SOCIEDAD

Moda o reivindicación, cada vez más niños usan nombres aborígenes

Según el INAI, durante 2006 se aceptaron 250 nuevos nombres, con lo que la lista se incrementó en un 10 por ciento. Mapuches y aymaras son los más elegidos, especialmente en Buenos Aires.

Desde el punto de vista occidental, el nombre es uno de los rasgos que define la identidad del sujeto, una forma de incluir al niño en el mundo de lo simbólico. Para la mirada de los pueblos originarios, en cambio, el nombre es la expresión máxima del espíritu, “el sonido del alma”. Un relevamiento del Programa de Nombres del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) indica que durante 2006 se incorporaron a la lista aceptada por el Registro Nacional de las Personas 250 nuevos nombres que provienen de culturas originarias. La mayoría de los pedidos no proviene de las comunidades aborígenes sino de familias radicadas en el área metropolitana. ¿Se trata de una moda o de una identificación con los pueblos indígenas? Lo cierto es que, con este crecimiento, el listado del INAI cuenta hoy con dos mil quinientas designaciones que se fueron incluyendo en los registros civiles de toda la Argentina.

Los nombres más populares son los de origen mapuche y aymara, destacó Wenceslao Villanueva, coordinador del programa y descendiente de familia colla. “La preferencia por estos nombres se da porque estos pueblos tuvieron un mayor protagonismo en la historia, lo que los hace más conocidos”, explicó para luego reflexionar: “Lo que para la comunidad en general es una moda, para nosotros es una reivindicación”.

Uno de los últimos nombres de origen aymara registrados es Uma, que significa en una primera lectura “agua”, pero en una interpretación más acabada refiere “a la sabiduría y la fuerza de una persona que facilita la vida de los demás”, explica Villanueva. Kiney, en tanto, es una designación que utilizaban los mapuches que fue aceptada para nombrar a una niña y que, simplemente, significa “hermosa”.

La tradición cuenta que en las comunidades mapuches, la persona más anciana era la encargada de elegir los nombres de los niños por nacer. Los nombres surgían de sus propios sueños.

En la era de la tecnología y de la supremacía del inglés como lenguaje universal, algunos padres optaron también por nombres que en su momento crearon los pueblos originarios que habitaron la Argentina como los tobas, los quichuas o los wichí. Los que más solicitan aval para hacer uso de estos nombres son ciudadanos del área metropolitana por una razón muy simple: tienen la posibilidad de acercarse hasta la sede del INAI en la ciudad de Buenos Aires. “Se trata de padres que están vinculados directamente con comunidades originarias o de otros que no tienen contacto pero que sienten la necesidad de reivindicarnos”, evaluó Villanueva.

A estos pedidos se suman los reclamos de comunidades descendientes de diferentes etnias del interior del país. Uno de ellos fue el presentado en forma conjunta por siete pueblos de Salta para que se reconozcan los nombres indígenas. En ambas situaciones, los padres pueden sortear las barreras burocráticas que se encuentran en los registros civiles. Sus pedidos están amparados por el artículo 1 de la Convención Internacional sobre eliminación de todas formas de discriminación racial, en el cual se señala que “no autorizar la inscripción de un nombre indígena basada en razones lingüísticas o de costumbres tiene como resultado lesionar la identidad cultural de una persona”.

El conflicto se inicia cuando el registro civil se niega a anotar al niño con nombre aborigen argumentando “desconocimiento”. Ante esta negativa, los padres pueden realizar una queja ante el INAI y éste actúa enviando una carta a la dependencia fundamentando el origen del nombre. De esta forma se logra destrabar la inscripción y se habilita para incluir la designación en la lista de nombres que tiene cada organismo. Este trámite se resuelve en el lapso de 45 días. “Durante el 2006 se labraron 170 notas dirigidas a los registros civiles para justificar la veracidad de los nombres”, destacó Villanueva.

Con este reconocimiento de la sociedad hacia las comunidades originarias, además, se podría terminar con una práctica vieja entre los pueblos originarios: tener un nombre bien visto por la ley y otro nombre, el verdadero, entre sus pares, el que define su esencia. “El nombre tiene que ver con nuestra identidad y nuestra espiritualidad, es el sonido del alma, el que nos acompaña toda la vida y ahora empezamos a recuperarlos”, destacó Villanueva.

Informe: Elisabet Contrera.

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Para los pueblos originarios, el nombre es la expresión máxima del espíritu, “el sonido del alma”.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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