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El gustito de la soledad

Las psicoterapeutas Adriana Arias y María Cristina Lobaiza Estrada escribieron a dúo un libro con relatos vivenciales –Locas y fuertes–, en el que entre otras cosas reflexionan sobre cómo tomarse a bien la soledad.

 Por Sandra Russo

“He oído todas las excusas que puedan inventarse las mujeres. No tengo talento. No soy importante. No tengo estudios. No sé hacerlo. No sé qué. No sé cuándo. Y la más ofensiva de todas: no tengo tiempo. En tales casos, siempre experimento el impulso de colocarlas boca abajo y sacudirlas hasta que me prometan no volver a decir mentiras.” Este párrafo de Clarisa Pinkola Estés, autora de Mujeres que corren con lobos, abre el libro escrito por las psicoterapeutas Adriana Arias Stodola y María Cristina Lobaiza Estrada, de próxima aparición y al que titularon Locas y fuertes (relatos de mujeres) –editorial del Nuevo Extremo–.
Las dos no escogieron ese párrafo al azar. La misma gestación del libro comenzó a tomar decididamente forma el día en que Adriana, telefónicamente, dejó de dar una de las excusas que se citan arriba. Se conocían desde hacía mucho tiempo, y lo habían hecho en circunstancias muy particulares. Arias había sido, años atrás, la terapeuta de uno de los hijos de María Cristina. Hubo encuentros y reencuentros aislados, empatía, visiones y criterios en común, y la idea del libro germinó primero con la forma de un ensayo sobre experiencias clínicas sobre dos lugares femeninos muy fuertes: el de la terapeuta y el de la madre. Pero el tiempo pasaba y la cosa no marchaba, porque hoy no, el jueves no puedo, el fin de semana queremos estar juntos con..., la semana que viene la tengo complicada, etc.. Hasta que un día Cristina llamó a Adriana y convinieron en un siguiente encuentro. La primera preguntó: “¿Y cuándo te parece?”, y la segunda contestó: “De noche, cualquier noche”, y la primera infirió: “Ajá. Así que estamos sin pareja”. Dicho y hecho: cuando una mujer manifiesta semejante disponibilidad para un proyecto, aunque el proyecto sea para ella importante, lo que se puede deducir de inmediato es que está sola.
Se encontraron finalmente para hablar del ensayo en ciernes, pero a la cita Adriana llegó destemplada, titubeante, azorada: en efecto, por primera vez en su vida adulta, estaba sola. Aunque no realmente sola. Llegó en la compañía de unos escritos suyos dedicados a su pena de amor. En el libro Cristina recupera aquella queja amorosa de su amiga: “Tengo que ir a buscarlo. Está decidido. Me arreglo, me produzco, me pongo la ropa interior adecuada, el perfume que lo vuelve loco. Y aparezco de golpe, sin avisarle. Maravillosa, irrechazable, reina. Me instalo. Lo miro. Y sin mediar una sola palabra, le transmito, mirándolo profundamente a los ojos y en actitud desafiante: ¿viste, boludo, que estás equivocado? Yo soy la mejor mujer para vos”.
Decía el sabio Pessoa que todas las cartas de amor son ridículas, pero que finalmente sólo es ridículo quien nunca ha escrito cartas de amor. Las dos, Cristina y Adriana, advirtieron que en esa escena “había algo”, algo más potente que la vieja idea del ensayo. Y optaron por girar el timón del proyecto, y por escribir a dúo un libro con relatos vivenciales –no hay ficción: todo lo que se cuenta les ha pasado– sobre mujeres como ellas, relatos prototípicos de situaciones por las que pasan mujeres como ellas: están entre los cuarenta y los cincuenta, son profesionales, se casaron legalmente muy jóvenes, son madres que han bancado afectiva y económicamente a sus hijos y, sobre todo, tienen personalidades que no lespermitieron renunciar nunca a su rol de mujeres sexuadas. Madres activas, hembras despiertas.
Uno de los “movimientos” en los que articularon el libro está dedicado a la soledad. Dice Cristina: “Una mujer que dice de sí misma que está sola no necesita explicarle a nadie de qué está hablando: la soledad de una mujer siempre es soledad de hombre”. Dice Adriana: “Escribir este libro fue el modo que encontré para superar aquel duelo, pero además, en el camino, me di cuenta de muchas otras cosas, como por ejemplo que la ausencia de otro me permitía, por primera vez, saber de mí”.
Juntas escribieron un libro raro. Es de verdad un libro a dúo, con una interconexión entre ellas que a veces se vuelve inquietante. En el prólogo de Locas y fuertes, Tato Pavlovsky dice que en una primera lectura “me molestó la figura del hombre, descripto como vacío-ausente, y sin conciencia del daño que infligía con sus huidas y su falta de compromiso afectivo. Pensaba: ¿cómo puede ser que la vida de dos mujeres tan lúcidas sea dedicada a la espera de un hombre que nunca llega? Sin embargo (...), comencé a revisar mi historia con las mujeres de mi vida. Me di cuenta de que sólo con Susana Evans –con quien vivo desde hace 22 años– logré entender la sensibilidad femenina, aunque siempre hay algo de misterio en la mujer. En ese sentido, el libro fue una verdadera intervención institucional sobre mi vida, y esto habla a favor de la multiplicidad de efectos que puede provocar su lectura”.
Del principio al fin, se tiene la sensación de estar sacando yuyos en el jardín. Ese alma en pena por la pareja perdida toma distancia del embrujo, y poco a poco se vuelve fuerte, loca pero fuerte, loca porque sí, pero no frágil. En la voz de Adriana, intermediada muchas veces por la palabra y la mirada de Cristina, se advierte ese tránsito: del “no soy nada sin él” que hemos heredado del bolero, del folletín y del universo melódico construido para mujeres-flan, se pasa al “estar sola” sin que implique que alguien “me abandonó”. A la conciencia dolorosa pero madurita de que en todo caso la abandonada “se deja dejarse”. A la ausencia del otro se le va superponiendo lentamente la propia presencia.
Y leva, como una buena pizza, cierto disfrute nuevo. Si hay un puerto, es el de la soledad bien entendida, y significa mucho más que bancársela. Significa, como dicen Cristina y Adriana, redescubrir que una propia erótica es posible aun sin pareja estable o inestable. Que hay deseos, sabores, libertades, gustos, climas, inquietudes, posibilidades que dependen de una. El libro no se detiene en ese estado de soledad como el estado ejemplar e imitable, sino que lo describe como una isla del tesoro desde la cual, cuando se quiera, el náufrago podrá volver a zarpar. Pero si, como ellas han escrito, cuando la propia soledad vuelva a enlazarse con otra soledad y de las dos surja una nueva pareja, la íntima computadora de nuestras mentes nos hace la pregunta “¿Desea guardar los cambios en el archivo?”, es conveniente teclear que sí.

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