SOCIEDAD › EL PADRE DE UN RUGBIER MUERTO EN UN ASALTO ENSEñA RUGBY EN CáRCELES

“Transformar con hechos”

Gastón Tuculet, padre de Juan Pedro, de 19 años y baleado en un asalto por un pibe de la misma edad, da clases de rugby en los institutos de menores de La Plata. Entrevistado por Página/12, dijo que “les damos herramientas para que puedan ver algo mejor”.

 Por Gustavo Veiga

Gastón Tuculet le dio un significado infrecuente al asesinato de su hijo. No se sumó a los reclamos de mano dura, tampoco tiene odio y sí un dolor profundo que expresa cuando está a punto de quebrarse su voz. Es profesor de educación física y carpintero vocacional. Desde que le entregaron muerto a Juan Pedro el 9 de marzo de 2013, un pibe de apenas 19 años y jugador de rugby en el club Los Tilos, se preguntó si estaría en condiciones de hacer lo que hace. Abandonó los muebles –cuentan que diseña los mejores de City Bell– y volvió a la docencia. Enseña en lugares que para él tienen una carga simbólica muy fuerte por su drama personal. Trabaja con menores detenidos en dos institutos de La Plata. El José Manuel Estrada y el Centro Copa. O sea, con jóvenes que, en algunos casos, dan con el perfil o la edad del que mató a su hijo: Matías Arriarán tenía 19 cuando le disparó. Dijo que se le escapó el tiro. Hoy cumple una condena a 20 años de prisión.

–¿Desde cuándo está vinculado con la problemática de los institutos de menores?

–Yo trabajé quince años en el tema hasta que dejé para dedicarme a ser carpintero. Me gustaba mucho la carpintería. Pero a partir de que mataron a Juan Pedro, no me sentí en condiciones de seguir con lo que estaba haciendo y volví a la docencia. Cuando regresé a los institutos, lo primero que me planteé era que no sabía si iba a poder estar al frente de un grupo de menores con causa penal, porque realmente no lo sabía. Pero me propusieron ir y les dije: yo voy y miro. Entonces llegué a una conclusión. Que si hubiera menos gente en los institutos, quizá Juan Pedro estaría vivo. Y no es poca cosa.

–¿Cómo es eso?

–Justamente por esa problemática, si hubiese menos chicos en los institutos y en la cárcel, quizá mi hijo hubiera estado vivo y hoy no está. El trabajo nuestro apunta un poco ahí. Que estén donde están también los ayuda a mostrarles el destino y uno lo que tiene que tratar es de mejorar el destino de la gente.

–¿Cómo lo hace?

–Con la Educación Física y también con el rugby, el deporte que practicábamos Juan Pedro y yo. La mía es una familia del rugby. Y este deporte es una gran herramienta, de las mejores para poder incluir gente. Porque en el rugby pueden jugar todos; no hay tamaño, no hay peso, no hay altura y eso no es poco. Y quizá los que para algunos deportes sean los eternos arqueros, en el rugby pueden ser los mejores. Por eso creo que los pibes se enganchan con él y fundamentalmente saben que deben respetar las normas. Algo que en el rugby está bien marcado, como el tema del compañerismo, respetar al contrario, jugar con el contrario y no contra él, son cosas básicas que después les pueden servir en la integración a la sociedad. Una sociedad que tenga hábitos como corresponde.

–¿Cuáles?

–Una posibilidad como acceder al trabajo. Enseñarles un oficio, por ejemplo, y que puedan acercarse al deporte, a un club y que ese club les dé contención si no la tienen desde la familia o del lugar donde viven. Eso es darles una herramienta para que ellos puedan ver algo mejor de lo que normalmente están viendo. Porque si ven buenos ejemplos es más fácil que los copien, si no tienen buenos ejemplos, es más difícil, no van a copiar nunca nada.

–A diferencia de otros padres que sufrieron el asesinato de un hijo en hechos semejantes, usted canalizó su dolor de un modo inusual. ¿Está de acuerdo?

–La sociedad debe tener un equilibrio. Y le aclaro que quiero que los asesinos de mi hijo cumplan las condenas. Nosotros apelamos porque no les dieron perpetua, algo que es realmente inentendible porque estaban dados todos los argumentos y el fiscal y el abogado mío, los dos pidieron perpetua. Ambos tienen mucha trayectoria. No hubieran apelado lo que no correspondía, ya que no quedó alguna duda de que los asesinos eran ellos. Hubo filmaciones, testigos presenciales, de todo. Yo estoy convencido de que el culpable debe cumplir su sentencia. Lo que sí también tengo claro es que mis dos hijos mayores son adoptados y cualquiera de ellos podría haber estado ahí, en un instituto de menores. Creo que el destino hace que a uno le pueda haber tocado estar en un lugar así o no. Y la sociedad lo que debe hacer es encontrar las herramientas para que todos tengan las mismas posibilidades. Entonces, si la buena gente no trata de dar el ejemplo a los que tienen confusión y los únicos ejemplos que tienen son malos, qué podemos pretender, ¡que salga buena gente! Si el ejemplo es malo, va a salir mala gente. Una sociedad hay que transformarla con hechos, porque del pico para afuera no alcanza.

–Cuando va a los institutos a enseñar, ¿los menores conocen su historia?

–No, yo no se las digo. Tampoco pregunto por qué están. Porque no necesito empaparme de la problemática que tienen, ya que eso me alejaría del juego. Yo tomo a un individuo que lo conocí ahí, él me conoció ahí y trato de darle lo mejor que puedo para que él sea la mejor persona posible.

–¿Cómo se vinculan los jóvenes detenidos con el rugby?

–Eso me sorprendió cuando fui. Vi, para lo que son los institutos de menores ahora, que habían dado un pequeño entrenamiento, una clase, y la verdad que bien. Se acercaron, saludaron y creo que la relación quedó marcada por la claridad con que cada persona se acomodó al medio adonde llegó. Todos los chicos saben que en las clases nuestras no se entrena con gorra, no se insulta, somos todos compañeros, cuando yo hablo se callan todos y cuando ellos hablan, yo los escucho. Y teniendo pautas claras, jamás hemos tenido un inconveniente en dos años de trabajo. Se golpean fuerte, porque son muchachos duros para jugar. Pero se agarran de la mano y se preguntan, ¿che, estás bien? Son chicos de distintos institutos, ni siquiera están en el mismo lugar. Normalmente, si vamos a un partido de fútbol entre dos institutos de menores, terminan a las patadas.

–Como fuere, el rugby no les va a resolver todo. Ni su inserción laboral ni educativa. Es apenas un punto de partida.

–Es obvio que no. La pata que quizá esté faltando es cómo nosotros podemos insertar a esos menores cuando vuelvan a su barrio, al club cercano. Y que los tomen, los bequen y los guíen. Esa es la pata que todavía nos está faltando. Si nosotros no les modificamos eso, cambiarles los ejemplos y darles otros más saludables, es más difícil que no reincidan. Hay que tratar de generar ese eslabón para que la cadena se complete. Lo contrario sería dejar la tarea inconclusa. Se puede armar un sistema que se cierre y que no quede abierto.

Educador del deporte

El coordinador del Programa de Acceso Comunitario a la Justicia, Julián Axat, conoce muy bien a Gastón Tuculet. Ambos son de La Plata, jugaron al rugby –Rodolfo Axat, el padre de Julián, está desaparecido y también practicó el deporte– y trabajan con jóvenes que atraviesan diferentes problemáticas sociales. O porque están detenidos en institutos de menores, viven en villas miseria o no tienen trabajo ni estudian. “Gastón fue profesor en el Colegio Nacional. Es un obsesionado del deporte. Para mí siempre fue un profe, se destacó más como profe que como jugador. Es un educador del deporte, entrena a todos, pero hace especial hincapié en los más débiles. Es, diría, un educador de la vida”, cuenta Axat.

“Un día se hartó de la carpintería y volvió a los institutos de menores como docente. Es profesor de Educación Física nombrado por el área de minoridad, alguien de planta permanente, un histórico que accedió a volver después de que mataran a Juan Pedro”, dice Axat sobre el infrecuente caso del padre que decidió involucrarse con las causas que derivaron en el asesinato de su hijo.

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Gastón Tuculet da clases de rugby en institutos de menores platenses.
Imagen: Bernardino Avila
 
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