SOCIEDAD

Nueve horas en el baúl de un auto

Un ejecutivo fue secuestrado y encerrado en el baúl. Su mujer pagó. “Eran pendejos, eran bravos”, le contó a este diario.

 Por Alejandra Dandan

Patricio Connelly es un contador de 36 años de edad con un puesto ejecutivo en la papelera Ledesma. Vive con su mujer y sus dos hijos de ocho años en una de las zonas residenciales de Olivos. El martes a la noche cuando volvía del cine lo secuestraron. Estuvo durante nueve horas en un baúl, de donde lo sacaban para negociar el precio de su rescate con los seis integrantes de la banda. Su familia pagó tres mil dólares para liberarlo. El caso es uno de los siete que desde marzo se investiga en sólo uno de los juzgados federales de San Isidro. Página/12 habló con el ejecutivo liberado, que contó los detalles de la pesadilla: “Son pendejos, son bravos: de esos alejate, alejate porque son jodidos. No tenían drogas, ni siquiera aliento a alcohol”.
Pasaron más de veinticuatro horas desde el secuestro. Connelly se pasó las últimas horas de ayer arriba de un automóvil del juzgado que intentaba seguir las pistas casi perdidas de su secuestro: “Reconocí un vivero en una esquina y los monoblocks de Boulogne donde me cambiaron de auto. Es posta que fue ahí”. Connelly acompañó a los integrantes del Juzgado Federal 2 que tomó la investigación en sus manos el martes a la noche mientras la mujer de Connelly hacía la negociación con sus captores.
El secuestro comenzó el martes en la puerta de la casa del empresario. Como nunca antes, Connelly regresaba a su casa en la Cherokee 4 por 4, uno de los vehículos de la casa, abandonado hace tiempo en el garage: “Hicieron la típica –comenta–, me agarraron en la camioneta y eso que en general uso el Twingo de mi mujer, no sé, viste para evitar inconvenientes porque me parecía que llamaba mucho la atención”. Ese día, por algún motivo mecánico decidió salir con la camioneta. Después del trabajo fue al cine con su mujer, regresaron los dos por separado. Ella en su auto y el contador en el suyo. En la puerta de la casa aparecieron dos jóvenes: uno de unos 18 años, otro mayor, tal vez de 24.
“Fue un secuestro express”, dice sin titubeos el hombre que ahora parece casi un experto: “Aunque no fue express por lo corto”. Connelly estuvo dando vueltas durante nueve horas. Los captores lo llevaron en la camioneta y sobre el camino del Buen Ayre cambiaron de auto. “Permanentemente te hostigan, te gritan para que entres en pánico porque están sacados: corrés tanto riesgo de que te metan un tiro como de matarte mientras van en el auto.”
En Boulogne lo metieron en el baúl de un Ford Mondeo, un auto que a las siete de la tarde fue denunciado como robado en la Capital. Allí adentro lo mantuvieron mientras seguían adelante con la negociación. No pidieron un monto exacto para el rescate. No conocían el puesto de trabajo del contador, ni sus recursos. “No te preguntan nada, querían saber cuánto tenía y estuve bien –dice Connolly– porque después me explicaron que lo que le ofrezcas no te baja la probabilidad de que mueras: para estos pibes cualquier guita es mucha plata, no tienen idea de montos, no hay nada que les venga bien.”
El acuerdo se cerró en tres mil dólares, pero el contador comenzó ofreciendo 1.200. En su casa no había dinero. A través de su celular, los dos adolescentes le exigieron a su mujer que lo buscara en la caja fuerte de la empresa donde guardaban las reservas. Ese fue uno de los momentos de mayor riesgo. “Es difícil abrir una caja en estado nervioso, tenés que ir para un lado, después al otro. Y más mi mujer: nunca había intentado abrirla.” Mientras tanto, se acercaba la hora para entregar el dinero. Tenía que ir rápido a la ruta, sola y recordando cada una de las palabras de los dos adolescentes: “Te queremos sola, no lleves a la yuta porque te matamos a vos y a él”.
La noche de la familia terminó a las cuatro de la mañana, desde la DDI de San Isidro salió un patrullero hacia donde habían dejado a Connelly. Lo rescataron cuando todavía estaba dentro del baúl.

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El edificio de la Papelera Ledesma, donde trabaja Connelly.
A él lo secuestraron cuando llegaba a su casa, en Olivos.
 
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