PSICOLOGíA › EXPERIENCIA DE TRABAJO CON GRUPOS PSICODRAMATICOS EN “PACIENTES SEVERAMENTE PERTURBADOS”

“Comprometerse con otros cuerpos y con otros movimientos”

El relato de una experiencia concreta permite reexaminar las posibilidades del psicodrama en grupos terapéuticos, incluso con pacientes “severamente perturbados”, y, de paso, revisar las posibilidades generales de esta estrategia terapéutica, donde, a partir de las escenas que aporta cada integrante, “no se moviliza no sólo el que dramatiza sino también el que ve dramatizar”.

Por Rosa Gremes*

Como psicodramatista, estoy a cargo de un grupo terapéutico en una clínica de día. Nuestra población está constituida por lo que se ha dado en llamar “pacientes severamente perturbados”; no cabe aquí detenerme en las estructuras de personalidad que puedan conformarlos. Muchos de estos pacientes han sido internados una o más veces y en su mayoría han transitado por múltiples tratamientos. Casi todos reciben o han recibido psicofármacos. ¿Qué puede hacer un psicodramatista en este medio?
El grupo con el que trabajo es abierto, con una población estable de 12 a 14 personas, de ambos sexos, heterogéneo en cuanto a edades. Nos reunimos una vez por semana durante dos horas y trabajamos con técnicas psicodramáticas, es decir: producimos escenas, utilizamos role-playing y en algunas oportunidades juegos dramáticos.
Siempre comienzo trabajando con la palabra: sentados en rueda, mirándonos, escuchando lo que se repite y lo novedoso de este día en particular, pregunto: “¿Cómo están hoy en el grupo?”. Siempre hay alguien que responde: esa respuesta, y las lecturas que los psicodramatistas hacemos a partir de la distancia relativa entre los miembros, la posición de las sillas, los movimientos, me llevan a enterarme del clima grupal reinante.
Escucho hasta escuchar un tema que pueda ser considerado como emergente grupal. Cuando esto no es posible, lo que generalmente sucede es que alguno de los pacientes está muy confuso y desorganizado o relata un delirio. El grupo se muestra movedizo, algunos no pueden permanecer sentados, el clima se traduce en nerviosismo general acompañado por una sensación de “sálvese quien pueda”.
En estos casos, la propuesta parte de mí: comenzamos con un trabajo de respiración profunda y continuamos con la consigna de poner atención a las diferentes partes del cuerpo, que les voy nombrando: cada uno va respondiendo qué le dicen esas partes. Este ejercicio tiene dos objetivos: uno es caldearlos para que cada uno pueda expresar lo que siente en esa situación; el otro es indicarme el armado de alguna escena subyacente, que pueda ser desplazada a otra del orden de lo cotidiano y que sirva como “cable a tierra” de las ansiedades del momento.
Es importante, en presencia de una desorganización grupal, estimular la dramatización de alguna actividad concreta que ayude a canalizar la angustia motrizmente y de ese modo conseguir algún tipo de organización.
Trabajo siempre con el consenso del grupo, tanto para la elección de la escena como para la del protagonista o incluso la de dramatizar o no ese día. Estimulo el compromiso en cuanto a lo elegido para dramatizar, y cada uno, de acuerdo con sus posibilidades, interviene e interactúa.
Juntos creamos maneras psicodramáticas de despedir a los que se van, y modos psicodramáticos de recibir a los que recién se incorporan, por ejemplo juegos dramáticos de bienvenida.

La otra palabra

En cuanto a la técnica, utilizo los tres tiempos propios del psicodrama en general. El primero es el caldeamiento, en el cual el cuerpo se prepara para, después, resonar ante la dramatización (estamos acostumbrados a defendernos mediante la palabra): el caldeamiento puede lograrse caminando, aflojando los nudos corporales mediante música, hay distintos modos. Cuando el coordinador estima que el grupo está caldeado, empieza a trabajar para que aparezca alguna escena. Puede tratarse de una escena grupal, pero en situaciones terapéuticas generalmente hay un protagonista, que es uno de los pacientes: el que ese día ha traído un tema.
Durante la dramatización, pueden intervenir los yoes auxiliares: otros integrantes del grupo que desempeñan los roles que el protagonista necesita para desplegar su escena; si el paciente ha tenido un conflicto con su jefe, un yo auxiliar puede desempeñar este papel, y a partir de ello generarse, por ejemplo, cambios de roles (de todos modos, la participación como yoes auxiliares no es lo usual en grupos de pacientes severamente perturbados).
Después de la dramatización viene el compartir: se pasa, ahora sí, a la palabra, desde la cual cada uno simboliza lo que sintió. Es el momento en que cada uno puede identificarse con lo que sucedió o con el protagonista, recordar algo de su historia; en psicodrama, se moviliza no sólo el que dramatiza sino también el que ve dramatizar.
La alegría
En el grupo al que me refiero, el respeto sistemático por las premisas del psicodrama se ha incorporado de tal manera que los integrantes mismos las identifican y las reclaman: ¿operan las premisas como un ordenador psíquico?
Lo que presenta dificultades a estos pacientes en particular es el cambio de roles: ponerse en el lugar del otro no les es siempre posible; tampoco les es fácil la expresión de soliloquios. Con paciencia, trato de que lo consigan, haciéndoles ver cuándo se salen del rol o cuándo evitan expresar lo que sienten.
Es notable la alegría y el sentimiento de logro que trasmiten después de la experiencia psicodramática. Lo que en pacientes menos perturbados resultaría un descaldeamiento, una obturación de la espontaneidad por insistir en el armado de la escena, es diferente con éstos: el trabajo meticuloso de alguien que se ocupa para que puedan llevar a cabo la propuesta propicia el caldeamiento, y aparecen el aprendizaje y la reflexión.

Nueva piel

Los neuróticos considerados graves, o las personas en quienes predomina la denominada organización narcisista, no son “antisociales”. Son socialmente ineficaces, porque buscan la satisfacción bajo presiones abrumadoras y con métodos muy primitivos para conseguir alivio.
El grupo es en estos pacientes un lugar donde la confusión entre lo interno y lo externo llega a ser, por momentos, dramática. El hecho es que, en un grupo, se ven llevados a salir de su encierro narcisista. El deseo de ser capaz de amar genuinamente y aceptar a los demás es de fundamental importancia motivacional.
Mi preocupación y mi tarea iniciales fueron armar, en ese medio grupal, un espacio psicodramático: es decir, poder dramatizar todo lo que aparezca, estimular al grupo a pensar escenas, a tomar confianza en dramatizar todas las escenas posibles (¿las hay imposibles?), a comprometer el cuerpo y el movimiento, a comprometerse con otros cuerpos y movimientos, a aventurarse al contacto corporal, a explorar e identificar sensaciones.
René Kaës define el grupo como “una escena donde emergen formaciones del inconsciente, el mundo interno de los sujetos”.
Graciela Selener afirma que “el grupo funciona como un aparato elaborador, una membrana que contiene; permite un reapuntalamiento del psiquismo para poder construir una nueva piel psíquica, que seguramente contiene aspectos nunca constituidos en el psiquismo” (“De lo impensable a lo pensable. Espacio imaginario del grupo: un sueño imposible”, Revista de Psicología y Psicoterapia de Grupo, 1994).
Los grupos con pacientes severamente perturbados, ¿funcionan como piel o como frontera? “Piel” alude a la diferencia entre continente y contenido. Frontera, en cambio, alude a límite: más allá o más acá: “Acá puedo, pero afuera es diferente”. Diferencia que marca la singularidad de “yo”, de “nosotros”, de “los otros”.
Y esto marca a su vez la pertenencia, entendida como elemento básico en la seguridad psíquica y la salud mental –como ya lo postulaba Kurt Lewin en 1948–. La pertenencia puede ser vista desde dos caras: la necesidad de conservar un ámbito social, pero también el esfuerzo activo de una persona por construir y preservar algo a lo que pueda pertenecer.
Pertenecer, en este caso, a lo que llamo un medio lúcido.
Llamo “medio lúcido” al generado por una actitud clínica que provee claridad e información fidedigna y confiable, incluyendo el encuadre que determine y sostenga el terapeuta.
Por ejemplo, como terapeuta cuido la puntualidad, tanto en el horario de comienzo como de finalización de la actividad. La observación de este encuadre hizo que paulatinamente todos, de acuerdo con sus posibilidades, llegaran a estar en horario; y algunos pacientes, que no toleran bien las dos horas de trabajo y al principio directamente se retiraban, pasaran a avisar antes de irse, en la actitud de quien solicita un permiso, una autorización. Este detalle podría pasar inadvertido pero, en un grupo de estas características, indica la posibilidad de algún cambio: el otro está revistiéndose de cierta importancia; el otro-grupo, el otro-terapeuta, pasan a ocupar un lugar en el mundo interno. Y este lugar no es el de la certeza, no es el de un saber rígido, no sujeto a proceso: es un lugar que autoriza.

* Presidenta de la Sociedad Argentina de Psicodrama. El texto es un fragmento del trabajo “Narciso y el lago: cambio de roles. ¿Posible o imposible?”. Como los demás trabajos que se incluyen en estas páginas, es pertinente a la preparación de las IX Jornadas de Psicodrama “Escenas de una sociedad desentramada”, que se efectuarán el 25 y el 26.

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