad de los matrimonios frente a la fertilidad y el amor de las relaciones ilegítimas, resultan, en ese sentido, bastante poco. Sobre todo si se tiene en cuenta que su formato es un folletín excesivamente discursivo. Un folletín, por añadidura, cuya trama podría resumirse como la relación amorosa entre un hombre y su hermana –hijos y, a un tiempo, yerno y nuera del dios Wotan, respectivamente–, que engendrarán a quien será, además de hijo y sobrino de cada uno de ellos, cuñado, y la participación de una hermanastra, que salvará al vástago en ciernes para más adelante ser salvada por él, convirtiéndose en tía y amante de quien devendrá, simultáneamente, en nieto y nuevo yerno del dios.
La walkyria, primera jornada de El anillo del nibelungo, es la segunda parte de la prolongada saga, luego del prólogo titulado El oro del Rin, y sucedida por Siegfried y La caída de los dioses. El Teatro Colón, a razón de una parte por año, comenzó con el viaje wagneriano en 2004 y lo concluirá en 2007. Más allá de la lógica costumbre de presentar, del principio al fin, una misma producción escénica –incluso con los mismos cantantes para los mismos personajes–, el Colón cambió íntegramente el equipo artístico del año anterior, debido a que el prólogo había sido de una pobreza estética rayana en la indigencia. La nueva puesta, con buenas voces y una dirección musical meticulosa y perfeccionista por parte de Charles Dutoit, tuvo aciertos en la dirección actoral, aspectos discutibles en la concepción escénica y francos errores en la realización. Kay Walker Castaldo buscó acentuar los aspectos humanos de la trama, las contradicciones de Wotan, sus problemas matrimoniales con Fricka y el hecho de que los seres que más ama son precisamente aquellos que debe castigar.
La vestimenta, mundana y atemporal, los televisores en un palacio de Walhala más parecido a un departamento burgués e incluso algún elemento cercano a la comedia, como el peinado de la diosa o el autito en que entra en escena, desprenden la historia, en todo caso, de sus connotaciones germanistas. Las proyecciones de helicópteros, cazabombarderos, desfiles, familias abrazándose en el medio de paisajes devastados y otras imágenes de guerra, superpuestas a la famosa cabalgata de las walkyrias que inicia el tercer acto, dieron, por otra parte, un cierto tono humanista –y hasta antinazi, como para contrarrestar tanto superhombre del argumento–. Los que no guardan relación estrecha con ninguna cuestión ideológica o estética son los chirridos de la escenografía cuando el autito llega al escenario, con su irredimible aspecto de Ital Park, o el fresno del que Siegmund deberá sacar la espada, convertido en este caso en una especie de piedra fosforescente, como para reafirmar la insoportable grasitud del (régi) ser (en este caso régisseusse). En una verdadera colección de defectos especiales, tanto la piedra que se enciende y se apaga espasmódicamente como los truenos que cada tanto azotan la sala y el aspecto a papel glacé de los poco nobles materiales utilizados en la escenografía hacen pensar mucho más en la bruja Cachavacha y en el viejo Show de Anteojito y Antifaz que en un teatro con pretensiones de internacionalidad.
Lo que tampoco está a la altura de las pretensiones es la orquesta. Correcta en las maderas pero con problemas de afinación en las cuerdas y carente de fraseo en los bronces, apenas ofreció una sombra de la precisa escritura de Wagner en materia de matices y de colores armónicos. Tom Fox, con graves profundos, bello timbre y un fraseo exquisito, fue un Wotan extraordinario, a pesar de mostrar un registro superior algo forzado, y Nina Warren es una de las mejores Brünhilde posibles, expresiva y con un caudal generoso que no atenta contra la calidez y la homogeneidad del timbre. Los dos, además, fueron absolutamente convincentes en la encarnación del drama. Un excelente Thomas Studebaker como Siegmund y Dinah Bryant en el papel de Sieglinde, sumados a Jeniffer Roderer como Fricka y Sergei Koptchak en el papel de Hunding completaron un muy buen plantel de protagonistas, adecuadamente acompañado por el octeto de walkyrias, de breve pero fundamental participación.


7-LA WALKYRIA
Opera de Richard Wagner
Dirección musical: Charles Dutoit.
Régie: Kay Walker Castaldo.
Escenografía: Albert Filoni y Kay Walker Castaldo.
Vestuario: Albert Filoni.
Iluminación: Jorge Pérez Mascali.
Proyecciones en video: Boyd Ostroff.
Elenco: Thomas Studebaker, Dinah Bryant, Sergei Koptchak, Nina Warren, Tom Fox, Jeniffer Roderer, Katia Escalera, Lydia Easley, Adriana Mastrángelo, Marcela Pichot, Irene Burt, María Luján Mirabelli, Adriana Clis y Alejandra Malvino.
Orquesta Estable del Teatro Colón
Lugar: Teatro Colón. Martes 12
Nuevas funciones: viernes 15, domingo 17, miércoles 20 y viernes 22.

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Tom Fox fue un Wotan extraordinario, al igual que Nina Warren en el papel de Brünhilde.
 
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