PSICOLOGíA › UN PACIENTE NO DEL TODO FICCIONAL

“El patrón de la maniobra”

Quizá ficticia y sin duda sarcástica es la sesión psicoanalítica de un paciente que, “patrón de la maniobra”, siempre tiene un saldo a su favor y para quien las interpretaciones no son más que “un baño de ternura”.

 Por César Hazaki *

Entró acelerado como siempre; había pedido que la sesión fuese más tarde, porque tareas arduas y complejas lo demoraban en el trabajo. Se quitó el saco y apagó los dos teléfonos que llevaba a la cintura a modo de pequeñas armas de última generación. Como se dio cuenta de que yo observaba los aparatos, teatralmente hizo un giro de trescientos sesenta grados, disparando con sus celulares a imaginarios rivales:

–¿Se acuerda cuando jugábamos al Poliladron? A mí gustaba llevar escondida en la espalda un arma: cuando estábamos ya en el final, en situación desesperada, la sacaba de sorpresa y terminábamos ganando. Pero con el tiempo se avivaron, entonces yo no dormía hasta crear otras estrategias. Fuimos unos ladrones eximios. Además, era rápido para encontrar los tesoros, husmeaba lo que estaba oculto: en el agujero de un árbol, un arma escondida; en la ingle de alguno, un puñal; en algún bolsillo secreto, el papelito donde estaban los planes de los polis. Ganábamos siempre.

Me encargué de mostrarle los aspectos edípicos del relato y de su postura de cowboy en el medio del consultorio:

–De parado, al palo. Excitado como chico que quiere meterse en la cama de la madre. Mucha arma, mucho tiro a troche y moche, mucho pelarla. La ilusión de una carga de munición inagotable.

–Querido psicoanalista: usted es, cómo decirle, un baño de ternura. Anoche soñé que me metía en una cama muy pero muy grande. Yo era tan chico que me perdía en esa cama. Usted..., ya sé que no es así, pero parece un mago: saca escenas primarias como si fueran globos de la manga y encima se anticipa a lo que sueño.

Iba a arremeter con el tema de la magia y continuar mostrándole cómo estaba empecinado en reeditar a Edipo, pero me cortó en seco:

–Por un tiempo no voy a venir.

Se hizo un silencio notorio. El tipo había dado un golpe de efecto. Pensé en él y en mi bolsillo, no podía dejar de reconocer que mis intereses saboteaban algo la próxima interpretación: eran ciento cincuenta mangos la sesión. Corté el tenso silencio:

–Acaba de darle una sorpresa al mercado. Se suma así a la volatilidad general de los mercados.

Sonrió y, moviendo su dedo índice, siguió el camino que mis palabras le abrían:

–Un ejemplo acabado de todo lo que aprende de sus pacientes. Me imagino que habrá salido de los fondos de inversión. Si está pensando a largo plazo, le recomiendo los metales. Está todo muy impredecible, hay que entrar y salir, entrar y salir. Jugar al anticipo. No quedarse quieto y, ya se sabe, a río revuelto...

Como dejó un espacio en su relato, me animé a relacionar eso de los metales duros y el meta y saca como figuras repetidas de coitos interminables. Con apuro, porque temía que me cortara, agregué con firmeza:

–Una fantasía infantil ese pene de oro, muy valioso y requerido. Un monumento fálico enhiesto que juega al movimiento uniformemente acelerado todo el tiempo.

Me cortó sin pensar mucho en lo que estaba interpretando:

–Apareció una oportunidad imperdible en Francia. Hicieron un corralito. ¡Imagínese! ¡Un corralito al uso nostro! Los tipos dicen que no hay euros para pagar unos fondos de inversión y que no saben el valor de esos fondos. Es un pagadiós hecho y derecho. Como esto recién empieza, unos financistas franceses me piden que vaya urgentemente a dirigir la operación rescate. Hay que sacar la guita de ese banco y nadie mejor que el quía. Usted sabe que tengo el mejor record de extracciones de los bancos durante la gran batalla de los años 2001 y 2002. Los colegas me regalaron una medalla de oro, ¿se acuerda? Lo que vale tener una buena trayectoria, ¿verdad?

Con cierto desasosiego, le dije:

–Oliendo y palpando siempre en lugares no santos. Logrando allí lo que otros no pueden, no saben o no se animan.

–Me gusta eso: estar donde otros no llegan o no pueden; ahí, alto y con vista aguda, mirando a la distancia, como un águila en la piedra movediza de Tandil. Así tiene que ser la vida, sí señor. Pero no se angustie, no me extrañe. Es un viaje de un mes a lo sumo. Claro que no pude con mi genio, quiero llevar una familia de cartoneros. Unos tipos que hicieron la torta de abajo, bien de abajo. Me parece que podemos hacer el negocio del cirujeo y reciclado en París. Podría crecer el asunto.

Pensé en la Roudinesco, en René Major, en los hijos, en los sobrinos, nietos y entenados que vivían de Lacan. En el Colegio de Altos Estudios. En el Campo de Marte y el Museo del Louvre. Visualicé el camino de París a Viena, esa peregrinación hacia Freud; en fin, la historia y la búsqueda de nuevos conocimientos, un deseo profundo que el maestro nos había legado. Nunca en mi vida había podido cumplir mi sueño de estudiar en París, tampoco había conocido el consultorio de Freud; estando tan cerca Viena de París, era sencillo pasar un fin de semana por el santuario. Yo había estado a punto de hacerlo, pero me tragó la plata el corralito, me dejaron sin un peso y ahora este tipo lo menciona como un filón para hacer negocios y se friega las manos.

–Mis socios de París me dijeron que soy el único que puede pilotear este asunto. Es que la rapidez del porteño sirve internacionalmente. La tarea no es fácil, hay que conseguir muchos desocupados para que hagan cola las veinticuatro horas en la puerta del banco, darles algo de comer, organizar los relevos, pagarles cada doce horas, tratar de ser los dueños de la lista de espera. En suma, llegar a tiempo para estar con todo preparado para el comienzo del gran bolonqui. Ellos saben que ése es uno de mis fuertes.

Calló un momento, como seleccionando lo que iba a decir:

–El patrón de la maniobra, le pido reserva con esta información, es el mismo banco que organizó el corralito. La verdad, estimado psicoanalista, es que cuando ajustamos todo el banco canta pelito para la vieja y comienza el zafarrancho de combate. Igual que acá. Y quieren un experto, son tan cautos los europeos de bien... Claro que, si salta la térmica, el que cargaría con el castigo sería este sudaca laborioso. No son boludos, necesitan gurkas que les hagan el trabajo sucio. Pero uno puede buscar un árabe o algún africano que quede pegado y listo. La ley del gallinero, ¿vio?

Con cierto escepticismo traté de hablar de ese monumento de oro que soñaba con ser conocido en todo el mundo:

–Usted se imagina como Príapo y desea que todos lo vean y se lo toquen. Endiosado e impune.

Educadamente me contestó:

–Puede ser, puede ser... Mire, si la cosa se viene abajo, en la Ciudad Luz varios viejitos van a morirse del corazón. No van a aguantar el disgusto. Y nadie se va a ocupar. Quizá podemos tomar algunas casas con los tercera edad adentro ya fritos. Hay un farmacéutico que prepara un acetilbenzoico sódico que, con un par de inyecciones, hace momia un muerto en menos de dos horas. Y el negocio de alquilar a los indocumentados es muy pero muy bueno. Con eso le bajamos los precios al barrio, lo hacemos bien marginal, mucha falopa, delito, prostitución y los buenos vecinos rajan en horas. Lo que queda lo compramos por monedas. Después, se trata de hacer zonas residenciales para familias con mucho vento. Como la onda country se acabó, reciclamos todo. Exporto unos okupas del tercer y cuarto mundo para eso. No tengo mucha relación con la falsificación de pasaportes; ahhh, ya sé, le voy a preguntar a B. C., que es representante de jugadores de fútbol. Ese lo hace nacer a uno en cualquier lugar del mundo, se lo juro. Antes de poner el primer ladrillo rajamos a los okupas con la cana and the pesada y a construir se ha dicho. Hay que tener una perspectiva global del asunto.

Miró el reloj y, sin decir mucho más, me pagó con quinientos euros las tres sesiones que me debía. Le dije que no tenía cambio, era imposible. Desdeñó con un gesto y agregó:

–Me queda un saldo a favor, no se caliente. Tómelo como una operación de mercado: estoy comprando sesiones a futuro. Lo voy a extrañar, con su silencio y sus interpretaciones me abre campos inmensos para mis negocios. Yo lo llamo.

Fue lo último que escuché al cerrar la puerta.

* Relato incluido en el libro El psicoanalista perdido (ed. Topía).

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