SOCIEDAD

Polémica entre copa y copa por la restricción a la venta de alcohol

Expertos en adicciones, psicólogos y adolescentes debaten sobre los límites a la venta de alcohol, dispuestos días atrás en la provincia de Buenos Aires. Dicen que la prohibición no basta, que debe controlarse la publicidad, atender las causas del exceso de consumo y “escuchar a los jóvenes”.

 Por Pedro Lipcovich

Las restricciones a la venta de bebidas alcohólicas impuestas en la provincia de Buenos Aires, ¿servirán para algo? Página/12 recabó opiniones. El secretario de Lucha contra la Drogadicción se manifestó a favor “porque estas medidas apuntan a revertir una tolerancia social excesiva al consumo de alcohol en adolescentes”. Un psicoanalista, en cambio, afirmó que “el consumo de alcohol es un síntoma, los síntomas no se pueden prohibir y los chicos van a seguir emborrachándose”. Otro psicólogo, al oponerse a estas restricciones “que son sólo medidas de control”, citó experiencias donde, al revés, “se enseña a la persona a conocer las bebidas y gustar de ellas, sin demonizarlas, para prevenir el alcoholismo”. Otro investigador deploró que estas medidas se tomen sin consultar a sus destinatarios, los jóvenes. Así advertido, este diario requirió voces adolescentes: una de ellas, quizá sin darse cuenta, encontró, “a la vista”, una posible razón oculta de las medidas restrictivas.
El decreto del gobernador bonaerense Felipe Solá establece que los comerciantes deberán inscribirse en un registro para poder expender bebidas alcohólicas. “La medida consolida la prohibición de la venta a menores, ya que el comerciante que la incumpla perderá su licencia para expender alcohol –afirmó Wilbur Grimson, titular de la Secretaría de Lucha contra el Narcotráfico y Prevención de las Adicciones de la Nación, (Sedronar)–. Esto apunta a revertir una tolerancia social excesiva con respecto al consumo de alcohol por menores. En realidad, esta norma se había dispuesto para todo el país por la Ley Nacional de Alcoholismo, que se aprobó en 1997 pero nunca se reglamentó. La Sedronar verificó que, en todas las provincias, el consumo empieza entre los 12 y los 14 años: ese chico, a los 15, se emborrachará y a esa edad el organismo no tolera la cantidad de alcohol que lleva a la ebriedad.”
“La prohibición no actuará por sí misma –admitió Grimson–, pero sí por alertar a los padres, que están como adormecidos; hay una pasividad familiar ante el problema, y el padre que ve a su hijo de 13 años tomar cerveza ya no se sorprende. Es un camino hacia la solución, pero claro que no suficiente, y otra acción fundamental es incorporar la educación sanitaria a la educación general.”
En cambio el psicoanalista Germán García –participante en la Investigación sobre Consumos Fatídicos del Centro Descartes– encontró “una contradicción entre estas medidas prohibitivas y el hecho de que el discurso que propicia el consumo está dirigido fundamentalmente a los jóvenes: así sucede en las publicidades, donde el consumo de cerveza se liga a situaciones de éxtasis, a transformaciones maravillosas. Todo consumo social está mediatizado por una oferta y por un discurso. Entonces, no creo que se trate de prohibir, todos sabemos que las leyes prohibitivas sirven para propiciar la coima. Y los pibes se van a seguir emborrachando igual. Porque el circuito de los goces siempre es indicador de una construcción discursiva, de algo que ocurre en la red social, es un efecto sintomático: y los síntomas no se pueden prohibir”.
Daniel Altomare –psicoterapeuta y docente en la Universidad de Quilmes- recordó “un exitoso programa que se desarrolló en Colombia contra el alcoholismo, donde a la persona, lejos de prohibirle el alcohol, le enseñaban a tomar: le explicaban cuáles son las propiedades de cada bebida, cómo se elabora, qué diferencia hay entre un vino genérico y un vino de corte, qué vino se añeja en cubas de roble y por qué: la idea era, lejos de demonizar la sustancia, poder hablar de ella y apreciarla. Eso apunta a que la persona pueda gustar de la bebida, lo cual es opuesto al alcoholismo. En el alcoholismo, la persona no saborea el alcohol: lo traga. Claro que esto se opone al típico fantasma, propio del protestantismo puritano, que demoniza al alcohol”. “En cambio –prosiguió Altomare–, las medidas restrictivas sólo apuntan a políticas de control. Es mucho más interesante pensar, no en términos de promover restricciones, sino de propiciar una cultura de consumo.”
Sergio Balardini –coordinador del Area Juventud de Flacso y autor de una investigación sobre consumo de bebidas alcohólicas en jóvenes porteños– estimó que “no es mala la regulación de la venta de alcohol, siempre que no conduzca a una forma de ‘ley seca’. En realidad, también habría que regular la publicidad, para evitar las típicas asociaciones entre éxito y consumo de alcohol”. Pero además observó “que, antes de tomar estas medidas, no se buscó escuchar la voz de los jóvenes: ¿por qué no se convocó a organizaciones juveniles, como los centros de estudiantes, para escucharlos antes de construir nuevas regulaciones sociales?”. Balardini señaló que “en la Argentina no tenemos Consejos de Juventud, como por ejemplo los hay en España, donde son consultados regularmente sobre medidas que les conciernen”.
Así pues, Página/12 hizo su modesta consulta. Hernán Vázquez –conductor del programa “Palabra de Estudiante”, por Radio Ciudad– opinó que “la medida tomada en la provincia de Buenos Aires está bien: yo veo un descontrol permanente en muchos chicos, y algún tipo de límite tiene que imponerse; la cuestión es si realmente los controles se van a cumplir”. Liliana Bayarres –ex directiva del Centro de Estudiantes del colegio María Claudia Falcone– estimó que “la medida puede llegar a ser positiva. Es cierto que, cuando a alguien se le prohíbe algo que realmente quiere, esa persona lo va a conseguir de alguna manera: no se van a terminar los problemas por prohibirle a un pibe que tome cerveza en el quiosco. Pero será una forma de evitar que los chicos estén tan expuestos; a la persona que pasa caminando por la calle le da asco ver grupos de adolescentes ‘pasados de más’; eso no va a estar tan a la vista y, en fin, si va a ser para bien...”.

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Un decreto de Solá obliga a los comerciantes a inscribirse en un registro para vender alcohol.
 
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