ESPECTáCULOS

El mismo reality, pero en un país que no da risa sino mucha pena

En su tercera edición consecutiva, la sátira “Gran cuñado” indaga en la nueva realidad de la Argentina, de Zamora a Graciela Camaño.

 Por Julián Gorodischer

”Gran cuñado 3”, como crónica de época, proyecta el reflejo de una Argentina renovada. Con destreza, la sátira política entendió, en su estreno del lunes pasado, que sólo habría interés por su trama y sus caricaturas si éstas se ponían a tono, y entonces apareció lo imprevisto: no el rejunte de imitadores sino un “sistema”, la casa como patria sindical y pre-republicana que, en el 2002, tiene dos ramas definidas de participantes: caudillos provinciales o gremialistas. La casa, como retrato mordaz de la Argentina duhaldista, renovó el stock, pero mantiene esa premisa que marcó al falso reality desde sus inicios: el rechazo al político de cualquier extracción. Para que no quedaran dudas, Marcelo Tinelli los recibió con un saludo lapidario: “Están llegando los políticos; guarda con los estéreos y las billeteras”.
El palo no es nuevo. Desde que se puso en pantalla, “Gran cuñado” pretendió ser una forma de catarsis: sacarle el cuero al gobernante, trazarlo con pincelada gruesa, para que el ridículo genere una carcajada cómplice en la audiencia. Esta vez, la mirada de los guionistas es más sutil que en el 2001, e intenta detectar una estructura de poder real detrás de las relaciones en la casa. “GC”, como metáfora de la política, ya no se conforma con elegir a los representantes obvios del Ejecutivo sino que interpreta las reglas y los códigos de la dirigencia; descarta el entorno presidencial, su fetiche en las dos versiones previas, e incluye periféricos con influencia como Hugo Moyano, Rodolfo Daer y Luis Barrionuevo, Carlos Reutemann, Adolfo Rodríguez Saá y José Manuel de la Sota. Tinelli los presentó sin apellidos, abonando al manual de estilo del reality que dice “tendrás solamente un nombre de pila”.
Según el modus operandi del “Gran cuñado”, una caricatura se construye por saturación de un rasgo. También en esa elección hay un golpe profundo a la dirigencia. Esta vez, la cuestión fue más allá del tic físico, corporal, y se detuvo en las cualidades del incapaz o el bruto. Luis, Hugo y Rodolfo se comen las eses; Graciela (Camaño) y Carlos guardan silencio porque no tienen nada para decir; Eduardo (Duhalde) y Roberto (Lavagna) repiten siempre lo mismo, frases muletillas e incoherentes extraídas de la vida real. El resultado: el político-clown se paseó por el estudio de “El show de Videomatch”, posó para una foto, hizo el ingreso a la casa, y Tinelli, que en los ‘90 jugueteó mediante sketches, canciones e invitaciones al programa con los verdaderos, coronó, esta vez, el gaste a las caricaturas: “Son doce de los políticos más prestigiosos de la Argentina”, ironizó. De cómplice y amigo a detractor, el conductor se rió en la cara de Graciela, Adolfo, Raúl (Alfonsín) cuando se presentaron, forma de acompañamiento a la condena social.
El escepticismo se alivianó junto con la gracia de las imitaciones más logradas: Adolfo (Rodríguez Saá) captó con habilidad la demagogia del puntano a través de la saturación del apretón de manos, y Luis (Zamora) ofreció un sorprendente parecido físico con el líder de Autodeterminación y Libertad. Necesitado de una figura de representación, Tinelli le dedicó el único halago por “cómo se desempeña en el Congreso”, aunque salvedad mediante: “Yo no sé si lo votaría para presidente”. Si las dos primeras ediciones intentaron definir un espíritu lento, obsecuente y tributario de las apariencias de la gestión delarruista, la tercera parte atribuye a los participantes una intención común: no hacerse cargo, declararse impotentes. Lavagna, uno de los personajes mejor delineados –por Freddy Villarreal– insistió al entrar y durante el brindis: “A mí me llamaron”. Y Eduardo reforzó el sentido con “que sea lo que Dios quiera”. Los programas periodísticos proveen testimonios, y “Gran cuñado 3” resignifica a través del collage. Porque se trata, apenas, de distintas expresiones de una misma idea: encierro sin salida y caricaturas dirigentes, el país como la casa, el programa como la realidad política.

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Tinelli apela al reality para expresar el sentimiento de la calle.
 
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