SOCIEDAD › TESTIMONIOS DE MUJERES DOMINICANAS TRAíDAS AL PAíS BAJO ENGAñO POR LAS REDES DE TRATA PARA EXPLOTACIóN SEXUAL

Atrapadas

Les prometían un buen trabajo, pero terminaban en un local de prostitución. Un informe recopila las historias de mujeres que desde los años 90 cayeron en la trampa. Muchas lograron escapar y pudieron rehacer sus vidas aquí. Recién a partir de 2008 sus casos llegaron a la Justicia.

 Por Carlos Rodríguez

Un informe sobre La migración dominicana en Argentina señala que desde los primeros arribos, en la década del noventa, muchas mujeres llegaron atraídas con engaños, con la promesa de conseguir un trabajo digno, cuando en realidad caían en manos de proxenetas, dominicanos y argentinos, que las traían con fines de explotación sexual. El trabajo, realizado por María Inés Pacecca, Gabriela Liguori y Camila Carril, sostiene que la llegada de esas mujeres estuvo “asociada a la prostitución”, coaccionadas por quienes las esclavizaban y acuciadas por su precaria situación económica. A partir del testimonio de víctimas, se conocen los detalles tenebrosos del comercio sexual en Argentina y las historias de redención de mujeres que pudieron superar la adversidad lejos de su país y de sus afectos.

Las autoras afirman que “lejos de ser simplemente descriptivo”, el concepto que vincula a las migrantes dominicanas con “la prostitución”, el mismo “abre un vasto conjunto de interrogantes y discusiones que han atravesado los debates académicos, políticos, institucionales y de intervención”. El trabajo analiza “los vínculos entre migración internacional, comercio sexual y trata de personas con fines de explotación sexual”. El estudio se hizo con el apoyo de la Comisión Argentina para los Refugiados y Migrantes (Caref) y de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Las autoras, aunque señalan que no sólo las mujeres son explotadas sexualmente, resaltan que en materia de “prostitución”, la posición principalmente masculina es la del “comprador” y la femenina la de “vendedora” y que esa “prevalencia histórica y estadística” constituye “la clave que incrusta el comercio sexual en el corazón del patriarcado, y por ende en el campo de la desigualdad y la dominación de género”. Sostienen que en ese marco general “el comercio sexual se incrusta en el patriarcado del mismo modo que el trabajo asalariado se incrusta en el capitalismo”.

Una buena parte de la información sobre la explotación sexual de las dominicanas arribadas al país surge de 24 entrevistas, nueve de las cuales aportaron datos sobre “situaciones de trabajo o explotación sexual”. Otra parte del estudio corresponde al “análisis de procesamientos o sentencias en 25 causas judiciales iniciadas entre 2008 y 2013 por investigaciones relativas a trata de personas y en las que había personas dominicanas como víctimas o imputadas”.

Un tercer aporte fue el de “las 43 personas dominicanas asistidas en el marco del Programa de Asistencia a Víctimas de Trata de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y por el Area para la prevención de las peores formas de vulneración de derechos de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia (Senaf) del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación entre 2004 y 2013”.

Las entrevistas que más datos aportaron fueron las realizadas a nueve mujeres dominicanas: Eugenia, Yoanka, Madely, Melina, Chabela, Irene, Solana, Ambar y Carola. Cuatro de ellas tenían, al llegar al país, entre 21 y 28 años; tres entre 30 y 34, y las dos mayores, 41 y 42 años. Dos eran solteras, cinco separadas y dos viudas. Una sola no tenía hijos a cargo; las demás tenían uno, dos y tres hijos.

Eugenia llegó en 1997, a los 30 años, por sugerencia de dos mujeres muy próximas: la hermana de su cuñada y la hermana de una vecina. Ambas le aseguraron que había trabajo y que sería muy sencillo conseguirlo. Una de sus amigas la contactó con un hombre llamado Oscar, dominicano, que la fue a esperar a Ezeiza. Ese mismo día, Oscar la trasladó a la ciudad de Necochea, donde Eugenia estuvo en un “boliche” durante ocho meses.

Ella define así lo que le pasó: “Como que se me bloqueó el cerebro, me anulé... Me hicieron todo y más, pero como que no reaccionaba”. De Necochea fue llevada a un departamento privado en la Ciudad de Buenos Aires. “Un día empecé a llorar y no pude parar más. Me sacó un cliente al pasillo, casi desnuda, me dijo que me fuera, que corriera. Yo pedí a la policía que me llevaran a la iglesia, quería rezar. Hablé con las monjas y también una vez con una psicóloga. Estuve en un hogar, ahí empecé con lo de la peluquería, como era buena conseguí trabajo y de a poco salí”. Desde 1999 reside en la zona sur del conurbano bonaerense, donde tiene su peluquería. Desde 2001 convive con un hombre bastante mayor que ella. En 2002 su hija de ocho años vino a vivir con ella a la Argentina.

Chabela se casó a los 14 años y su marido falleció en 2003, cuando ella tenía 19 y dos hijas. En la casa de una amiga conoció a una mujer, Carmen, “que venía de España, y nos contaba de unas peluquerías”. En 2006, junto con otras chicas, partió de Santo Domingo hacia Lima, con la promesa de viajar luego a España. En la capital peruana quedaron a cargo de un hombre al que llamaban Cuquito, que las encerró un día y medio en una casa “a pan y agua” más “gritos y gritos”. Terminaron en Corral de Bustos, en la provincia de Córdoba, adonde las llevó Cuquito en un largo viaje por tierra. Recién cuando partió de Lima comprendió que “era una trampa”.

Chabela sólo recuerda que se dormía todo el tiempo, como si estuviera drogada. No sabe qué fronteras cruzaron ni cómo. En Corral de Bustos estuvo tres años en un cabaret. Eran 16 mujeres, casi todas dominicanas.

“Los primeros seis meses (...) no recibí casi nada de plata, sólo para comer y comprar ropa. Después me daban hasta 1000 pesos para enviar, y ellos hacían el envío. Sólo hablé con mi mamá cuatro o cinco veces en esos tres años”. A su madre le decía que estaba en España y que el trabajo “era lindo”, para no preocuparla.

Un camionero la ayudó a escapar luego de golpear a Cuquito. Ella pudo salir junto con dos dominicanas y una paraguaya. En Buenos Aires hicieron la denuncia. “Cayeron todos, de todos los boliches” donde habían estado. Entre 2009 y 2011, Chabela trabajó en un local de comidas cuya propietaria, Marta, la ayudó. Desde 2012 convive con su pareja argentina, y trabaja como ayudanta de cocina y en el cuidado de ancianos.

Ambar vivía en 2001 con el padre de sus dos hijas; ella tenía 15 años y él 17. En 2009 se quedó viuda y a cargo de sus hijas, que tenían entonces siete y dos años. Tenía una peluquería cerca de su casa, en un barrio humilde de Santo Domingo. Una mujer elogió su forma de trabajar y le ofreció viajar a la Argentina, donde podría tener “un gran futuro” como peluquera. La citó a una reunión, fuera de su barrio, de la que participaron otras tres jóvenes.

Todas fueron engañadas con la supuesta peluquería en Argentina. Para hacer el viaje tenían que reunir 1300 dólares. La abuela de Ambar hipotecó su casa y la madre tomó un préstamo bancario para reunir el dinero necesario.

En enero de 2012, Ambar y otras tres chicas partieron con destino a Montevideo, donde las recibió un hombre que las llevó a un hotel. Ambar y una sola de las otras chicas viajaron finalmente a Buenos Aires. Ella admite que en ese momento “no entendía lo que estaba pasando, pero no se imaginaba lo peor”.

Las llevaron a un cabaret llamado Jovita, en la provincia de Córdoba. Un año después el local fue allanado y Ambar pudo recibir asistencia de los organismos provinciales y nacionales. Al momento de la entrevista, Ambar vivía sola en un hotel familiar y entonces sí, trabajaba en una peluquería.

Melina llegó a la Argentina en 2002 por sugerencia de una amiga que le dijo: “Trabajo yo, que soy gorda, ¿no vas a trabajar vos?”. Ella dijo que no se dio cuenta que aludía al “trabajo sexual”. Su conocida la llevó a un boliche donde estuvo un solo día porque “pagaban poco”. Sostuvo que al resto de las mujeres les servía el lugar porque “ellas sabían sacarle plata a los hombres”. Ella estuvo ocho meses “trabajando en la calle” junto con otras dominicanas, pero a la vez se dedicaba a la venta ambulante. En 2003 alquiló un kiosco, que todavía conserva. Con el tiempo pudo traer a sus tres hijos a Buenos Aires.

En el caso de Irene, ella dijo que trabajó “en la prostitución” durante su primer año en Buenos Aires, sobre todo porque era la “ocupación” a la que podía acceder a través de sus hermanas, que hacían lo mismo, y por la dificultad que representaba para ella no tener la documentación en regla. Con el tiempo pudo traer al país a sus tres hijos. Luego comenzó a trabajar en casas de familia y como asistente gerontológica.

Solana llegó a Argentina en 2008, pensando que desde aquí sería más fácil ingresar a España. “En Buenos Aires regué todos los currículos habidos y por haber para buscar un trabajo, pero nunca me aceptaron”. Dijo que se sintió discriminada y que terminó trabajando “en la noche” por sugerencia de otras chicas dominicanas. Se resistió durante un tiempo a vestirse con ropa llamativa y tacos altos, pero tuvo que acceder porque “no le quedaba otra”. Ella tenía a sus tres hijos en Santo Domingo, al cuidado de su madre, que ya se había jubilado y no tenía una buena situación económica. Tenía que mantener a los cuatro con el dinero que enviaba desde Argentina.

Yoanka llegó en 1998 con 300 dólares propios y un pasaje supuestamente pagado por su tía, que residía en Argentina. “Para poder ser alguien tenía que salir” de su país porque “quería tener plata y poder amoblar la casa, tener electrodomésticos y también un auto”. Se describió como “una pendeja relinda que quería todo y más también”. Sus sueños comenzaron a derrumbarse cuando supo que el dinero de su pasaje lo habían aportado “unos tipos que hacían trabajar a las chicas en la calle”. Eran tres hombres que le dijeron que tenía con ellos una “deuda de dos mil dólares”.

Para pagarla tuvo que “trabajar fuerte”. En pocos meses canceló la deuda y en un año le envió a su madre unos 20 mil dólares. Yoanka estuvo hasta 2011 en boliches y en “privados”, en la Ciudad y en la provincia de Buenos Aires, y también en Tierra del Fuego. Recordó que en una ocasión estuvo dos meses “encerrada y sin pago” en un boliche de Quequén, del que pudo escapar con ayuda de la encargada.

Yonka tiene tres hijos argentinos nacidos entre 2000 y 2010. Hasta ese momento no les faltaba nada, pero todo cambió cuando enfermó Martín, su hijo más pequeño. En ese momento trabajaba como vendedora ambulante y conservaba un “único y antiguo cliente”. En el caso de Carola, en Buenos Aires empezó trabajando como peluquera, pero tuvo que “salir a la calle” durante siete meses, para saldar una hipoteca contraída para pagarse el pasaje aéreo.

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Dos mujeres dominicanas que llegaron al país y terminaron prostituidas a la fuerza.
Imagen: Daniel Jayo
 
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