SOCIEDAD

Recordando a los secuestradores

“El papá de Echarri se abrazó con uno de ellos; yo tuve buen diálogo con uno, pero cuando me preguntaron qué haría, se los dije: los mataría a todos.” Jorge Milito primero se los dijo a los secuestradores, más tarde lo repitió en la Justicia. “Eso que le dicen mal de Estocolmo –dice– para mí no lo hubo, ni siquiera con el que me dijo: ‘Jorgito no te preocupes que yo te llevo’.” En algunos casos, las víctimas convivieron con sus secuestradores algunas horas; en otros pasaron de casa en casa durante varios días. A muchos sólo les conocieron los tonos de voz, de otros sólo recuerdan los ruidos que hacían al caminar, los cigarrillos convidados, las preguntas o los modos de atarlos bien fuerte, lo que durante unas horas funcionó como método de tortura.
“Me ataron los dos pies y piernas a las de mi papá y a la cama; de pronto le pusieron a él una pala entre las piernas diciendo que me iban a matar, y él iba a cavar la tumba.” A Guillermo Vaccaro lo amenazaron, lo ataron y lo liberaron recién seis horas después que a su padre. El dinero que había conseguido reunir la familia no era suficiente para la banda. A Gino lo soltaron para sumarlo a la búsqueda de fondos. Antes de soltarlo volvieron a recordarle que se portara bien porque su hijo seguía encerrado. Inmediatamente, como si en lugar de secuestradores fueran un grupo de buenos amigos, le dieron diez pesos y algunos consejos sobre el barrio. “Y si hasta parece cómico –dice don Gino–, de repente escuché que me decían: ‘Tomá te damos diez pesos para el remís, pero no te subas con cualquiera, hay mucha gente mala en el barrio’.”
Seis horas después, liberaban a Guillermo. Lo cargaron en un auto, lo bajaron unas cuadras después, todavía con la venda sobre los ojos. Le dijeron que contara tres minutos antes de avanzar, y antes de despedirse le dieron veinte pesos para la vuelta.

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