SOCIEDAD › LEON GIECO-VICTOR HEREDIA CANTARON AYER ANTE 50 MIL PERSONAS

Juntos fueron multitud

El recital de solidaridad con los escolares perjudicados por las inundaciones en Santa Fe, convocado por el gobierno nacional, atrajo a una multitud a Plaza de Mayo. La gente donó cuatro toneladas y media de útiles, zapatillas y guardapolvos, que servirán para satisfacer las necesidades escolares de un año completo de cuatro mil niños santafesinos. El éxito de la iniciativa, dijo el ministro Daniel Filmus, parece “el símbolo de una Argentina nueva”.

Un pogo gigantesco parece zarandear la Plaza de Mayo, y León Gieco mira desde arriba del escenario ese ir y venir de humanidades entusiastas, ese puñado de banderas argentinas que parecen un espectáculo aparte, algunas flamantes, otras gastadas. Hay cincuenta mil personas y la mayoría canta mientras salta, acaso porque así espantan el frío, pero también porque participan de una fiesta que está en su apogeo. “Si me pedís que vuelva otra vez donde nací/yo pido que tu empresa se vaya de mi país”, canta León y la multitud canta con él. “Y así será de igual a igual, y así será de igual a igual”, corean todos. El mozo que se ha asomado al balcón de la Casa Rosada que da a las oficinas del vicepresidente no sabe la canción, pero menea rítmicamente la cabeza, como un abuelo divirtiéndose con un enjambre de nietos revoltosos. León sonríe satisfecho: apenas son las 17.10, pero la misión ya está cumplida. La Plaza está repleta, la solidaridad con Santa Fe –hecha útiles escolares, guardapolvos, zapatillas y libros– ha desbordado las previsiones y cualquier argentino que tenga en su casa Canal 7 puede acceder en vivo y en directo a un recital de aquellos que durante mucho tiempo fueron un acto de militancia contra el poder. Es el Día de la Independencia y Argentina parece, por una vez, un país en el que hay cosas que festejar.
- Independencia. El ministro de Educación, Daniel Filmus, conversa ahora sobre las escuelas de sus hijos con Víctor Heredia, que ha bajado del escenario aterido de frío. Heredia toma mate cocido y debe ser el más apurado de la zona, porque lo espera un recital nocturno en Baradero, pero con una paciencia infinita atiende, uno tras otro, los requerimientos de la producción y los periodistas. Es que el recital de dos de las figuras claves de la música popular comprometida de los últimos treinta años se ha convertido en una noticia central de la agenda de los medios en el feriado del 9 de julio, usualmente tan soso, tan de desfiles, misas y actos en que el protocolo manda sobre las ideas. En torno del escenario, montado frente a la Casa Rosada, no hay esta tarde ni funcionarios –salvo Filmus, al que pocos, muy pocos reconocen– ni uniformados: brillan en cambio, los ojos de los músicos, emocionados por ser parte de una fiesta popular que por una vez no se concreta contra el poder político, sino auspiciada desde el poder político.
“Cuando se ve que hay propuestas de esta naturaleza, debe haber un compromiso de nuestra parte”, ha dicho Heredia en una entrevista publicada por la mañana por Página/12. Ante los cronistas que esperan tras la valla, Heredia confiesa luego de su parte solista en el show que está conmocionado por la cantidad de gente presente. Le recuerdan entonces una observación de la conductora televisiva Mirtha Legrand, que le preguntó al presidente Néstor Kirchner si era cierto que “se venía el zurdaje”, para espanto de quienes la piensan diferente a sus años de elogio a los militares genocidas. “Que Mirtha no se asuste”, contesta el músico. “Aquí nunca hubo un gobierno que respetara los mandatos populares, y así nos fue. Que lo piense, que por ahí le va mejor con éste.” El guitarrista Esteban Morgado, mirando la multitud desde un costado del escenario, como quien observa la vastedad del mar desde un promontorio, piensa, como para sí: “La verdad es que han pasado en este país, en un mes, cosas que no habían pasado en veinte años”. El padre le pregunta a Irene, que tiene seis años, si sabe qué es la independencia. Irene tiene un tapadito reversible anaranjado y marrón y guantes con la cara del gato Félix. “Un nene que se lava los dientes solito es un nene independiente”, responde, con su lógica impecable de primer grado. “Un nene que necesita ayuda de la mamá para lavarse los dientes no es independiente.”
- Multitudes. Una vez, poco antes de morirse en la calle Alsina, en diciembre de 1987, cuando estaba como exiliado en San Telmo, Luca Prodan le transmitió por teléfono a un amigo sus impresiones de una jornada de protesta en Plaza de Mayo. “Es una acto típicamente argentino”, le contó, hablando desde un público de los que ya no existen. “Hay Madres viejecitas pidiendo por sus hijos desaparecido, uno del PO fumando porros y un montón de tipos vendiendo choripán.” Dieciséis años después de eso, la Plaza parecía ayer a las tres de la tarde una kermese, desde la zona que enfrenta al Cabildo hasta la Pirámide que todavía, cada jueves, siguen rondando las Madres. Había: afiches de Miguel Bonasso diputado, vendedores de la revista Hecho en Buenos Aires, buscavidas disfrazados de Piñón Fijo, vendedores de globos inflados con gas con estampas de los Teletubbies y Winnie Poh, de escarapelas (de 0,50 a 1 peso) banderas (de 2 a 5), gorros (de tres a 12) y de perritos de cabezas bamboleantes, pochocleros, gitanos, turistas, fotógrafos con ponies (tres), racimos de militantes de causas nobles y hippies desorientados del siglo XXI, fumando, tomando mate y tocando la guitarra, como si tal cosa. Unas diez mil personas, que a lo largo de la tarde fueron y vinieron en una especie de mercado persa latinoamericano, ideal para un documental de People & Arts. Pero de la Pirámide en adelante, con un vallado de por medio, el panorama era diferente. Muy.
Las decenas de miles de personas que se agolparon delante del escenario, ocupando el ancho completo de la zona, desde Diagonal Norte a Hipólito Yrigoyen, eran público de Gieco y Heredia, en general, es decir familias de clase media establecida, parejas jóvenes con hijos chicos, novios veinteañeros, algunos abuelos y grupos de adolescentes todo terreno, algunos de ellos fieritas, otros tetabrik, otros stones, pero casi todos con look nac and pop. Cuando Andrés Giménez, el líder de A.N.I.M.A.L., subió al escenario para acompañar a León en su himno “Cinco siglos igual”, con su estilo heavy metal argento, sus saludos con cuernitos, un código del género, causaron una reacción en los pibes de adelante, esos que empujaban y empujaban, para quedar contra la valla de protección, más por rutina de recitales y por necesidad expresiva que por otra cosa. La reacción partió desde la zona en que una bandera de Los Piojos flameaba al lado de otra de Banfield, pero negra. Y fue a favor: muchos más cuernitos, para asombro de los de otros palos, que quizás se enteraron así de que el gesto es un está todo bien.
Heredia y Gieco comenzaron juntos el recital, casi a las 16, mientras la Plaza iba llenándose de gente, de cámaras, de reporteros, mas no de policías. La consigna de la organización, un acto de solidaridad con los pibes inundados de Santa Fe, había pegado fuerte en el público: las colas de familias dejando útiles y objetos de estudio ante las mesas habilitadas eran conmovedoras. Juan Carr, de Red Solidaria, que monitoreaba todo por ahí, como siempre, no dejaba de repetir que los argentinos son solidarios a más no poder, lo que todo el mundo sabe pero no siempre se verifica en las prácticas activas. “La colina de la vida”, de León, y “Supongamos”, de Víctor, avisaron a la multitud, en parte aún desperdigada, que se venía un recital que terminó desarrollándose durante dos horas y media e iría llenándose de postales, emociones colectivas, reivindicaciones, recuerdos. Un hombre disfrazado de payaso, que había empezado la tarde ganándose unos pesos a puro inflar globos, empezó a acercarse al escenario y terminó mezclado con el pogo de adelante, en una imagen sorpresiva y tierna. Sobre el escenario, un grupo de chicos de escuelas primarias de Santa Fe –que habían dado por inauguradas las actividades cantando el Himno Nacional– completaban una escenografía sugestiva. El fotógrafo presidencial Víctor Bugge, que trabaja en la Casa Rosada desde 1976, jura que nunca vio nada igual: el edificio que simboliza el poder político tomado por una multitud pacífica y compacta dispuesta, ante todo, a tener una fiesta en paz.
- Memoria. Daniela Heredia tiene ahora 24 años, pero es famosa desde niña, por una canción en que su padre saludaba, no le quedaba más remedio, su costumbre de decidir cuándo era de día, y qué paredes de la casa pintar. Cuando ayer Víctor cantó “Dulce Daniela”, aquella niña estaba abrazada a su marido, mirando las cosas fluir, desde los alrededores del escenario, una anónima en una multitud abigarrada. Un rato después se fue, aterida de frío. Para entonces su padre ya había liquidado la aún estremecedora “Informe de situación” –tan vigente a principios de los 80 como veinte años después, por desgracia– y arremetido una vez más con “Todavía cantamos”, en el momento que marcó el retorno de Gieco a escena. Un rato después, en el trailer que era su camarín, Heredia hablaba de los goles que, afirma, sigue haciendo en los partidos en que se empeña, como si el tiempo no hubiese pasado. Tiene, al menos, una lesión de futbolista que mostrar: una cicatriz enorme serpentea en su pierna izquierda. Pero eso no lo sabía el público que lo acompañaba unos segundos antes en “Razón de vivir”.
El prócer poeta Luis Alberto Spinetta ha dicho que Gieco es “el noticiero del rock” y eso parecía más que cierto para quien lo escuchara ayer, cuando “La memoria”, cantada en el lugar exacto, repasaba la historia de dolor de la Argentina reciente. León, se sabe, no ha dejado lucha o conflicto social sin testimoniar, en una vertiente de su repertorio inicial que ha terminado convirtiéndose en central. Canciones tan antiguas como su carrera, como “Hombres de hierro” (inspirada por el Mendozazo de 1970 y difundida en el disco El Acusticazo, previo a su primer trabajo solista) han superado cualquier circunstancia inicial –incluso el hecho de ser un robo musical, a guitarra armada, de “Blowin’ in the wind”, de Bob Dylan– hasta convertirse en clásicos del repertorio popular. La versión de ayer sin ensayo junto a Javier Calamaro no debe haber sido ni por cerca la mejor de su vida, pero versos tan elementales como “Gente que avanza se puede matar/pero las esperanzas quedarán” continúan siendo de un poder de evocación y síntesis increíbles. Acaso porque esto es Argentina y no Suiza.
León tenía más invitados, de Roque Narvaja a Miguel Cantilo, de Roxana Carabajal a Abel Pintos, del grupo Mitimaes a la sorprendente armoniquista Sandra Vázquez, del mexicano Alejandro Filio a Esteban Morgado, de lo que le cupieron en su generoso set, porque sólo un límite había en la tarde: la necesidad de terminar a las 18.30. A esa hora, los Granaderos a caballo que son la escolta de la Casa Rosada, debían arriar la bandera argentina y así lo hicieron porque, al fin y al cabo, ¿para qué sirve un militar si no puede cumplir horarios con exactitud? Antes de eso, con un frío polar que la multitud pareció no registrar, los héroes populares habían cerrado, todos los invitados sobre el escenario, con “Sobreviviendo” y “Sólo le pido a Dios”. El que vio a la multitudes dispersarse por la ciudad vestida de feriado, en grupos de pasos apretados, en autos que saturaron la zona, en subte, en colectivos, en ómnibus escolares, a pie, en taxis, se habrá quedado convencido de que la cultura es la sonrisa. Podía decirse ayer: la sonrisa solidaria, la sonrisa del deber cumplido, la sonrisa de las mayorías sabiéndose representadas. La sonrisa de la Independencia como una fecha posible de festejar, no la sonrisa boba de la publicidad televisiva de esa pasta de dientes que te blanquea los dientes, pero jamás el alma.

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Una postal de uno de los tres momentos en que León Gieco y Víctor Heredia compartieron el escenario, ubicado frente a la Casa Rosada.
 
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