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De grande no quiero ser...

por Adriana Amado*

De chica suponía que las mujeres de la tele eran iguales a las de la vida real. Las mujeres de la publicidad de Crespi, de Estrellita, esa pobre campesina, o de Buenas tardes, mucho gusto eran muy parecidas a las que había en el Manual del Alumno Bonaerense. Por eso no me costó entender que el modelo alternativo de emancipación venía de la mano de 14 horas de oficina con el glamour grisáceo del trajecito sastre. Años después seguía mirando con curiosidad a las figuritas de la televisión, pero ya me iba quedando claro que ser una estrellita del fulgurante firmamento televisivo era un trabajo muy abnegado que, para colmo de males, ¡no rendía!
A esta altura de mi vida, el zapping no me ayuda a encontrar a la mujer de mis sueños. Apenas si sé qué es lo que no me gustaría ser cuando sea grande. No quiero ser Susana Giménez si cada año tengo que soportar que un montón de periodistas con pancita de cerveza debatan sobre la conveniencia de hacer dieta. No quiero ser Catherine Fulop si me tengo que someter a la tiranía del escalpelo implacable del Photoshop cada vez que sacan mi anatomía en tapa a cuatro colores.
Ni Araceli González si tengo que bancarme que en todas (¡todas!) las notas de las revistas me recuerden que estoy bárbara “a pesar” de que tengo 35, 36, 37... No quiero ser Mirtha si para opinar de lo que se me antoja tengo que esperar tantos años. No quiero ser Luciana Salazar, por la escoliosis de espalda que trae aparejada la pose, ¿viste? No quiero ser Natalia Fassi porque me parece incómodo que la fama dependa tanto de un hombre. No quiero ser una mujer Dove que sólo pueda ser hermosa con arrugas, nariz ganchuda, estrías, o cicatriz: era más auspicioso cuando prometían la felicidad a través de los rulos enrulados.
No quiero ser una mamá Danonino, hipnotizada por los gritos de los chicos que no quieren comer otra cosa que lo que recomienda Dady Brieva. Ni una chica Axe porque me gustaría ser seducida por algo más que el olor a desodorante barato. No quiero ser ama de casa Gianola porque me da miedo de que me toquen el timbre y que tenga que salir, con cara de entrecasa, a mostrar los blancos de medias y bombachas. No quiero ser la despeinada del detergente porque no me banco que una gota gorrrda, con voz orrrdinaria, me venga a decir: “Mamita, andá a lavar los platos”. No quiero ser ni Lilita, ni Cristina, ni Margarita, ni Chiche ni limonada. A mí me llamás por el apellido, como a cualquier político. Aunque, claro, no me gustaría tener que dejarme el bigote como López Murphy para opinar de política en lo de Grondona.

* Autora de La mujer del medio.

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