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Domingo, 12 de julio de 2009

ENFOQUE

El desafío

 Por Enrique Martinez *

Para transformar una realidad injusta hay que gobernar. Para gobernar hay que ganar elecciones. Para ganar elecciones en la Argentina hay que contar con la adhesión de una fracción importante de la clase media. Esta secuencia lleva inmediatamente a una contradicción: para cambiar se debe contar con parte de la clase media, que no se distingue precisamente por su entusiasmo para alterar el escenario de su vida social. Una de las características centrales del comportamiento de los sectores medios es su miedo a perder lo que tienen, especialmente destacado en quienes han accedido a esa situación con esfuerzo personal y familiar importante. En tal contexto, ¿cómo entusiasmar –o al menos interesar– en un proyecto de cambio a quienes tienen la memoria cercana de una sociedad con tantos bandazos económicos y sociales, que incluyeron genocidio interno, congelamiento masivo de ahorros, tasas de desempleo de más del 25 por ciento?

Aun cuando muchos hayan consentido o aun apoyado alguna de esas etapas, mirando hacia atrás se fortalece la idea de un país inestable. Ante todo, no basta con explicar esa conducta. No basta con convencerse de que el 28 de junio hubo un voto pancista, que pretende evitar cualquier acción de gobierno que redistribuya rentas extraordinarias, simplemente porque no cree en ningún gobierno. No basta con entender una y otra vez la mezquindad social, que corta verticalmente toda sociedad capitalista de desarrollo desigual, como la nuestra. Tampoco basta con denunciarla en el discurso. Hay que actuar, con esa conducta como un dato y con la vocación de cambiarla o condicionarla con fuerza, al menos para una parte de los sectores medios, mediante la construcción de nuevos escenarios. Hablo de nuevos escenarios, porque la promesa de una economía ordenada, que permita programar la vida con una serenidad impensada en 2001, es ya insuficiente en la medida que es un hecho asumido como adquirido, para estos compatriotas de corta memoria colectiva.

Ningún argumento de los ya conocidos puede ni pudo contrarrestar el temor de muchos a las decisiones de la cúpula de un Gobierno que, con razón o sin ella, enfrenta a la dirigencia agropecuaria, pasa al Estado la administración de los fondos jubilatorios o evita ser empleado de Tenaris, la gran siderúrgica argentina. Un Gobierno que confronta con fuerza, en suma, puede mañana meter la mano en la lata grande o pequeña de sus ahorros, sin que sea un dato importante que buena parte de esos ahorros fueron posibilitados por la política económica de los últimos seis años y que ningún elemento del discurso oficial va en esa dirección. Los atributos principales de un nuevo escenario con alguna chance de éxito deberían ser:

u Mostrar al conjunto de la población, y en especial a los sectores medios, que por ser un país periférico necesitamos resolver todavía muchos más problemas para que la población pueda sentir que el país tiene un horizonte económico ordenado.

u Esos problemas están vinculados con nuestra baja autonomía productiva. Al buscarla aparecerán más oportunidades para los emprendedores argentinos y los trabajadores, y no menos.

Me gusta asociar las ideas globales con lo concreto. Déjenme mostrar por lo tanto algunos ejemplos necesarios de política.

1. En la industria, en el agro, en el comercio interno y en el comercio internacional todo podría ser mucho mejor si tuviéramos mayor control nacional de la economía y mayor protagonismo de los emprendedores locales de todo tamaño. Esto no solo debe ser enunciado, sino demostrado con todo rigor, empezando por el flanco crítico, que es el del agro. Como una consecuencia natural se necesita una mayor presencia del Estado, como único actor con fuerza suficiente para modificar el poder relativo al interior de algunas de las cadenas de valor. Pero eso debe ser hecho sin confundir Estado con gobierno de un sector político. Por ejemplo, para romper el oligopolio de exportación de cereales, se necesita una empresa pública comercializadora de productos agropecuarios. Esa empresa debe tener un directorio con miembros del gobierno y representantes de la producción agraria y agroindustrial. Debe ser hecha con ellos y no contra ellos.

2. Apoyar de manera nítida y diferenciada a los eslabones más débiles de las cadenas de valor. La agricultura familiar, los productores agropecuarios de las tierras de menor productividad, las agroindustrias del norte argentino, los mataderos pequeños, los autopartistas locales y así siguiendo deben tener conciencia plena y efectiva que son asistidos para su tecnificación y su independencia respecto de los actores más poderosos de cada sector. Toda medida pública debe evitar emblocar a los débiles de un sector con los poderosos que los sojuzgan, poniendo así a todos contra el gobierno. No debe tropezarse de nuevo con esta piedra.

3. En el contexto de crisis global que ha de durar y ha de volver, se debe apoyar a la industria argentina que muestre comportamientos de integración y respeto social acordes con el modelo de inclusión que se pretende. Por ejemplo: la industria de la indumentaria o el calzado nacionales deben ser defendidas de la importación a través de exigir ausencia de trabajo esclavo o infantil en lo que llegue a nuestros puertos, condición que sería necesario aplicar en paralelo a la producción nacional. Medidas como ésta van a favor de los sectores medios nacionales que respeten a los trabajadores. Son inapelables e integran a la sociedad detrás de miradas éticas y políticas superiores.

Muchos de los que hoy miran con indiferencia y hasta con fastidio al Gobierno podrán así creer –con razón– que están mejor de lo bien que ya están hoy. Pero a la vez, todos lo estaremos, sin ceder el espacio a la rosca, al marketing bastardo, o simple y llanamente a los actores de la década de los ’90

* Presidente del INTI.

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Imagen: Leandro Teysseire
 
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