SOCIEDAD › COMO CAMBIO INTERNET EL MILLONARIO MERCADO DE LAS REVISTAS EROTICAS

La caída de Penthouse

La emblemática revista está en la bancarrota. Sus pares “Playboy” y “Hustler” corren el mismo riesgo. La competencia de los sitios eróticos de la web las sentenció a muerte. Y cambió el millonario mercado porno del mundo. En el país, a la influencia de Internet se suman los costos posdevaluación.

 Por Alejandra Dandan

Frente al kiosco de revistas no hay nadie. Rubén Gómez está solo, sentado, ubicado en uno de esos rincones estratégicos desde donde puede capitanear todo: preguntas al paso, pedidos de diario, crucigramas, revistas top ten o la saga de instrucciones sobre cómo fabricar velas, velones y velitas para lectores al borde del colapso y en crisis laboral. “¿Y lassss pornooooooo?”, devuelve la pregunta como si se tratara de un pecado mortal. Las porno están ahí, o mejor dicho, casi no están. Los últimos números de Playboy han desaparecido de escena, las ediciones actualizadas de Penthouse se han convertido en carísimos e inconsultos objetos de culto y las últimas Hustler de Larry Flynt están fuera de juego. ¿Por qué? La crisis e Internet, una combinación explosiva trasformada en arma mortal para los dueños de estas empresas. “Penthouse se ha convertido –acaba de decir uno de sus editores– en la primera víctima de Internet.” Después de varios meses de dudas y en medio de la bancarrota, ahora sus dueños decidieron ponerla en venta.
El cierre de Penthouse se rumorea desde hace tiempo. Hace dos años General Media, la empresa editora de la revista, sumaba deudas por 85 millones de dólares que jamás pudo remontar. En agosto, Rob Feinstein, abogado de la compañía, lo decía de este modo: “Los pagos realmente asfixiaron a la empresa”. Recién ahora, Bob Guccione, uno de los poderosos dueños del imperio, anunció definitivamente la venta de esta publicación de 38 años que formó parte del boom inaugurado por Playboy el 12 de diciembre de 1953, hace exactamente cincuenta años. La circulación de estas revistas convertidas en objeto de culto durante los sesenta cayó de forma constante durante los últimos años. Playboy tuvo un nivel de ventas de más de siete millones de números mensuales; ahora está imprimiendo menos de la mitad. Penthouse, en tanto, de su piso máximo de cinco millones ahora saca apenas unas 530 mil piezas.
Estos dos pulpos crecieron explotando la iconografía del star system hollywoodense y diversificando el radio de acción de las publicaciones con proyectos alternativos. Hacia mediados de los ’80, Penthouse y Playboy batían duelos sangrientos por sus públicos: ensayaban desnudos más osados, pruebas de modelos, inversiones y relocalizaciones. Los pubis de Penthouse, por aquella época, le sacaban tres millones de lectores a los senos de Playboy.
Con todo, los duelos sangrientos no alcanzaron para sortear lo estampida del sexo digital. En este momento, por ejemplo, las ganancias arrojadas por las diosas de papel van por debajo de sus émulos digitales. El mercado de revistas arroja un promedio de ganancias de unos 1500 millones de dólares, unos 500 mil millones menos de las ganancias que dejan los 300 mil sitios de sexo electrónico que componen la geografía de la web.
Estos desplazamientos del papel hacia lo digital no sólo ha alimentado el derrumbe de Penthouse o la caída real de los niveles de ventas de Playboy. El traslado es todavía más profundo: en la red no están las luces de Hollywood, no hay objetos de culto, no hay aura, ni glamour. Los contenidos de la web son más rústicos, más directos, tal vez mucho más llanos o más claramente desnudos. Entre las muchachas/os que posan no hay una puesta en escena de un cuerpo bello sino un acceso desmediatizado, descarnado. Ese nuevo tipo de consumo de reflejo rápido, directo, es el que alimenta canales locales e internacionales. En tanto, algo del romanticismo de aquella otra forma de consumo revisteril todavía sobrevive, devaluada, en estas costas del continente sudamericano.
“Mirá, yo te voy a decir una cosa”, arranca don Gómez, todavía agazapado contra una esquina de su bunker de papel, desde hace ocho años en Belgrano y Bolívar: “Hace cinco años yo te vendía 30 o 40 de esas revistas todos los meses, ahora ni siquiera te vendo un 30 por ciento”.
Aunque sus estadísticas están reducidas a su kiosco y a su barrio, las ventas generales siguen esa tendencia. Desde la devaluación, pero sobre todo desde la masificación del acceso a los circuitos de sexo digital, el mundo de las revistas entró en decadencia. Las revistas de primera línea europeas o norteamericanas no están disponibles o, si lo están, llegan con algunos meses de retraso. Don Gómez, por ejemplo, tiene algunos números de Playboy pero no son nuevos ni cuestan el valor de 25 pesos como en el mercado externo. Las suyas cuestan 10 pesos o incluso por unos 5 ofrece réplicas bien parecidas: el ofertón es, en realidad, el emergente de todo un movimiento que se ha puesto en marcha desde la caída del peso. Para sobrevivirle a la crisis, a los años y al mercado, un sector de los kiosqueros se alimenta ahora de una vía paralela de importación. Ya no compran números nuevos sino antiguos, aunque tan llenos de fotos, de divas y de atributos como los más modernos.
“El Gallego me los trae –dice don Gómez, presentando esta vez a su proveedor de confianza–: viene, pasa una vez por mes, me deja 25 revistas y se va.” El Gallego es un personaje que, como lo manda su oficio, pone sus propias reglas: está rodeado de un aura misteriosa, no hay teléfonos donde llamarlo, sólo pasa una vez por mes, asegura que trae todo importado y si alguno de los kiosqueros le pide más números de Playboy que de las subsidiarias, las cosas se complican: “Imaginate –insiste don Gómez con cara de estadista–: trae 25 revistas, yo le pido más Playboy porque son las que más salen, el tipo no puede dármelas a mí, tiene que satisfacer a todos de la misma forma”.
Sexo digital
Lejos del kiosco de Belgrano, alguien repasa los cambios en la economía del país, los precios de los importados, el desarrollo, los momentos de auge de las porno star de los ‘50 impuestas por el modelo Playboy y se detiene sobre los lectores, los míticos personajes urbanos que hace años esperaban la salida del trabajo para escaparse hasta el kiosco de revistas. ¿Dónde están? Alejandro Fella es el dueño de Sensualbaires.com, una de esas páginas se sexo digital con opciones de menú a la carta: “En este momento tenemos 170 mil visitantes diarios, ciento por ciento más que hace tres años y vamos en escala ascendente”, aclara antes de abrir el kit completo de menú disponible en su sitio: escort, chicos, chicas, travestis, consultorio on line, biografía de escritores, espacio de escritura para usuarios.
–¿Quiénes son los que entran?
–¿Quiénes son? Jueces, políticos, abogados. Ojo con lo que ponés –aclara–, la gente normal: la que puede cerrar la puerta del cuarto o de la oficina para meterse.
De hecho, éste es otro de los cambios: los deglutidores del sexo virtual no esperan tanto las noches para sus rituales de voyeurs, los nuevos tienen ataques voraces de pocos minutos durante el día. “Los horarios picos son ésos –sigue Fella–: horarios de oficina. Son los que tienen Internet en el trabajo, aunque los picos más altos se dan al mediodía, cuando la gente se escapa a una compu para usarla treinta minutos.”
Las 170 mil visitas diarias en Sensualbaires reportan resultados distintos. Sólo 100 de los 170 mil visitantes terminan concretando algo con alguien, es decir, una cita fuera de la red, un encuentro real y pago. “Voy a dar un dato que no se puede creer –se entusiasma el dueño del sitio web–: el 40 por ciento de los usuarios son mujeres.” Estas mujeres son mujeres especiales, no buscan salidas, ni maridos, ni conquistas pagas, buscan hoteles, descuentos para hotelitos del centro. Otra porción importante de su mercado virtual son hombres, pero hombres especiales: extranjeros. “Hay que creerlo –dice Fella–, gente que se escapa dellugar donde vive porque busca a una latina. Antes eran 200 dólares los que pagaban y ahora por 33 dólares las tienen.”
Total: adultos extranjeros con buenos niveles de ingresos, mujeres, profesiones liberales, jóvenes estudiantes, adolescentes de paso por los cibercafé, horarios de oficina. Estos son en realidad los responsables de la debacle del papel o, como diría Bob Guccione, los culpables de la caída de Penthouse. En una entrevista reproducida por la agencia de noticias EFE, Guccione lanzó su proclama contra las cibercadenas del sexo electrónico: “No hay futuro para nuestras revistas –dijo–, la tecnología puede satisfacer todos nuestros deseos”.
Pero, ¿qué pasa con los deseos de los que han quedado desclasados por la era digital? Aquel Gallego, por ejemplo, el personaje nombrado por don Gómez, todavía sigue desparramando sus buenos números de revistas viejas por los kioscos de Monserrat. ¿Quiénes las compran? Ni mujeres, ni púberes, ni jovencitos, aunque pasen cada tanto por el kiosco. Los más constantes, los estoicos, los que siguen levantando el género como bandera, pertenecen a otra clase: son los iletrados electrónicos o no colonizados por la web: “Cincuentones o de más de sesenta en su mayoría”, informa nuevamente Gómez, un dato que Página/12 confirmará más tarde entre unos doce diarieros de la calle Corrientes y entre los que pasan largas horas en otra esquina clave: Perón y Callao, la esquina del sexo.
La esquina del sexo
Natalio, ex visitador médico, dueño de una de las tres paradas de Perón y Callao. El puesto de diarios está en una de esas esquinas clásicas donde la ciudad reúne hoteles, restaurantes, movimientos de día y paseos sonambulescos durante la noche. “Corredores, viajeros, gente del interior es la que las compra”, dice el ex visitador médico convertido en diariero de la posdevaluación. En su corral de revistas, magazines, libros y discos no abundan las ofertas de la línea porno de papel, sobre todo porque trabaja con el circuito de las nuevas, sólo nuevas. No conoce al Gallego proveedor de revistas viejas ni a ningún símil parecido: “Lo que se vende acá –explica– son las otras, las que tienen más texto y menos fotos”. Por ejemplo, Intimidades, una publicación más pequeña, casi de bolsillo, apta para los perseguidos por los dogmas de la doble moral: “Los clientes son los clásicos –dice–, vienen y te piden la revista, una bolsita para guardarla y se van”. Tal vez porque no forma parte de los arquetipos, el ex visitador médico sigue sorprendido con uno de sus primeros clientes, que no era hombre sino una chica. “Vino y de frente march me pidió una de esas revistas Entre Nosotros”, dice ahora mientras él mismo la va buscando hasta rescatarla casi desvanecida entre los pilones de revistas.
Ahí, justo enfrente del ex visitador médico, está Pablo Chasampi, que atiende, él sí, una de las dos esquinas de sexo sólo sexo del microcentro. “Ahora ya no vendemos tanto”, dice Chasampi. “Las nuevas ya no las traemos porque salen caras, trabajamos más con otras españolas, francesas, todas viejas.” Chasampi es uno de los que confirma la hipótesis trazada por los empresarios de las porno top: “Al principio no vendíamos por la plata, pero ahora no vendemos por Internet”. Las que venden circulan entre la generación de adultos más grandes: “Por la edad, digamos, a los más viejos se las seguimos vendiendo”. Pero estos “viejos” ya no llegan con las pautas cultivadas de jovencitos. Antes, hace unos diez años, cuando pasaban por el kiosco de Chasampi daban vueltas, miraban varias alternativas antes de ir al punto en cuestión. “Llegaban, te decían que se llevaban una para una despedida de solteros, o para un amigo. Ahora ya no.”
Las ofertas de sexo sólo sexo de su kiosco sobreviven ahora con otros amuletos. En lo de Chasampi se venden diarios, revistas y todo tipo de cosas. El que mantiene el estilo igual que hace años es el kiosco que está enfrente, justo enfrente del suyo. Ahí, donde esta cronista se instaló durante un momento mirando al único vendedor que estaba sentando en un banco, rodeado de las alternativas más variadas del porno system. El hombre que en ese momento no leía sexo sino un diario se irritó:
–Escuchame –dijo–, no te miro con esta cara por las preguntasssss. Te miro, porque no tengo otro laburo: a mí, ¡a mí el sexo me da ascoooooo!

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“Penthouse”, en tanto, de su piso máximo de cinco millones ahora saca apenas unas 530 mil piezas.
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