PSICOLOGíA › EXAMEN CRITICO DE LOS PLANTEOS DEL MEDICO PATCH ADAMS

Sobre los riesgos del payaso al payasear

Por Benjamín Uzorskis *

El verdadero Hunter “Patch” Adams llegó a Buenos Aires el 11 de agosto pasado y personas vestidas de payaso lo recibieron con alborozo en Ezeiza. En el film Patch Adams (Estados Unidos, 1997), Robin Williams interpreta a un atípico estudiante de Medicina, extravagante y contestatario, que pone en cuestión algunos temas de importancia: la vocación del estudiante, la cosificación del paciente, el miedo a la transferencia y al compromiso emocional con el enfermo, el inicio de la industria de los juicios por mala praxis. El film dejó la impronta de un rebelde estudiante de Medicina que acude a la risa para bajar de su pedestal al médico y sugerir algunos cambios en la relación médico-paciente, siempre con un tono impregnado de un voluntarismo optimista. Aspecto que quiero destacar como señal de alarma, por lo que pueden promover las intervenciones realizadas con este estilo y en identificación con la euforia voluntarista de este singular personaje.
Lo fundamental, para Patch Adams, es “dar amor” y “preguntarse por la estrategia del amor que tiene cada uno en su vida”. Sabemos que los tiempos del neocapitalismo reciente, en conjunción con el avance imparable de la ciencia, han establecido una disyunción con todo aquello que es del orden del amor. Los intercambios sociales se producen, mayoritariamente, bajo el imperio del time is money y con la exigencia de una adecuada relación costo-beneficio. Es por esta razón que aparecen respuestas donde se pretende hacer retornar el ideal del amor, como amor al prójimo, a la naturaleza, a la humanidad toda, por medio de discursos que intentan restablecer el amor como ideal con diversas y risibles consignas imperativas.
El problema, en mi opinión, es que Patch Adams se situó claramente en una posición superyoica, como si ordenara: “Amen, aunque no los amen”. Y ésta es precisamente la fórmula que enunció Lacan como aquella que asegura el fracaso en el amor. En ningún momento Adams advirtió sobre los pacientes difíciles, los que pueden estar cargados de odio o resentimiento, ni hizo referencia a las dificultades concretas que se pueden presentar a diario con familias donde los resquemores previos dificultan el acercamiento al paciente internado. No. Para Patch Adams, todo es y debe ser idílicamente amoroso.
La respuesta fascinada y los coros festivos de la numerosa audiencia que lo escuchó disertar, en una carpa frente a la Facultad de Medicina, en un clima cuasi religioso de aceptación y admiración por todo lo que proponía Patch Adams, da un excelente ejemplo de cómo, según señalara el psicoanalista Ricardo Estacolchic, “en la medida en que el otro va al lugar del ideal, el sujeto hace de él algo así como el centro de su verdad y el sostén narcisístico de su imagen”.
No hay por qué negarle a Adams su cualidad humanitaria pero, en tanto se promueve como modelo ideal, dejando escaso o nulo lugar para la reflexión, muy probablemente puede promover peligrosas intervenciones en territorio médico que podrían estar en el orden del acting-out.
En mi opinión, el fenómeno Patch Adams debería pensarse como una respuesta sintomática a la tecnomedicina, a falta de mejores respuestas. No son éstos los tiempos de Balint, cuando proliferaba la medicina social. Estamos en tiempos de ajuste: las cuentas tienen que cerrar. Tampoco existe actualmente el entusiasmo de las décadas del ‘70 y ‘80 del siglo pasado, cuando los profesionales de la salud nos sentíamos agentes de cambio.
Esta respuesta a la tecnomedicina merece ser investigada. Los escasos comités de bioética que funcionan en las instituciones médicas se dedican a la investigación o a promover la educación médica, más bien que como organismos consultivos para repensar el acto médico. Quizás la visita de Patch Adams pueda despertar inquietudes con mejor curso que el propuesto por él mismo, en tanto hagamos presente nuestra propia historia hospitalaria donde, como en muy pocos países se ha dado, existe una muyrica experiencia conocida como interconsulta médico-psicológica, que no ha sido sin consecuencias en más de una generación de médicos argentinos y extranjeros. Ese hecho produjo una apertura mental que permitió considerar la subjetividad del paciente como una variable importante en el acto médico.
Por lo demás, algunos médicos argentinos, trabajando con niños, refutaron de antemano la originalidad de Patch Adams, ya que, seguramente en relación con el aporte de psicólogos nativos, implementaron modificaciones de trato y de entorno más alegre, observando, con sentido común, que la risa sola no hace todo.

* Autor de Clínica de la subjetividad en territorio médico (Ed. Letra Viva, 2002). Texto extractado de “Patch Adams: un síntoma de la tecnomedicina”, que apareció en la revista Imago Agenda de septiembre.

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El doctor Adams, en su reciente visita a Buenos Aires.
 
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