SOCIEDAD › UNA MUJER MURIO BALEADA AL PELEAR CON UN POLICIA

“Soltalo, que es mi hijo”

Era la dueña de un negocio asaltado. Su hijo atrapó al ladrón, pero la policía detuvo a todos. Para evitar que se lo llevaran a él, la madre forcejó con un uniformado y una bala la mató.

Fue como si la noche del jueves en la Villa San Pablo, en Tigre, se cruzaran, se superpusieran las probabilidades de la muerte. Alicia More, una comerciante de 42 años, terminó asesinada por la perdigonada de su propia escopeta cuando forcejeaba con un policía. El bonaerense había detenido a su hijo y a un vecino pensando que eran ellos quienes habían asaltado el negocio de la mujer. Los muchachos habían conseguido capturar a uno de los delincuentes y lo llevaban por la calle Libertad, en busca del segundo, cuando se cruzaron con la patrulla que les quitó el arma, según contó a Página/12 uno de los jóvenes confundidos con ladrones. “¡Soltalo, soltalo, que es mi hijo, él me salió a defender a mí!”, gritó Alicia cuando se encontró minutos después con su chico de 16 años esposado y arriba del patrullero. Pero no hubo razones para el personal de la comisaría 5ª. La mujer, desesperada, primero se subió al móvil, la sacaron, intentó regresar por su hijo, y cuando forcejeaba, agarrada al caño del arma, se escuchó el tiro que la mató casi en el momento. La policía primero se llevó a los presos equivocados y dejó a la mujer en el medio de la calle. La socorrió un vecino, pero murió a los pocos minutos.
La Villa San Pablo está más allá de la ruta 202, cruzando la calle Pacheco. Allí, tanto para los pibes chorros del lugar, como para los que no delinquen, pero conviven con estos, la 5ª de Pacheco es el último lugar al que querrían entrar esposados. Para Alicia More, una vecina que llevaba años viviendo junto a su marido y sus siete hijos en una casa humilde de la calle Marcos Sastre, no había dudas sobre este cuadro de situación. Quizás así se entienda la desesperación de la mujer al intentar que la policía liberara a su hijo detenido como un ladrón.
Todo empezó poco antes de las ocho de la noche (faltaban unos minutos para que terminaran “Los Simpsons” por Telefé, recuerdan en la villa). A esa hora dos hombres jóvenes, pero mayores de edad, entraron al local de venta de ropa –una especie de pilchería de barrio– de Alicia. Encararon a la hija de la mujer pidiéndole cigarrillos. Como la chica tuvo que ir a buscar al fondo del local, hacia donde continúa la casa familiar, los supuestos clientes aprovecharon el momento para arrancar la caja registradora, manotear algo de ropa, y salir corriendo. Cruzaron la calle y se metieron en uno de los pasillos de la San Pablo. La mujer no lo pudo creer: desde hacía un tiempo que la familia tenía una escopeta para este tipo de ocasiones. San Pablo y las villas de la zona tienen su propia reserva, pero en general, excepto “algunos rastreros” no se meten con los vecinos. Mucho menos con Alicia, una doña, que a los ojos de los pibes, “era buena, no se metía con nadie y le daba fiado a uno cuando necesitaba estrenar un buzo, una remera, un pantalón, a pagar en dos cuotas”.
Alicia estaba en el fondo de la casa. Salieron su marido y su hijo menor. Pero en el apuro ninguno se llevó la escopeta recortada 12.70. Entonces ella misma la manoteó y con firmeza caminó hacia la villa. A unos veinte metros se encontró con un amigo de la familia. Ese es el joven con quien ayer habló Página/12. “La encuentro a la señora en la punta de un pasillo con la escopeta. Hablaba medio nerviosa. Me pidió que se la alcanzara al marido que salió corriendo sin nada”. El testigo, que pidió reserva de su identidad, contó que en Pacheco y Libertad, con el hijo de Alicia y otro vecino sosteniendo a uno de los ladrones en el piso. El entonces hizo de custodia con la escopeta, aunque asegura que apuntando hacia el piso. “Uno lo agarró de una mano, el otro de la otra, y yo iba atrás”. Así hicieron una cuadra. Era de noche y casi no había gente en la calle. Treinta metros antes de la esquina de Marcos Sastre aparecieron.
Eran un patrullero de la comisaría 5ª. Los pararon en seco. “Pongan las manos en la nuca”, les dijeron. Uno le vio la escopeta. “No tirés, no tirés, está cargada, la bajo, me quedo quieto”, pidió él. El ladrón aprovechó para escapar. Se metió en la casa de un vecino. También el segundo vecino. El testigo y el hijo de Alicia fueron esposados y losmetieron en el patrullero. Gritaron, pidieron por favor que les creyeran. Pero no. A Alicia le avisó una vecina. Apareció desesperada. “Soltalo, soltalo que es mi hijo”, le gritó al policía, cuya identidad no fue divulgada. Como no la escucharon se subió al asiento del acompañante. El policía la sacó de un hombro. Ella no se atemorizó. Lo volvió a atacar. El parado, con la escopeta de ella en la mano, empuñada. Ella aferrada al caño. Así lo describe el testigo que veía todo desde adentro del patrullero. “Se fueron corriendo para la punta del auto y ella no soltaba”. De pronto sonó el disparo. “Los policías subieron al auto y salieron escarbando”. El cuerpo de Alicia More quedó tirado durante unos diez minutos hasta que el panadero del barrio la llevó hasta una clínica, donde murió con una enorme herida en el vientre.

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El frente del negocio de Alicia More, quien terminó baleada por su propia arma.
 
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