SOCIEDAD › ANCLAO EN ANTARTIDA II

El salto a Marambio

 Por Eugenio Martínez Ruhl

El rojo difuso que mancha todo el horizonte, ése donde el mar congelado se transforma en cielo, luce imperturbado. Configura una mañana de esas que en la Base Esperanza consideran “excepcionales”. Con el clima como aliado, el vehículo oruga vuelve a subir dificultosamente el Glaciar Buenos Aires. Si bien las comunicaciones por radio son caóticas, sabemos que nos viene a buscar un bimotor chileno, igual al de la Fuerza Aérea (FAA) que, tras un aterrizaje accidentado, nos dejó varados en Esperanza. Una vez en la pista, el tiempo de la Antártida demuestra su inestabilidad: el día fantástico ya no lo es tanto y los cerros que circundan la pista improvisada sobre la nieve se empiezan a cubrir de una bruma extraña. Nos informan que la nave ya despegó hacia este lugar y que tiene 25 minutos de viaje. “Por favor, que el clima aguante”, pienso, pero no digo nada y sigo mirando el cielo.

El optimismo de hace un rato le dejó su lugar a un escepticismo creciente. Pregunto desde qué lugar debería aparecer el avioncito. Me pongo a mirar fijo hacia ahí. Una elevación pedregosa ubicada a unos cientos de metros se superpone a otro monte más lejano, íntegramente nevado, formando una imagen en V. Un minuto después, justo en ese espacio veo un puntito negro que se mueve. Grito: “Ahí viene”, y varios se me acercan. El colega que está conmigo en esta aventura no lo ubica y me pide indicaciones sobre dónde mirar. Pero rápidamente la nave –un Twin Notter al que llaman Twin a secas– desaparece atrás de la elevación marrón. La perdemos por unos minutos y los que están a mi alrededor me preguntan si estoy seguro de lo que vi. Tras dos fracasos, éste es el tercer intento de rescate, luego del incidente del miércoles pasado, y eso se nota.

La próxima vez que lo vemos, el biplano viene de frente y con las luces prendidas. Se disipan las dudas. Los pilotos sobrevuelan la zona a pocos metros de altura, para analizar la pista. Después de pasar dos veces, finalmente aterrizan y todos aplaudimos, sobre todo el otro periodista, yo y el odontólogo Juan Pablo Sifon, quien esperaba hace más de dos meses que lo vinieran a buscar. Parece que la aventura toca su final. Subimos la carga y abordamos el pequeño bimotor de bandera chilena, con destino a la Base Marambio, escala obligada antes de volver al continente.

En el viaje entre las dos bases antárticas se respira la tranquilidad de haber logrado sortear el paso más importante para volver a casa, luego de un paseo que se extendió mucho más de lo previsto. La excursión a la Antártida tenía una duración original de menos de dos días y nosotros ya estábamos camino al sexto, reflexiono mientras miro por la ventanilla. La gran extensión blanca no tiene límites precisos. Las mesetas cubiertas por la nieve tienen una continuación ininterrumpida en el mar, congelado casi en su totalidad. Esa capa de hielo tiene unas pocas grietas a lo largo de varios kilómetros, en las que un recorrido de agua se deja ver. Esas partes parecen estrechos ríos o riachos en medio de una gélida llanura, en lugar de porciones de un mismo mar que se resisten a la fuerza del frío.

El cielo está nublado, pero no parece amenazante. Luego de pasar cerca de varias elevaciones no muy altas, llegamos a la isla donde está emplazada la Base Marambio. Aparecen otra vez las construcciones naranjas, muy visibles desde el cielo. El Twin chileno encara sin vacilaciones las pista de aterrizaje, pero igual los pasajeros sentimos cierta inquietud, por la experiencia negativa de hace unos días. Los pilotos lo hacen tocar una vez el piso, lo dejan volver a volar unos metros, y recién luego lo bajan definitivamente. Ya estamos en Marambio, más cerca del regreso.

En el exterior hace un frío no muy distinto al de Esperanza, pero aquí hay más viento. De modo que caminamos rápido los metros –unos doscientos– que separan la pista de la estructura principal de la base. Nos volvemos a instalar aquí, de donde habíamos salido a pasear por media hora y nos habíamos quedado varios días varados en la otra base. Según los planes, en algunas horas nos vienen a buscar en un avión Hércules para regresar al continente. “Está pronosticado temporal para los próximos cuatro días”, nos informa el meteorólogo de Marambio algunos minutos después, y nos hace caer de vuelta en la realidad. Nada va a ser tan fácil, y por lo visto esas pocas horas que nos separan de nuestros hogares se van a transformar en varios días. “Ustedes sí que están conociendo cómo es en realidad la Antártida”, nos dicen con una media sonrisa varios habitantes de esta base. Mi colega, el odontólogo y yo nos quedamos pensando si en realidad eso será un privilegio.

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