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Domingo, 5 de octubre de 2008

BUENA MONEDA

Amortiguadores

 Por Alfredo Zaiat

La crisis bancaria en Estados Unidos y Europa es devastadora para los cimientos del fundamentalismo de la globalización financiera. Cada región del planeta recibirá el cimbronazo de la caída del Muro de Wall Street. Pero el impacto no será igual para todos. Algunos países sufrirán más y otros menos el escenario de incertidumbre y desaceleración del crecimiento mundial, con áreas centrales en recesión. Argentina tiene la ventaja de estar aislada del flujo de capitales especulativos a partir de la declaración de la cesación de pagos. Además enfrenta la crisis internacional con superávit comercial y fiscal, reservas abundantes y una paridad cambiaria que no sufrió una intensa apreciación. Sus dos flancos vulnerables se encuentran en el frente comercial. Por un lado, los excedentes de producción de potencias en problemas debido al menor ritmo de la economía mundial pueden provocar una profunda distorsión en el mercado local por la invasión de importados a precios dumping. Por otro, la debilidad de Brasil (capitales especulativos, real fuerte y desequilibrio de la cuenta corriente), modelo elogiado por la city, puede generar también la irrupción atropellada de importaciones del socio mayor del Mercosur desplazando producción local. La clave para monitorear el impacto local de la crisis no se encuentra en variables financieras sensibles para el clima político-mediático, sino en la Aduana y en las negociaciones comerciales con Brasil. Se presenta entonces una oportunidad extraordinaria para la región para coordinar políticas de compensaciones en el área comercial y, de esa forma, evitar conflictos por porciones de mercados. También se abre la posibilidad, debido a la muy probable sequía internacional, para la cooperación en el plano financiero a través del Banco del Sur y otras vías de intervención conjunta para asistir con crédito al sector privado y también a los gobiernos para mantener el ritmo de la obra pública y de infraestructura.

Existe un regodeo perverso de los mercaderes de la angustia en su convocatoria a estas playas de la peor crisis del capitalismo financiero mundial. Sin el faro de Wall Street y derrumbados los postulados ortodoxos siguen atemorizando con el índice de riesgo país, indicador que a esta altura resulta grotesco exponer como síntoma de fortaleza/fragilidad económica. Ese número diario es elaborado por el JP Morgan, uno de los líderes del sistema bancario estadounidense que está asediado por la debacle. Ante el impresionante desmoronamiento financiero de los países centrales es irrelevante la comparación de las tasas del bono del Tesoro de Estados Unidos con la de los títulos de deuda local. Esa diferencia refleja la prima de riesgo y el costo adicional para el endeudamiento privado y público. Pero en estos días nadie pide ni otorga un crédito, y el riesgo de default no se encuentra en la deuda argentina, sino que lo tienen las entidades de Wall Street, mientras que las hipotecarias de Estados Unidos ya están en default. Sin embargo, siguen castigando la conciencia colectiva con ese indicador, que actúa como arma de disciplinamiento social, y con la caída de los commodities.

Respecto de la evolución de las materias primas agrícolas se oculta el trayecto de sus precios en estos años. Pese a la fuerte caída en las últimas semanas, la soja y el petróleo siguen en valor elevados en términos históricos. El precio del poroto de oro a 600 dólares como el del crudo a 150 dólares fue consecuencia de un mercado especulativo deformado por los grandes inversores que se refugiaron en esos activos ante el estallido de la burbuja hipotecaria. Cuando la explosión alcanzó a los bancos también se pinchó la burbuja de los commodities. Los analistas de materias primas más serios a nivel internacional evalúan que los commodities industriales (acero, aluminio) serán los más afectados por la desaceleración de la economía mundial, y no tanto los agropecuarios que seguirán en precios altos.

En una perspectiva de mediano plazo, estar transitando un proceso de transición en la recuperación industrial para superar un modelo agroexportador brinda mejores condiciones para amortiguar los impactos de la crisis. La historia del crac del ’29 y de la Gran Depresión del ’30 brinda una interesante enseñanza y una valiosa experiencia para comprender la dinámica de las crisis. La lección que dejó la debacle del siglo pasado fue que la dependencia a los flujos de capitales internacionales y una estructura económica basada en la agroexportación define un grado de vulnerabilidad importante. Esa crisis precipitó el comienzo de la industrialización sustitutiva de importaciones a partir de la reconfiguración de las relaciones económicas internacionales y la retracción de los flujos de comercio a nivel mundial. La industrialización nació entonces como consecuencia de la crisis internacional y el desarrollo del sector fue forzado por las circunstancias, para luego consolidarse durante las siguientes décadas. Esa transformación en el frente productivo produjo sustanciales cambios en la composición de la estructura social, con la ampliación de la masa de trabajadores industriales y urbanos. Irrumpió así la participación de nuevos sujetos sociales en el marco de la ampliación del mercado interno. La intervención del Estado a través de la política cambiaria, impositiva y crediticia, así como su participación directa en la economía, tuvieron un papel importante en ese sentido.

La historia nacional y mundial expone con lucidez que en el aún incierto escenario que se avecina el Estado será actor relevante de la economía, con una acción aún más activa en todas las áreas. Por eso resulta tan fuera de foco la nueva protesta del sector del campo privilegiado que expresa la concepción del modelo agroexportador, así como en el coro de economistas de la city que deambulan como patrullas perdidas con sus armas ortodoxas ofreciendo una pasmosa imagen de desconcierto.

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