SOCIEDAD › ADMITEN EN FRANCIA QUE HAY 3000 MUERTOS POR LA OLA DE CALOR

La política también se recalienta

Tras 12 días de calor, sobre el gobierno francés comenzaron a llover las críticas por el desmanejo de la crisis. Hasta se supo que se difunden temperaturas más bajas que las reales.

 Por Eduardo Febbro

El calor sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial que azotó a varios países europeos en las últimas dos semanas dejó un tendal de muertos en Francia y ocasionó daños considerables al medio ambiente. Tres mil muertos en 12 días, decenas de miles de hectáreas incendiadas, ríos que perdieron dramáticamente sus niveles, funerarias en estado de emergencia, las consecuencias de la “canícula del siglo” recién empezaron a aparecer ayer a plena luz, sobre todo las ligadas al desastre sanitario y al elevado número de muertos. El gobierno y los servicios concernidos tardaron en reaccionar y hasta jugaron el absurdo juego de anunciar para el día siguiente temperaturas más bajas que las reales en vez de anticipar en lo posible los estragos del calor.
Después de casi dos semanas con temperaturas elevadísimas –en París hacía más de 40 grados a la sombra–, el primer ministro francés, Jean Pierre Raffarin, interrumpió sus vacaciones y autorizó la aplicación de un procedimiento de urgencia en todo el país llamado “plan blanco”. Acusado por los socialistas y los ecologistas de no haber actuado con la conciencia debida, el gobierno, a través del ministro de Salud, François Mattei, defendió la acción del Ejecutivo al mismo tiempo que admitió la amplitud del “drama humano”. Las primeras estadísticas sobre las víctimas ocasionadas por el calor recién serán publicadas este lunes. Sin embargo, según la Dirección de la Salud, directa o indirectamente, el calor habría provocado la muerte de 3000 personas en Francia. Si se toma en cuenta que fueron 12 días de fuego abrazador, ello equivale a decir que en un país occidental como Francia murieron alrededor de 250 personas por día sin que nadie se diera cuenta en apariencia.
François Mattei explicó que “la amplitud de las cifras puede sorprender, pero ésta se explica por una canícula excepcional, tanto en el nivel de las temperaturas como en su constancia”. El ministro comparó lo ocurrido en estas dos semanas con el fenómeno que afectó a Chicago en el curso del verano de 1995 cuando, al cabo de tres días, 700 personas murieron por las mismas razones. Pero las frases de los responsables no logran borrar la impresión de indiferencia que persiste en el país. A pesar de los reiterados llamados hechos por los organismos especializados, en especial los bomberos de París, el gobierno no movilizó medios suplementarios y hasta se dio el lujo de polemizar con los bomberos y restar credibilidad a sus argumentos. El domingo 10 de agosto, Patrick Pelloux, director general de la Salud, reveló que los médicos estaban enfrentados a una “auténtica hecatombe” y juzgó que la situación estaba siendo “administrada de una forma increíblemente escandalosa”. Al día siguiente, desde el lugar donde estaba pasando tranquilamente sus vacaciones, el ministro de Salud salió diciendo que “no se produjo ninguna subevaluación de la situación. Para subestimar hay que estar advertidos y, en realidad, la canícula no era previsible”. El ministro terminó protagonizando una escena digna de una república bananera cuando ese mismo lunes anunció la puesta en funcionamiento de un número telefónico de urgencia en el mismo momento en que la muertos de los ancianos se multiplicaban por centenas.
La magnitud del desastre es tal que el primer secretario del Partido Socialista francés, François Hollande, contempla proponer la creación de una comisión parlamentaria a fin de determinar las responsabilidades de lo que Hollande consideró como una “catástrofe sanitaria considerable” ante la cual el gobierno “tardó” en medir las consecuencias. Yves Contassot, portavoz de los ecologistas, reclamó la renuncia del ministro de Salud, el cual, afirmó, “tiene una responsabilidad terrible en este drama humano. El ministro no estuvo a la altura y cuando hay miles de muertos, al menos porrespeto hacia las familias, tiene que presentar su renuncia”. El calor hizo estragos en las personas mayores fragilizadas por la enfermedad.
Desde el pasado fin de semana, los médicos de los hospitales y los servicios de urgencia comenzaron a hacer dramáticos llamados que, visiblemente, no fueron escuchados a tiempo. Ligereza, inercia, indiferencia, los epítetos llueven hoy sobre las cabezas de un gobierno que, aunque no es responsable de los accidentes climáticos, no pareció comprometerse rápidamente con las medidas de asistencia necesarias y negó públicamente la gravedad de la situación. Las temperaturas empezaron a bajar recién ayer, pero los médicos calculan que el número de víctimas podría ser todavía mayor debido a la afluencia masiva de los enfermos a los hospitales durante el fin de semana. Patrick Pelloux, director general de la Salud, fue poco optimista. Según dijo ayer, “aún no salimos de la crisis, los efectos del calor proseguirán y no sabemos cuánto tiempo van a perdurar”. François Freïsse, dirigente de la Coordinación médica hospitalaria, adelantó el mismo diagnóstico: “Incluso si las temperaturas bajan, la expresión de los daños en el cuerpo se hará sentir en los próximos días”.
Amanecer en París durante los pasados 15 días era un suplicio cotidiano. No había la más mínima gota de viento y a las 8 de la mañana la calle se asemejaba a un horno abierto. Los ventiladores fueron pura y llanamente asaltados y para poder comprar un miserable ventilador de los más antiguos había que pagar dos veces y media su valor. A las diez de la mañana, las radios y la meteorología nacional anunciaban temperaturas tan inusuales como irreales. Los termómetros de los medios de comunicación estaban 5 o 6 grados por debajo de las temperaturas efectivas, como si comunicar menos pudiese servir para sufrir con menos intensidad. Página/12 y muchos vecinos pudieron corroborar que cuando se hablaba de 38 grados, en realidad el mercurio marcaba un insoportable 42 o 43... a la sombra.
A los estragos humanos hay que sumarle ahora los naturales. La sequía de los ríos, el incendio de los bosques y la contaminación del aire, cuyos picos de ozono jamás fueron tan altos, modificarán en los próximos meses muchas variables del medio ambiente. Pero la lección más dura de la ola de calor es política: las autoridades dieron muestras de una curiosa irresponsabilidad en la gestión de una crisis climática que afectó a una de las ocho potencias más importantes del mundo.

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Además de las muertes que provoca, el calor está afectando seriamente el medio ambiente.
 
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