SOCIEDAD › UN JOVEN QUISO TOREAR A LOS LEONES Y SUFRIO RASGUÑOS

Circo romano en el zoo porteño

El visitante, de 22 años, habría tenido un brote psicótico. Salió casi ileso porque personal del zoológico disparó al aire y anestesió a los felinos. El episodio generó confusión y pánico entre el público.

 Por Pedro Lipcovich

“¡Mi marido no tuvo la culpa! Fue ese muchacho que se nos metió en casa a provocarnos y quedó nomás un poco rasguñado”, dijo a Página/12 la leona Maruja, quien junto al león Quique fue protagonista involuntaria del National Geographic porteño cuando un joven se metió en el recinto de los reyes de la selva, pretendió torearlos con una campera de jean y culminó en una lucha cuerpo a cuerpo contra Quique, quien –consciente del público que los rodeaba– trató al humano con la mayor deferencia posible. Un balazo de un custodio y una descarga anestésica del rifle de un veterinario pusieron fin al episodio, que desató un principio de pánico entre los visitantes que colmaban, en la tarde de ayer, el Zoo de la Ciudad. El joven salió por sus propios medios y quedó internado en observación en el Hospital Fernández. Se estima que sufrió un brote psicótico. Anoche, tanto el felino como el humano habían recibido dosis de sedantes, pero el que había quedado más afectado era el león: los veterinarios decidieron esperar hasta hoy para revisar al animal; estiman que el balazo sólo le causó una herida leve.
Desde hace cien años, las generaciones de leones del Zoo porteño viven en una módica selva oval, de unos 30 metros de largo. Cerca de uno de sus extremos está su cubil-jaula; a esta construcción llegan los extremos del recorrido en herradura trazado por el foso, a unos cuatro metros bajo nivel. Lo más difícil que hizo el joven intruso –tiene 22 años y es de la localidad de Pilar– no fue tanto enfrentar a los leones como caminar por una cornisa de no más de diez centímetros de ancho y más de tres metros de largo, a lo largo de la pared del cubil, sin caerse verticalmente al foso. Logrado esto, ya en la parte central de la pequeña selva, descendió por la barranca hasta el foso y se enfrentó con las bestias. Eran las seis menos cuarto de la tarde de ayer.
Maruja estaba sentada tomando el fresquito; Quique dormitaba, echado como un león. La descripción del grupo familiar leonino no debe omitir el hecho de que Quique tiene también una amante, Huanca, que por algún motivo se había recluido en el cubil y no presenció los acontecimientos que sacudieron a Quique y a la legítima. El hecho fue que el humano, ya en el foso y sacándose la campera, la sacudió ante leona y león.
“Disculpe, creo que usted nos confunde con otra especie animal”, trató de contemporizar Maruja y –según testimonios del público presente– se acercó al intruso y lo empujó con la cabeza como para que se fuera. Pero el joven no estaba para discutir con la patrona: necesitaba enfrentar al león. Y, sí, el Rey de la Selva se dignó a prestar atención, sacudió su melena y avanzó hacia el que invadía su territorio.
A esa altura, varios centenares de personas, con el alma en un hilo, se apretaban contra la valla de protección. Los que estaban más lejos veían que algo pasaba, ¿qué pasaba?: “Los leones”. Alguien dijo: “Se escaparon”, “¡Se escapó un león!”, y hubo un largo instante de casi pánico en el cual los animales sapiens estuvieron al borde de la estampida. Los estampidos que sonaron fueron los de la pistola 9 milímetros de un policía de guardia. A esa altura, Quique había derribado al intruso y lo sujetaba con sus patas delanteras, sin llegar a atacarlo en realidad –un solo zarpazo lo hubiera malherido–, sino más bien increpándolo.
El primer tiro, al aire, no bastó para espantar al león. El segundo golpeó el polvo del foso cerca de los cuartos traseros del animal. Entretanto el joven, lejos de asustarse, luchaba contra el león, aferraba con su mano la quijada mortal. El tercer tiro fue contra las patas traseras del león. En ese mismo momento llegaron los veterinarios del Zoo y dispararon con un rifle anestésico.
Quique soltó al intruso y se alejó tambaleante. Entretanto el personal del zoológico había abierto desde arriba la puerta del cubil-jaula y león y leona, ante las voces de mando de sus cuidadores, accedieron a entrar. El joven salió por sus propios medios del recinto. “Primero pensé que era un espectáculo preparado”, comentó Daniel Schamunaya, que junto a su familia presenció el suceso insólito.
Miguel Rivolta, jefe de veterinarios del Zoo porteño, explicó después que “el rifle anestésico tarda varios minutos en hacer efecto por lo cual, en situaciones como ésta, es necesario usar arma de fuego”. Quique y Maruja tienen alrededor de 16 años, edad madura para los leones, que viven unos 25. Los dos nacieron en el Zoo. “Son animales tranquilos: si fuesen agresivos el chico no hubiese salido caminando”, advirtió el veterinario.
Los profesionales del Zoo decidieron postergar la revisación de Quique para hoy: “Ahora está demasiado excitado y no se duerme”, explicaba Rivolta y señalaba que con los anestésicos “hay que tener cuidado en no excederse por el riesgo de que el efecto resulte excesivo al punto de causar la muerte”. Aparentemente el balazo rozó una pata del león, pero “camina sobre sus cuatro patas y perdió muy poca sangre”.
El hombre que se enfrentó al león fue trasladado al Hospital Fernández, donde ayer permanecía en observación. “No tiene lesiones físicas de importancia, sólo rasguños”, comunicó Juan C. Ramari, jefe de guardia. El joven estaba bajo efectos de sedantes y “cuando se recupere, continuaremos la evaluación psicológica”. Se aguardaba la presencia de algún familiar para acompañarlo. Una fuente señaló que al ingresar al hospital el joven había manifestado, en términos compatibles con los de un brote psicótico, que “la voz de Dios” le había ordenado enfrentarse a las bestias.

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El hecho generó gritos y pánico entre el público: la gente pensó que se habían escapado las fieras.
 
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