SOCIEDAD

Crónica de un tumultuoso regreso al hogar materno

Omar Emir volvió a la patria chica de los Chabán: San Martín, el partido bonaerense que cobijó a su familia y los sueños políticos de su padre y su hermano. La caravana de salutaciones que algunos de sus parientes hubieran soñado no tuvo nada que ver con la bienvenida que ayer tuvo el artista, el más soñador de ellos. Minutos antes de las 20 de ayer, Omar Emir dobló la esquina de Belgrano y Pellegrini dentro de un auto particular bajo el fulgor de un helicóptero, custodiado por varios patrulleros y alrededor de 60 policías que lo protegieron del centenar de vecinos y allegados a los 193 muertos de República Cromañón, su boliche de Once. Bajó y no hubo fuerza que contuviera la bronca. Varios se le echaron encima y su raro chaleco antibalas blanco no atajó los golpes. Cayó. La policía lo levantó y un joven alcanzó a golpearle la espalda. Lo llevaron a la rastra hasta cruzar el vallado que rodeó el edificio y lo entraron al palier, donde quedó acurrucado en el piso, agitado y con cara de espanto. Se dice que “recuperó su libertad”.
El terror que le causó el principio de linchamiento le dejó los ojos desorbitados y el rostro colorado. “Algunos le dieron y se sacaron las ganas, yo no pude”, contó Jorge, papá de Julieta Díaz, fallecida en el boliche. A la llegada de Chabán le siguieron los insultos y el grito que cala: “Los chicos, presente”. “¡Asesino hijo de puta!, mirá lo que mataste”, gritó Cristina, mostrando la foto de su hija Jacqueline Santillán. “Tomala vos, dámela a mí, vas a morir en San Martín”, cantaron decenas de familiares y sobrevivientes ante la pasividad de los vecinos de la zona que convirtieron en plateas los canteros del Parque Yrigoyen, enfrente del departamento de la madre de Chabán.
Nilda Gómez, de Familiares por la Vida, anticipó que “los papás vamos a venir todos los días y aguantar el frío y el cansancio hasta donde podamos. Pero desde mañana (por hoy) algunos chicos van a venir con una de las carpas de Once a seguir la vigilia acá”. “A Chabán vamos a hacerle arresto domiciliario –dijo Cristina–. Si en Cromañón hubiera habido la seguridad que hay aquí, nuestros hijos no cumplirían cadena perpetua bajo la tierra.” Ante la mirada de vecinos y comerciantes, padres y madres de las víctimas de Cromañón lloraban, se abrazaban entre sí, buscaban con la mirada una respuesta que les explicara “por qué está libre el asesino de nuestros hijos, por qué la gente no entiende que nuestra lucha es por los hijos de todos”, dijo Nora, la mamá Sebastián Bonomini.
En el tumulto de movileros y manifestantes, un policía empujó a la gente. Dos muchachos intentaron agredirlo pero fueron los padres de las víctimas quienes advirtieron a gritos: “No somos nosotros los que hacemos lío, que quede claro eso”. Después estalló el vidrio de un patrullero luego de que otro policía agrediera verbalmente a un joven. Al oficial lo rodearon, escupieron y le tiraron trompadas frenadas también por los padres de las víctimas. “Chicos, no se metan con esta policía porque pega, no es la Federal”, aconsejó una mamá. Al rato, un cantero de la plaza comenzó a echar humo. Arriba, en el quinto piso del edificio prolijamente pintado de blanco y rosado, se abrió apenas una de las dos ventanas del departamento donde estaba Chabán. Y desde la oscuridad asomó una cara delatada por la luz verde del teclado de un teléfono móvil. Los insultos reaparecieron.
Entretanto, vecinos y comerciantes de la zona se reconocían como tales en debates imprevistos. “Hay que aislarlo, no puede ser que esté en pleno centro de esta ciudad”, dijo Roberto. “Creía que no iba a venir; ahora las ventas nos van a bajar”, se lamentó su interlocutor. “Qué querés que te diga, a mí me da un poco de lástima el tipo, no tiene adónde ir. Todos tienen la culpa, los pibes y los músicos también”, condescendió la joven Anabela. “Yo conozco a la madre, es una mujer buenísima; iría a acompañar a los padres de los chicos si no estuvieran ésos, haciendo política”, dijo Georgina, de unos 60 años, señalando carteles del PTS. “A mí me parte el alma lo que pasó, pero lo tenés que ver desde arriba: le tocó a él. Ahora, el tipo eligió venir aquí y, en este lugar, cuando se arma, se arma”, advirtió Lorena. Pero a la sentencia la firmó Charly, un cartonero:”Parece que Chabón (sic) no sabe adónde vino ni sabe la que se le viene... A todo chancho le llega su San Martín”.

Informe: Adrián Figueroa Díaz.

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