ESPECTáCULOS

La Feria y yo

Por Julia Saltzmann*

Ahora que el número redondo impone sacar a relucir la historia de la Feria del Libro, yo quiero recordar su prehistoria. Porque antes de que hubiera una Fundación, antes de los enormes pabellones, las inauguraciones oficiales y las visitas ilustres, hubo una Feria modesta y a la intemperie. Era el año 1968 (?), y en Florida algunos editores instalaron unos puestos precarios, quiosquitos llenos de libros. Circunstancias que nunca terminaré de saber si fueron o no afortunadas hicieron que mi hermana y yo, que teníamos doce (ella) y diez años (yo) nos ocupáramos de atender el de Ediciones de la Flor, recién brotada y en toda su lozanía. En Florida y Paraguay, dos niñas jugaban a vender. Ni con los ovillos de lana de la abuela ni con las planillas del Instituto de Planeamiento de la Facultad de Filosofía y Letras de Rosario el juego había sido tan bien provisto: blancos banquitos para las vendedoras, talonarios de facturas recién impresos y clientes verdaderos: ¿qué más necesitaba la diversión?
Hoy la imagen puede parecer extraña, pero es sólo porque pertenece al pasado, porque ocurrió hace mucho, cuando Pirí Lugones, empleada de Jorge Alvarez, exhibía su glamour. Antes de que el gobierno de Onganía desembocara en el Cordobazo, antes de que los hijos de los intelectuales nos hiciéramos militantes, cuando aún estábamos todos, cuando la pubertad acechaba pero la infancia resistía: frente al quiosquito, la galería en ele, con su posibilidad de entrar por una calle y salir por otra, no había perdido su misterio. Le dedico a Daniel Divinsky, que me hizo el primer regalo de grande, una radio Sony que aún funciona, este recuerdo de la Feria pop.
* Subeditora de Alfaguara.

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