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Sábado, 3 de agosto de 2002

PLáSTICA

Muchos Macció

Es autodidacta: se hizo pintor hundiéndose en la pintura. Junto con Noé, De la Vega y Deira, integró el grupo la Otra Figuración y marcó a fuego la plástica de los años '60. Pasó por el surrealismo, el informalismo, la gestualidad, el expresionismo abstracto, la neofiguración, el realismo... Ahora, a los 71 años, Rómulo Macció mira hacia atrás con lucidez, relee su prolífica trayectoria y exhibe el resultado en De la figuración a la parafiguración, la retrospectiva de un pintor de raza que fue, es y será muchos pintores.

 Por Fabián Lebenglik

Más de cuarenta cuadros pintados durante casi medio siglo. Para el generoso período de tiempo que abarca, la selección suena algo exigua. Pero esta aparente desproporción no debería pensarse como el efecto de una reticencia sino como el resultado de la lucidez en el planteo, en el recorte de la historia de una obra y en la capacidad de dosificación para presentar algunas certezas sobre la pintura. Rómulo Macció supo reunir, sin convocar a los coleccionistas de su obra –y sólo con cuadros que hasta ahora no había querido o podido vender– un corpus bien representativo.
Pintor sumamente prolífico, Macció, sin embargo, sabe medir cuántos trabajos debe exhibir en cada caso, pegando directo en el ojo del espectador, aunque sin abrumar. Podría hacer varias muestras antológicas simultáneas, y en ese sentido la palabra “muestra”, aplicada a este caso, cobra toda su elocuencia: designa una parte diminuta del todo, que se exhibe para dar a conocer las características del conjunto. Una “muestra”, en Macció es apenas un indicio de una obra múltiple.
El Centro Cultural Borges presenta hasta el 15 de septiembre su antología De la figuración a la parafiguración, una muestra que apabulla no sólo por su impacto visual sino también por su coherencia pictórica, y por la variedad de estilos que atraviesa. Macció es muchos pintores a la vez: sucesivamente, pero a veces, también, simultáneamente. Ése es, podría decirse, su propio estilo: Macció es un pintor plural. A lo largo de casi cincuenta años ha sido muchos pintores. Y tiene la capacidad de serlo a la vez y a través del tiempo. Simultaneidad y sucesión se cruzan en dos ejes que se potencian: ésa es la hipótesis de su coherencia. De su madera de pintor-pintor.
El itinerario de Macció pasó por el surrealismo, el informalismo, la gestualidad, el expresionismo abstracto, la neofiguración, el realismo... y también, en sus propios términos, la “parafiguración”, palabra comodín que le sirve para cruzar la vereda entre la figuración y la abstracción. En Macció, figuración y abstracción pierden sentido antagónico y se convierten en modos de mirar no excluyentes.
Su pintura parece afirmar que sin expresión no hay arte; porque allí se juega claramente un componente expresivo y comunicativo funcional y necesario para su naturaleza de artista.
La pintura –parecen mostrar sus obras– debe tocar el ojo del que mira y debe comunicar algo. Algo que no es completamente explicable: “La pintura –dice Macció– es una ciencia oculta, irracional: nace de un oscuro núcleo y no de conjeturas intelectuales”.
Un rápido repaso biográfico consignaría que Macció nació en Buenos Aires en 1931, que es un pintor autodidacta, que se hizo a sí mismo mirando pintura. Junto con Noé, De la Vega y Deira, formó parte de la Otra Figuración durante la primera mitad de la década del sesenta. El grupo constituye uno de los momentos más relevantes de la historia de la pintura argentina, y uno de los contados casos en que la pintura local estaba en sincronía no sólo con el arte internacional sino también con los otros campos de la cultura. Aquel cuarteto de artistas, como un tornado, absorbió a muchos de los que vinieron antes y después.
El comienzo de la consagración de Macció tiene fecha: la retrospectiva que presentó en el Instituto Di Tella en 1967. Fue dos veces invitado a la Bienal de San Pablo y otras dos a la de Venecia. Realizó exposiciones individuales en América latina, Europa y Estados Unidos, y su obra forma parte del patrimonio de decenas de colecciones, museos y fundaciones de todo el mundo.
En De la figuración a la parafiguración, el artista decidió colocar el acento sobre la evocación del rostro como captación y condensación de lo humano desde la perspectiva de la pintura: la cara es el emblema delhombre, la síntesis y revelación de la idea del hombre. “Retratos”, “espejos”, cabezas, “desretratos”, “muecas”, perfiles, desfiguraciones, rictus, gesticulaciones, transformaciones... Hay una sociedad de caras, un sistema de usos, relaciones y parentescos, un árbol genealógico.
Aunque trabajado con distintas técnicas, el rostro, en la pintura de Macció, siempre tiene una función a la vez expresiva y autorreferencial: desde retratos como el de Mondrian (de 1962), donde el artista combina el género del retrato con la cita geométrica y su propio “comentario” pictórico, hasta el más reciente “Vótenme, soy Dorian Grey” (2002), en el que el pintor, con humor cáustico, produce un particular y literal cuadro de situación argentino.
El género del retrato es reiteradamente citado por el pintor. Al punto de que muchos de sus paisajes urbanos (como los que hizo de Nueva York y Buenos Aires durante la década del noventa) fueron pensados por el artista como “retratos” de ciudades. Allí el “clima” aparece en sentido literal y figurado: por una parte, en la acepción meteorológica, fenoménica, de las nevadas, tormentas o calores que afectan la visión de los objetos; pero el clima también genera modos de vida y modalidades de la mirada. En esas series el aire se opaca o se aclara, las figuras se deforman, contrastan o se vuelven complementarias, como sucede en los retratos propiamente dichos. Los colores se tensan o se diluyen. Las sombras se vuelven un bulto sin forma. El clima pictórico implica una atmósfera que señala cierta moral. En Macció, el sentido del retrato tiene una cualidad crítica que le permite aplicar su calidad de pintor y desarrollar su expresión impulsiva.
Otro dato que queda claro, en relación con la coherencia pictórica del artista, es su clara conciencia del tiempo. La cuestión de la temporalidad es una clave de toda mirada retrospectiva. En las pinturas “tempranas”, lo notable es su condición estéticamente anticipatoria; en las que remiten a su etapa de miembro de la Otra Figuración (de la que la “parafiguración” podría ser un sucedáneo), se advierte la sincronía con otras tendencias pictóricas que estaban en boga en el mundo por aquellos años. Pero su pintura también presenta elementos claramente anacrónicos, que defienden un manejo propio de los tiempos frente al tiempo o las modas que se imponen desde afuera.
Anticipación, sincronía y anacronismo son tres de los ejes dominantes de las distintas temporalidades que Macció maneja en el planteo de su antología retrospectiva. En ese sentido, el pintor construía una obra al mismo tiempo que generaba espectadores a la medida de esa obra; más exactamente, dos o tres generaciones de espectadores. Por lo tanto, Macció no sólo produjo un sistema estilístico propio sino también un modo de mirar y hacer pintura a través del tiempo.

Rómulo Macció, De la figuración a la parafiguración, en el Centro Borges, Viamonte y San Martín, hasta el 15 de septiembre.

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