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“Hay un corralito a la ilusión”

En el viaje de Gustavo Alasia hay un problema: su piano. No sabe cómo llevárselo a Madrid. Primero intentó con un avión pero le pedían 40 pesos por kilo y la idea le resultó una locura. Más tarde pensó en un barco y en los contenedores que todo el mundo usa para exportar. Llamó a uno de los lugares apropiados pero cuando supo el precio desistió: le pedían algo así como 3000 pesos por dos metros cuadrados. Desde ese momento, es decir, desde hace unos días, empezó a olvidarse del piano: uno de sus primeros duelos en esta larga marcha que en septiembre lo dejará en Europa: “Acá no tenés dónde hacer pie: el corralito más grande que nos pusieron es a la ilusión, si lo pensás a fondo fue así”.
Gustavo tiene 31, una edad similar a la mayoría de quienes abandonan el país. Además de músico, es profesor de guitarra y estudia marketing en la universidad Kennedy. La idea del viaje empezó hace un año. Fue cuando uno de sus mejores amigos guardaba sus cosas en unas cuantas valijas para marcharse a España. En ese momento, recién entonces, también Gustavo empezó a pensar en el asunto, en esa salida marcada por el aeropuerto.
A lo largo del año, los dos amigos se mantuvieron en contacto. Las noticias que llegaban desde el Viejo Continente eran absolutamente tentadoras. En unos meses, su amigo había pasado por un sinfín de trabajos, desde hachero hasta empleado en restaurantes. Finalmente consiguió un puesto en una agencia como promotor y desde entonces se mudó dos veces a un lugar cada vez mejor. Consiguió un auto y hasta tiene plata para pagarse algunos viajes a la Argentina y hacer esas visitas de turista.
Esa vida donde el progreso y cierta evolución parecen garantizados aún es inimaginable para los que están pensando en irse. Pero sirve pensar que cada una de esas cosas son posibles en otro lugar. “Irme a 20 mil kilómetros es demasiado –dice Gustavo–. Sé que tiene un trasfondo de aventura pero no soy Robinson Crusoe: no viajo porque tenga tiempo, ni porque quiera conocer Europa.”
Por eso no se va para probar suerte. Tiene todo listo para quedarse y así lo fue planeando desde el día que empezó a formar parte del ejército de reserva del país. Quedó fuera de una empresa de telecomunicaciones en octubre, en medio de una reestructuración: “Me había salvado en las otras dos anteriores y estaba haciendo el trabajo de tres personas: ahora el que se quedó en mi lugar tiene que hacer el de seis”, cuenta. Despedido, con una carrera a medias y algo más de treinta años pensó en cambiar de dirección. En vez de buscar trabajo acá comenzó a buscarlo afuera, en Madrid o en Barcelona, donde terminará en setiembre: “Estoy cansado de pelear, me da bronca que los cacerolazos sean por una cuestión de intereses económicos: yo hubiese salido cuando nadie les pagaba a los jubilados”. Lo sabe, España no es el Edén, “pero tampoco quiero un Edén sino sólo un mundo normal”.

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