ESPECTáCULOS

Juntos pero no rejuntados

Además de tener el valor del seleccionado de grandes-nombres-grandes del tango, Café de los maestros sorprende por la elección de los temas que cada uno tiene a su cargo, la conformación de las orquestas o los acompañamientos y el respeto por los arreglos, que responden a estilos determinados. Las luminarias del tango aparecen juntas pero no rejuntadas, traducirían en el barrio.
Muchos maestros interpretan tangos propios o ajenos que por alguna razón resultan representativos en sus carreras (Horacio Salgán y Leopoldo Federico vuelven a reunirse en La llamo silbando y en el clásico A fuego lento; Carlos García dirige su orquesta en Al maestro con nostalgia, que compuso en honor a Di Sarli; Alberto Podestá canta una gran versión de Percal, uno de sus éxitos, que él mismo estrenó con la orquesta de Miguel Caló en 1943; Virginia Luque interpreta La canción de Buenos Aires, compuesta por Azucena Maizani, quien impulsó a Luque en los comienzos de su carrera). Mariano Mores graba por primera vez el arreglo original de Taquito militar, pero también se luce con otro de sus clásicos más interpretados y más elegidos por bailarines de escenario: Tanguera. Sólo que esta vez el sonido es más limpio, los arreglos son menos recargados que los que el maestro acostumbra a imprimir a sus orquestas sinfónicas, y, sin embargo, el sello sigue siendo el de Mores.
Hay una orquesta conformada ad hoc, la Orquesta Típica Los Maestros, con la que Carlos García, Atilio Stampone y Emilio Balcarce dirigen las versiones de sus propios temas (Al maestro con nostalgia, Mi amigo Cholo y Si sos brujo, respectivamente). Al frente de esa orquesta está el pianista, compositor y director Osvaldo Requena, en el violín Fernando Suárez Paz y en sus filas hay intérpretes de la nueva generación del tango (también hay jóvenes estrellas en otros temas, como el trompetista Juan Cruz de Urquiza, en las grabaciones de Mores, o el pianista Nicolás Ledesma, que integra la orquesta de Federico). Y también hay aciertos que devienen en descubrimientos: por ejemplo, reunir en un dúo vocal a Juan Carlos Godoy y Cristóbal Repetto, representantes de dos generaciones con dos registros muy diferentes. O rescatar del otro lado de la orilla a la uruguaya Lágrima Ríos y confiarle la interpretación de Vieja viola, sola junto al guitarrista Aníbal Arias, para transformarlo en otro tango, nunca antes escuchado, dicho otra vez, profundizada la nostalgia de su letra. Si la comparación de este Café de los maestros de Gustavo Santaolalla con el Buena Vista Social Club de Ry Cooder fuese viable, Lágrima Ríos sería sin duda la más representativa entre los viejitos con swing que irían en lugar de Compay Segundo y compañía.
Así conformado, el Café de los maestros es una buena idea sustentada por una buena producción. Y, si la estética externa puede responder al canon Santaolalla (la conformación de ese “paisaje sónico” del que tanto le gusta hablar), cada uno de los temas fue concebido y llevado a cabo respetando una idea que responde a su lugar de procedencia. Cumpliendo, en definitiva, con lo que promete el arte del disco: “Aquí están: son la contracara del fraude turístico. Tienen los rasgos familiares de los abuelos, y en las grietas de las manos apergaminadas llevan escrito un destino, el nuestro”.

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