SOCIEDAD › UNA MUESTRA DE LA LENCERIA QUE SE USABA ENTRE 1900 Y 1950 EN BUENOS AIRES

Calzones que cuentan la historia

Corsé, enaguas, viso, liguero, calzones y muchos años después, corpiños: la historia de la ropa interior puede verse en el Museo del Traje.

 Por Mariana Carbajal

La lencería siempre despertó suspiros a lo largo de la historia. Incluso cuando la ropa interior, cargada de bordados y encajes, se ocultaba debajo de largos vestidos que llegaban hasta los tobillos, como los que lucieron las damas porteñas entre finales del siglo XIX y principios del XX. El summun para los hombres de aquella época era que esos volados y esos encajes de las enaguas o de los visos se asomaran por debajo de las faldas cuando las mujeres subían al coche o al tranvía. “Era muy sexy”, revela Susana Speroni, directora del Museo Nacional del Traje, que hasta junio ofrece una muestra temporaria sobre la lencería que se usó entre 1900 y 1950 en Buenos Aires, que permite conocer la historia desde una óptica más sensual y atrevida.
La ropa interior femenina sufrió grandes cambios desde los primeros strophium, banda de seda con que se cubrían el pecho las mujeres romanas; la feminalia, el pequeño calzón de seda, y la interula, especie de camisa interior hecha de algodón, lino, linón o seda natural que usaron tanto señoras como señores desde el período gótico hasta bien entrado el siglo XIX, cuenta a Página/12 Speroni, profesora universitaria de la Historia de la Indumentaria. Los cambios en la lencería acompañaron las transformaciones sociales, particularmente en torno de la vida de las mujeres, y la evolución de la moda y fueron posibles a partir de la aparición de nuevos materiales como el nylon en 1939, hasta llegar a las revolucionarias fibras tipo lycra.
“El primer registro de la historia de las dos piezas famosas son mosaicos del siglo V de la era cristiana, de Piazza Armerina en Sicilia, en los que hay doce muchachas que se llaman las gimnastas luciendo lo que hoy conocemos como bombacha y corpiño”, dice Speroni, conocedora de la evolución de la indumentaria tanto como de la palma de su mano.
La muestra temporaria que ofrece el Museo del Traje no se remonta tanto en el tiempo. Se limita a la primera mitad del siglo XX. La exposición abarca dos salas y puede visitarse martes a viernes, domingos y feriados de 15 a 19, en Chile 832, en el barrio porteño de Montserrat (los domingos a las 17 hay visitas guiadas). En la primera de las salas dedicada a la lencería, las prendas corresponden al período de 1900 a 1910. Por entonces no había bombachas; las damas usaban calzones. “Recién en la década del setenta van a aparecer las bombachas de tiro corto”, acotará Speroni. Los camisones de hombre eran camisas largas, abotonados adelante. Las prendas femeninas “de debajo” de la Belle Epoque, de 1870 hasta la Primera Guerra Mundial, todas blancas, estaban cargadas de bordados a mano, aplicaciones de encajes, alforzas, alforcitas, alforzones, valencianas, entredós, monogramas, bordados y pasacintas. “La dama del período romántico, de finales del siglo XIX y principios del XX, usa una camisa, calzones, corsé con liguero para sujetar las medias, puede llevar enaguas o viso y cubrecorsé”, enumera Speroni. La multiplicidad de prendas interiores superpuestas no distinguía clases sociales, aunque sí se diferenciaban las mujeres ricas de las pobres por la calidad de las telas y adornos ocultos debajo de sus vestidos que llegaban al piso. “Esa lencería que nosotros vemos en la muestra no se veía. El summum en aquel tiempo era que esos volados y esos encajes de las enaguas o de los visos se asomaran por debajo del vestido cuando las damas subían al coche o al tranvía, como dice alguna milonga. Era muy sexy”, se divierte la directora del museo. En una vitrina permite descubrir varias cofias para dormir de 1920 y un tortuoso corsé con liguero de 1900, prenda que dejaría de usarse entre 1905 y 1907 como parte de un cambio impuesto por el gran modisto de alta costura francés Paul Piret, que quería que la mujer se liberara de tanta ropa, que no estuviera tan adornada, porque iba a lanzar la moda directorio, es decir, aquella que saca el talle de su lugar y lo lleva debajo del busto. “Entonces la ropa interior va a ir transformándose, haciéndose más adherente al cuerpo, con menos enaguas”, relatará Speroni. La segunda sala muestra la lencería de 1920 a 1950. Es evidente la simplificación de las formas: aparece la camisa calzón con sujetador, el body como el actual. “Terminó la Primera Guerra Mundial, subió el largo de las faldas –entre 1920 y 1930 cambió tres veces hasta llegar a la rodilla–; hay una mujer que muestra las piernas, que fuma... El cambio fue notable. De aquella época es la famosa moda garçon, sacada de un personaje de una novela francesa que llevaba ese nombre, que trabajaba, era liberada, se pintaba los labios, mostraba las piernas, fumaba y tenía un hijo sin haberse casado”, recuerda Speroni.
El corpiño fue invención de una señorita norteamericana de la alta sociedad que con su doncella diseñó un sostén de dos “triangulitos hechos con pañuelos atados con una cintita”. La idea no tardó en llegar al mercado. En la década del ‘30 ya está desarrollada la industria del corpiño, de la faja que empiezan a hacerse hasta de la cintura hacia la media pierna o cubriendo todo el muslo, de los culottes, las bombachas y las combinaciones. “Después de la guerra del ‘14 –continúa explicando Speroni–, se dejaron de fabricar montones de elementos bélicos que usaban caucho y goma y esos materiales empezaron a utilizarse en la industria textil, en la ropa interior.”
Entre la lencería expuesta se destaca un calzoncillo de hombre de principio de siglo con faja incluida para ocultar la panza y lograr que el frac quedara impecable. Lo curioso es que esa prenda jamás fue estrenada: tiene todavía la etiqueta original de la tienda Gath & Chaves.

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Las prendas interiores, todas blancas, estaban cargadas de bordados a mano, monogramas y pasacintas.
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