SOCIEDAD › OPINION

¿Hacia el Fondo Adoptivante Internacional?

Por Eva Giberti

“Por tus antiguas rebeldías (...), mi amor, yo quiero vivir en vos.”
Canción para la tierra de uno, María Elena Walsh

Poco tiempo atrás una información ocupó un amplio espacio periodístico: se había creado un Registro Unico Nacional de Aspirantes a Guardas para Adopción. Según las declaraciones, dicho registro modificaría positivamente los trámites destinados a adoptar. No es una noticia que comprometa, aparentemente, a toda la ciudadanía; salvo cuando el análisis de la novedad nos regresa a una nota que escribí en Página/12 el 21 de septiembre de 1997: “Chicos argentinos de Exportación”.
La palabra adopción puede instituirse como operadora de euros y dólares para quienes están convencidos de que nuestros chicos constituyen un excelente mercado aún no suficientemente reconocido. Esa dimensión remite a la adopción internacional y constituye un punto de inflexión que compromete a toda la ciudadanía en tanto vulnera la Convención de los Derechos del Niño; porque en ella nuestro país no ratificó cuatro incisos del artículo 21 (b, c, d, e) que posibilitan la adopción desde el exterior.
La huella del neoliberalismo, incrustada en las mentes de innumerables compatriotas (¿?), aporta una respuesta sencilla y veloz: “Para que se mueran de hambre entre nosotros, mejor que se los lleven quienes podrán atenderlos mejor...” De este modo se autoriza el canje de la identidad originaria de niños y niñas por una imaginada calidad de vida que traslada a los chicos desde su condición de ciudadanos de un país, a usuarios de los beneficios económicos de las naciones centrales de donde provienen los interesados.
El neoliberalismo –o como se prefiera calificar esta modalidad de pensamiento– logró transformar las representaciones que una comunidad construye acerca de las responsabilidades que la niñez impone a todos los habitantes de un país. De este modo la Argentina, de nación libre y soberana llegaría a constituirse en lo que se denomina país proveedor de niños destinados a los países ricos o receptores.
Al ser funcional a las necesidades de los países centrales los chicos lograrían satisfacer su derecho a una calidad de vida –según se afirma– en el exterior, así como inicialmente tuvieron derecho a una nacionalidad y a sus raíces; que son las que quedan absorbidas por el bienestar económico prometido al llevárselos. Se trata de un fenómeno de absorción de identidad del origen regulada por el mercado. La duda surge rápidamente: ¿algunos de estos chicos podrían ser derivados a los circuitos de porno o prostitución? Por lo general las mafias no facilitan registros estadísticos.
La filosofía que impregna la adopción internacional resignifica la idea de la defensa de los derechos del niño al privilegiar el consumo de bienes (inscripción del niño en tanto consumidor) en detrimento del que fuera su origen y la responsabilidad estatal de garantizarle salud, educación y entorno familiar, entre otros derechos, particularmente en un país como Argentina donde el caudal de aspirantes a la adopción sobrepasa, actualmente, las reales posibilidades legales de entregar criaturas en guarda.
Tanto las agencias internacionales cuanto las empresas privadas nacionales, así como los funcionarios comprometidos con el tema, generan para estos niños una identidad derivada de las leyes del mercado; decisión que los discrimina en tanto criaturas excluidas que se tornan aptas para satisfacer las carencias de los adultos de los países centrales.
De allí que el tema exceda el interés de las familias que esperan adoptar, para inscribirse en una resignada afirmación sostenida por la ciudadanía: “Somos tan pobres e incapaces que precisamos entregar a nuestros chicos porque nos resulta imposible mantenerlos. Gracias a ellos, excelentementecotizados en el mercado internacional, dólares y euros ingresarán fácilmente”. El modelo funciona en otros países de América latina, se afirma que sin problemas, salvo la opinión de los chicos trasmundeados a otras latitudes acorde con las demandas económicas de naciones que deben plegarse a esta índole de entrega, paradigmáticas del Tercer Mundo.
Los interrogantes que se abren acerca de la condición de estos niños son múltiples: ¿se los puede designar emigrados? Por dejar su país de origen cabría dicha clasificación, pero lo hacen en calidad de sustancias transportadas a cambio de dinero. La historia de miseria y exclusión de los grupos humanos de los cuales provienen esos chicos, no indica voluntad de emigración por parte de sus padres sino puesta en acto de escenas que pueblan su mundo simbólico y en las cuales ellos disponen de algún bien que les permite subsistir; sin duda los yacimientos de niños son evaluados como una mercancía capaz de morigerar la pobreza absoluta. Quienes se desprendan del bebé cediéndolo por escaso dinero a las agencias quizá incorporaron esa práctica como un modo de supervivencia. Ello no nos autorizaría a suponer que proceden sin dolor o con indiferencia. Esta pertenencia al desamparo se asocia con presiones de diversa índole para entregar a sus criaturas sabiendo que las llevarán al exterior, lo cual marca una diferencia básica con las adopciones habituales. Pero transigen porque aprendieron a estar disponibles para aquellos que ofrezcan dinero o sustento a cambio de cualquier posesión.
La situación de exilio en la que estos niños son inscriptos los transforma en otros, extraños para sí mismos, deconstruidos como hijos por sus padres de los orígenes y luego reconstruidos siendo otros. Al lado de declaraciones de adoptados internacionalmente que se sienten felices y agradecidos, una pléyade de otros podrían decir lo contrario; alcanza con haber estudiado el tema. Es la historización de su memoria personal que finalmente se propone interrogantes acerca de lo que le sucedió en la infancia y sirve para resignificar el papel de los padres adoptantes, a veces en favor y a veces en contra. Están obligados a repetir los discursos socioculturales de sus adoptantes, aunque la historización de su memoria los conduzca a otras vivencias tempranas. Estos chicos, arrancados, en tanto el arrancar mantiene un desgarro que no se sutura de manera prolija sino que siempre cicatriza malamente, en la actualidad dependen de la globalización puesto que los medios de comunicación –también alguna nómina de un Registro– informan a los países centrales del desvalimiento en que se encuentran las criaturas, dato que el tráfico no desperdicia.
En estos tiempos de éticas sin dolor, de identidades flexibilizadas y devastadas por políticas que pasivizan cualquier ansia de participación cívica, parecería ingenuo recordar las antiguas rebeldías identitarias de esta Nación.
¿Por qué asocio adopción internacional con este Registro? La filosofía que lo impregna está notoriamente alejada de la experiencia, así como de conocimientos psicosociales imprescindibles y de las éticas que aplicamos para crear los vínculos parentales/institucionales/legales que regulan las adopciones. Amén de las inconstitucionalidades denunciadas por los expertos. Por lo cual se abre un espacio para el interrogante: ¿Estaremos en ciernes de privatizar el destino de los chicos que las políticas de distintos gobiernos transformaron en menesterosos aspirantes a ser canjeados por los euros que nos aporte un nuevo Fondo Adoptivante Internacional?

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