SOCIEDAD › LOS SIN TECHO QUE FORMARON UNA COOPERATIVA

El fruto de la organización

“Y bueno, será que se vive así en Buenos Aires”, suspiró Leonor al entrar a lo que sería su “hogar” compartido, una piecita derruida dentro de lo que fue un aristocrático caserón de la Capital Federal. Oriunda de Salta, adolescente y una beba a cuestas, la gran metrópoli la recibió dándole a conocer su peor cara: la de la necesidad. “Oscuro y sospechoso”, el caserón centenario de la calle Perú la cobijó al igual que a las 23 familias que lo ocuparon desde 1982. Llegó a la urbe invitada por unas amigas que al día siguiente del desembarco la ayudaron a conseguir trabajo, y vivió en medio del frío la violencia cotidiana de un propietario de facto y el maltrato diario entre vecinos hacinados. Siempre tuvo el sueño de la vivienda propia, hasta que comprendió que “uno no es un ser individual sino colectivo” y pasó de ser una “sin techo” a presidenta de una cooperativa de viviendas.
Cuando llegó la casa estaba ocupada por “familias del norte”, cada una en una pieza. Ella fue a la de sus amigas y luego “compró” la pieza de “unos viejitos a cambio de darles una bolsa de comida por mes”. Así estuvo durante años, pagando por el agua “cuando no llegaban boletas” y la luz “cuando la conexión estaba enganchada”. Sin calefacción y “hacinados”, compartiendo un baño con otras cinco de las 23 familias que vivían allí. “Los vecinos hacían denuncias a la policía porque decían que en esa ‘casa tomada’ vivían prostitutas y delincuentes”, recuerda.
La voz de Leonor parece ser la misma que en 1987, cuando a los 18 años llegó con Leila, la entonces beba que 17 años después, a fines de 2004, falleció a causa de “un virus intrahospitalario” luego de dar a luz a Valentín. Ahora Leonor cuida a su nieto y a sus otros tres hijos, el menor, de dos años recién cumplidos.
“Varias veces quisimos irnos, volver a la provincia –cuenta–. Con mi pareja trabajábamos y juntamos unos pesos. Pero los invertimos en un puestito en el mercado de San Telmo, hasta que la crisis se comió el comercio y toda la plata.” Hasta que llegó una orden de desalojo y allí empezó a organizar a algunos de sus vecinos de puertas adentro. “Conocimos a la gente del MOI (Movimiento de Ocupantes e Inquilinos). Primero no queríamos meternos en nada, pero después lo pensamos y, a duras penas, empezamos a organizarnos.” Luego de protestas, promesas y discusiones, obtuvieron el título de propiedad y la escritura en 2001. “La alegría de la compra fue como dar a luz”, dijo.
La cooperativa trabaja palmo a palmo con otras tantas, como El Molino, y tuvo origen en el MOI, que actualmente agrupa a 400 familias, de las cuales 220 pertenecen a cooperativas. ¿Cuál es el requisito básico para ingresar a la cooperativa? “No ser propietario y tener orejas para escuchar”, resume Leonor.

Informe: A.F.D.

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