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Historia del jean

Según algunas fuentes, el tejido que dio origen al jean se remonta al año 300. Según otras, las velas de las carabelas de Colón eran de denim. Lo cierto es que ese material atemporal y resistente se recicla a sí mismo y sobrevive a la moda.

 Por Soledad Vallejos

Elvis los vestía como el traje perfecto del prisionero cantarín y rebelde à la Hollywood; combinaban terriblemente bien con el cigarrillo si los llevaba Marlon Brando, por no pensar en James Dean; volvían más irreal y desesperada a Marilyn en una de sus últimas películas, pero es discutible si se veían tan bonitos enfundando al ex presidente Menem; tal vez algunos recuerden esa publicidad de los ‘80 con una rubia, un ascensor, y un par astutamente escondidos en el bolso; los hubo bordados, con pedrerías muy brillantes, pintadísimos con motivos psicodélicos, elastizados, nevados. Los hay, y seguramente los habrá de modos inimaginables. Porque del jean se podrá decir cualquier cosa, pero nunca jamás que carece de ingenio a prueba de modas y suficiente astucia para haber representado tanto a hippies, rebeldes sin causa y otras variantes antisistema como al american way of life y, vamos, los valores que Occidente moría por preservar de la barbarie del Este en los años de la Guerra Fría. Has recorrido un largo camino, muchacho, desde esos días en que sólo servías como ropa de trabajo de los afiebrados por el oro californiano.
Pocas prendas han sobrevivido a una historia tan tumultuosa que, según ciertos estudiosos de la ropa y los estilos, puede remontarse hasta el año 300. Escenario: Francia. A años luz de los revolucionarios talleres textiles ingleses, un tal Serge, de quien sólo se recuerda que vivía en Nîmes, parece haber ideado un tejido de algodón demasiado rústico, pero resistente, casi ideal para los arduos trabajos del campo y los escasos fondos disponibles para costearlos. La posteridad inmediata, que siempre es injusta, sólo recuerda su procedencia, y “de Nîmes”, uso cotidiano obliga, se convierte en “denim”. Dicen que su presencia sigilosa, persistente, se habría mantenido como un fantasma desde entonces. Tal vez los impulse el fanatismo, pero un grupo de revisionistas asegura que si Colón llegó a América, lo hizo gracias a que la Niña, la Santa María y la Pinta... tenían velas y aparejos de denim, cosa que, por cierto, habrá sido digna de verse. El asunto es que, entre leyenda y leyenda, lo más cerca al siglo XX que asomó la prenda de marras, al menos que pueda certificarse debidamente, fue el final del siglo XIX: épocas de familias Ingalls, pioneros del lejano oeste desesperados por matar pieles rojas y conseguir más territorio para Norteamérica, y, claro, de la fiebre del oro de California, ésa que todavía puede verse en algunos dibujitos animados clásicos. En medio de todo eso fue que cayó el mítico Levi Strauss, un bávaro, que en su lucidez de recién llegado con ganas de hacerse la América, no tardó nada en avivarse de que, por más que California fuese el mismísimo Eldorado, los buscadores de metal brillante eran demasiados como para hacer fortuna ¿Qué hacer? ¡Pues venderles los elementos que necesitaban en esa búsqueda! Levi y familia, capital pequeño mediante, pusieron una suerte de almacén de ramos generales que vendía, entre miles de objetos, pantalones de denim, ideales para internarse en las minasllevando cosas en los bolsillos. A decir verdad, más allá de que el suyo estaba resultando un negocio próspero, sus productos no sobresalieron del montón hasta que escuchó la propuesta de un tal Jacob Davis, un sastre que no tenía dinero para registrar inventos pero sí una gran idea: añadir apliques de metal para reforzar las costuras y evitar que los pantalones se desgarraran pronto. Alzarse con la patente y convertirse en el rey de los pantalones de denim (recién se llamarían oficialmente jean a mediados del siglo XX) fueron una sola cosa. Era 1873, la prenda venía sin presillas para cinturones, pero con botoncitos para los tiradores y faltaban algunos años para sintetizar el índigo en laboratorio.
En los años ‘30, con el mundo intentando asomar de la Gran Depresión, los norteamericanos empezaron a asociar la fortaleza de los pioneros con la del jean, gracias a los vaqueros que cantaban las bondades de los Blue Bell Globe (los proto-Wrangler). Eran tiempos hambrientos de mitos de origen y sentimientos de pertenencia, como lo demostraría Levi’s al estrenar, en 1936, la (hoy) clásica etiqueta roja para diferenciar sus productos (una estrategia más que exitosa, que incluye el rediseño de su logo para ocasiones especiales, o su reivindicación como elemento histórico con valor agregado, como sucederá en el stand de la empresa en la BAF Week, donde estampará gratuitamente remeras con “íconos de todos los tiempos” de la marca). Pero nada hizo más por la difusión de estas prendas que el fin de la Segunda Guerra Mundial (más aún que el acuerdo que el Ministerio de Defensa de los EE.UU. firmó con Levi’s para darle la exclusividad de la confección de uniformes de la Marina): junto con la victoria aliada, llegaron las publicidades de Coca-Cola, el Plan Marshall y nuestros pantalones de marras.
Si en los ‘60 cualquier jean enrolaba a su portador en la contracultura, los ‘70 trajeron al país la primera marca nacional y popular, los Far West (en 1974), más o menos al mismo tiempo en que tener uno todavía dependía de tener acceso a lo importado. Hasta entonces, tal como arriesgó alguna vez la socióloga Susana Saulquin, vestir jean era sinónimo de élite: desde los años ‘50, habían comenzado a llegar como novedad en las valijas de hijos de estancieros que estudiaban en el exterior. Democratizados como prendas gracias a la globalización, se dice que en la Argentina, en años relativamente buenos, se llega a vender un jean por habitante. Y los científicos del FBI han logrado demostrar en un juicio (1998) que ninguno es idéntico a otro, porque “las máquinas que los cosen producen movimientos irregulares que hacen que cada pantalón tenga una forma diferente”. Así que tal vez, los adictos quieran celebrar a su prenda tan única como ellos el 26 de febrero. El día universal del jean, claro.

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