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Sábado, 3 de agosto de 2002

TV x 2

Será justicia

“La Corte” –nuevo foro judicial de la televisión argentina – debutó con un caso estremecedor: la tenencia de un loro.
Por Claudio Zeiger
Para hacer justicia, a veces alcanza con un martillo, un abogado razonable y un espacio de televisión al que cómodamente podría llamarse talk show. Pero a veces no alcanza, y entonces hay que recurrir a la justicia verdadera o, como sucede en Estados Unidos, dedicar todo un canal a los asuntos judiciales que, bien tratados, suelen ser apasionantes. Es el caso del canal de cable Court TV, que matiza programas como “La Corte” con cobertura de casos apasionantes y famosos (al estilo O.J. Simpson), películas sobre y con juicios o unipersonales como el caso de “Judge Judy”, una jueza retirada de Nueva York con exitoso programa propio. Ya se sabe que la Justicia en la Argentina es apasionante por motivos muy diferentes, pero tampoco se trata de hacer extrapolaciones salvajes de la realidad al reino del bajo costo de la televisión vernácula. Sólo algunas apreciaciones.
Las pretensiones del recién estrenado programa de América “La Corte” (lunes a viernes, a las 13) tampoco son tan ambiciosas; su máximo atractivo pasa, al contrario, por la pequeñez microsocial de los casos tratados, digámoslo así: en los antípodas de una Corte Suprema.
Tiene un antecedente ilustre: Luis Moreno Ocampo condujo durante un tiempo el programa “Forum”, donde laudaba (con su estilo y dicción inconfundibles) en conflictos entre particulares. Desde entonces los talk shows se han sofisticado bastante, y algo de ese espíritu de permanente riña caracteriza esta nueva propuesta donde el abogado Mauricio D’Alessandro hace “laudos arbitrales” en su calidad de “amigable componedor”, según explicó él mismo su tarea y función.
Por mucho que esté este programa en el aire (le auguramos larga vida), por más que se haya hablado bastante de un caso de zoofilia (dos paisanos disputando por una oveja), nuestro caso favorito será por años, quizás para siempre, el del loro. Fue así: un matrimonio de años tiene un negocio y un loro. El loro empieza a repetir, con insistencia, el nombre “Paco”: oh, casualidad, el apodo de un cliente del negocio. El hombre piensa que el loro en verdad le está advirtiendo acerca de la infidelidad, la secreta relación entre el cliente y su mujer. Los otros (todos están presentes en el estudio-Corte) niegan la relación, y el programa sigue con esos típicos diálogos de sordos que suelen caracterizar a los talk shows en cualquiera de sus variantes. A medida que avanza el juicio, con las preguntas del amigable componedor (que por más que sea amigable, cuando baja el martillo hace temblar la sala), el espectador se esclarece: el motivo de controversia es la tenencia del loro, ya que el hombre decide abandonar casa y negocio, enceguecido por la traición. Lo mejor de todo es que el loro está allí, sobre el escritorio del componedor, y cada vez que el amigable lo nombra, el loro repite (como un loro) “Paaaaaaaaco”, al punto tal que el componedor, en un momento, exclama: “Realmente este animal tiene una obsesión con Paco”. El fallo (según se pudo observar a lo largo de la semana, no frecuente) fue salomónico: la tenencia se repartió en tres y cuatro días por semana alternada. Creemos que el componedor se decidió cuando el hombre aclaró que no iba a tomar ninguna represalia con el loro. Al contrario, agregó: si fue el noble animal quien lo advirtió de la infidelidad...
“Hay problemas cotidianos que te pueden complicar la vida”, reza el slogan de “La Corte”, y pone al aire los teléfonos para comunicarse. Con un sentido de asistencia social, por ahora han laudado en pleitos que enfrentan a empleados y empleadores, ex amigas, ex parejas (legales y de trampa). El otro día se vio a dos amigas enfrentadas porque una le prestaba ropa a la otra y la otra se la devolvía rota: fue lo más parecidoal espíritu Moria, con gritos y acusaciones mutuas, madres fundamentalistas y ropa destrozada en cámara. Nos atrevemos a señalar que, por ese camino, “La Corte” derrapa, pierde la esencia arbitral (y amigable) y ese clima entre municipal y jurídico que –ficción, realidad o mitad y mitad– pueden atrapar al espectador en la telaraña de la infinita dificultad de la vida cotidiana, con sus desigualdades, sus miserias, sus mínimas reparaciones en un mundo en el que, definitivamente, no hay justicia.

La familia argentina

Un repaso afiebrado de los últimos capítulos de Los Süller, tragedia griega en clave de folletín porno criollo.
Por C.Z.
La última vez que Radar se ocupó de la familia Süller, el gran tema era El Secreto. Guido hablaba de un secreto familiar muy bien guardado, y el enigma suscitó diversas especulaciones. (Hace poco supimos la verdad: en su infancia, Guido habría sido víctima de acoso sexual.) Pues bien, ahora el tema excluyente es El Límite. “¿Cuál es el límite?”, se preguntan en “Rumores”. “¿Tienen límite?”, se preguntan Polino, Dorio y Cía. en “Zap”. “¿Habrán pasado ya el límite?”, se pregunta por las noches un angustiado Mauro Viale. El límite, seguido de la negación rayana en la locura: “No tengo más hermano”, afirma Silvia. “No tengo más hermana”, confirma, sombra terrible, Guido. Y, se ve, no pueden vivir uno sin el otro, monstruos complementarios. “Pero, ¿qué sucedió?”, se preguntará el desprevenido y humilde trabajador que no puede ver TV por las tardes, cuando todas estas cosas suceden en la pantalla de los programas de chismes y afines, desde el mediodía hasta las 17 aproximadamente (aunque a la noche, con Chiche, puede tener su revancha). Sucedió de todo, así que lo mejor es enumerar los hechos en su vertiginosa progresión.
l Guido muestra partida de nacimiento de un niño adjudicado a Claudio Ponce, marido de Silvia: no pasaría alimentos a la madre.
l Silvia afirma que Guido se acostó con su primer marido (que a la vez era primo hermano de Norma, la hermana mayor, lo que confirma que la rosca familiar viene de lejos) y que, dicho sea de paso, la confesada violación que sufrió de chico, a los once años, a manos de un amigo de la familia profesor de música, no fue tal: apenas hubo un acoso en la escuela, y Guido tenía ya 15 años.
l Jacobo Winograd (en venganza porque Guido dijo que una madrugada le había dado un beso en la boca) lo agarra a piñas en el estudio de “Zap”. Guido lo insulta. En “TV Registrada” ponen el audio donde al parecer, en vez de decirle “estúpido de mierda”, le dijo “judío de mierda”. Todos se rasgaron las vestiduras haciendo profesión de fe judía.
l Jacobo (aliado hace rato con su archienemiga Silvia, pero siempre muy enojado, al parecer, por lo del chizito) empezó a batir que Guido hacía servicios bucales y se acostó con mucha gente del ambiente artístico, ante lo cual Silvia (con una maldad que dejó helados, por una vez de verdad, a los conductores de los programas) salió a echar leña al fuego y afirmó que Guido tiene una terrible enfermedad (por la que en 1998 tuvo manchas negras horripilantes en los genitales) y toma cinco pastillas por día (traducción: es lo que la mente febril de Silvia entiende por tener HIV). Y agregó, ante el espanto total: “Está enfermo y se va a morir”.
l Guido agregó que existen el bien y el mal, y que Silvia era ni más ni menos que el Innombrable.
l Guido y Jacobo pelean en un ring de “Café Fashion” (o Facho, como dice el chiste que circula por los medios). Increíblemente, gana Guido.
l Papá Süller sale a decir barbaridades antisemitas que son refutadas ni más ni menos que por mamá Süller (“siempre fue fascista”).
l A Silvia se la nota un poco deprimida. ¿Será verdad?
l Guido vuelve espléndido de Roma (recordar que es aeronavegante) y se entera de que su novia (?) Paulina le metió los cuernos.
Mientras tanto, los propios conductores, que todo el tiempo los azuzan unos contra otros, se preguntan preocupados si los Süller no están pasando los límites. El límite: el monstruo mediático se está volviendo incontrolable.

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