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Domingo, 27 de octubre de 2002

EL FRACASO DE LA RECETA DEL CONSENSO DE WASHINGTON

Caminos alternativos

Eduardo Crawley, de “Latin American Newsletters”, analiza las reformas de los ‘90. Recomienda aplicar otras políticas y hacer como los japoneses para eludir las presiones: “decir una cosa y hacer otra”.

CASH EN GRAN BRETAÑA

Por Marcelo Justo,
desde Londres

El colapso de la Argentina, las elecciones en Brasil, las protestas en Ecuador, Perú y Paraguay contra las privatizaciones son los signos más claros de un rechazo manifiesto en América latina al denominado Consenso de Washington, las políticas promovidas para la región por los organismos multilaterales a principios de los ‘90. A más de diez años de la formulación de este modelo, está claro que la promesa de rápido desarrollo económico y social que sobrevendría de la mano de las privatizaciones, apertura comercial e inversión extranjera no se materializó. En un informe especial sobre el tema (“Reforma Económica en América latina: ¿Nueva fase o retroceso?”), la publicación especializada con sede en Londres Latin American Newsletters analiza la historia y futuro de las reformas de los ‘90. Cash dialogó con el director de la publicación y autor del informe Eduardo Crawley, autor de “Argentina: una casa dividida”.
¿Se está abandonando el paradigma del Consenso de Washington o se está entrando en una nueva fase de su formulación?
–Es obvio que ese paradigma no dio los frutos deseados. Se esperaba mucho de la liberalización del comercio, pero queda claro que el aumento del volumen de los intercambios no se trasladó a un incremento de los ingresos. Se tenían grandes esperanzas en los beneficios de la inversión extranjera directa. Sin embargo, México, que tuvo una gran inversión extranjera y un fuerte aumento de exportaciones, no registró un aumento del PBI per cápita. Los economistas tardaron cinco años en descubrir desarrollos nefastos que no se podían explicar como herencia del modelo anterior sino que derivaban directamente de las políticas del Consenso, como el aumento drástico de la pobreza y el desempleo. Todavía queda un debate pendiente planteado por una corriente de opinión importante que dice que el problema no fueron las políticas en sí sino el modo en que fueron aplicadas. El problema entonces sería más de secuencia y de ritmo: si se fue demasiado rápido o si se hicieron en el orden adecuado. Se cuestiona por ejemplo que se haya privatizado sin tener las instituciones adecuadas para que la privatización funcione.
¿No es un modo de negar que el modelo en sí era errado?
–Lo que pasa es que había una aceptación casi religiosa del paradigma neoliberal y por tanto mucha dificultad en cambiarlo. Hoy hay un acuerdo básico sobre la necesidad de mantener cierto equilibrio macroeconómico por el cual no se debe gastar mucho más de lo que se recauda. Fuera de esto no hay unanimidad sobre los problemas que plantean cada uno de los 10 puntos del Consenso de Washington. Pero empieza a haber tendencias muy fuertes en una dirección crítica. Por ejemplo, coincidencia en que la liberalización del mercado de capitales no es positiva en un mercado desequilibrado. Hoy casi todo el mundo aplaude las restricciones a los flujos de capitales que impusieron Colombia y Chile y que les permitió evitar los contagios por las crisis financieras.
¿Se está planteando entonces un regreso al paradigma anterior de la sustitución de importaciones y del Estado empresario?
–El problema es que durante todo este período cuasirreligioso de neoliberalismo se demonizó la sustitución de importaciones. Y, sin embargo, ese modelo tuvo logros muy importantes. Las industrias brasileña, colombiana, mexicana no habrían existido sin esas políticas. Los tigres asiáticos le deben muchísimo a ese esquema. El problema con la aplicación de este modelo en América latina fue que no previó el vuelco a la exportación. La consecuencia fue que se creó una industria nacional que consumía divisas sin generarlas por su escasa capacidad exportadora. Por tanto se seguía dependiendo del sector primario y se terminaba provocando serios problemas en la balanza de pagos. Hoy nadie quiere volver a unproteccionismo excesivo. Lo que está ocurriendo es que muchos países están revisando las normas de la OMC para ver qué se puede hacer para proceder con el proteccionismo que permite estas reglas, por ejemplo, con las salvaguardas que permite la Organización Mundial del Comercio.
¿Hay entonces un intento de síntesis entre el modelo de sustitución de importaciones y el del Consenso de Washington?
–En 1996 y 1997 el grupo Mangabeira congregó a una serie de políticos de América latina buscando un nuevo paradigma. Estaban entre otros Lula, Ciro Gomes, Leonel Brizola por Brasil, Vicente Fox y Cuauhtémoc Cárdenas por México, Rodolfo Terragno y Chacho Alvarez por la Argentina, Ricardo Lagos por Chile. El grupo Mangabeira planteaba la necesidad de volver al Estado interventor que no quiere decir volver al Estado empresario. Ese Estado debía buscar maneras de democratizar los mercados con el acceso descentralizado al crédito y la tecnología y facilitando la formación de redes de competencia cooperativa. Otra cosa interesante que planteaban era dinamizar las diferentes organizaciones sociales que han surgido en los últimos años como nuevos factores tanto económicos como políticos. Es uno de los intentos de síntesis más importantes que se ven.
¿Es viable un modelo que se plantee como alternativo al que planteen los grandes factores de poder como el Consenso de Washington?
–Creo que hay que hacer como hicieron los japoneses. Decir una cosa y hacer otra.

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Con la experiencia del ‘90 “existe coincidencia en que la liberalización del mercado de capitales no es positiva”, dice Crawley.

Reportaje / crisis

“El Consenso de Washington no dio los frutos deseados.”

“Los economistas tardaron cinco años en descubrir desarrollos nefastos que no se podían explicar como herencia del modelo anterior.”

“Las políticas del Consenso derivaron en un aumento drástico de la pobreza y el desempleo.”

“Hoy hay un acuerdo básico sobre la necesidad de mantener cierto equilibrio macroeconómico por el cual no se debe gastar mucho más de lo que se recauda.”

“El problema es que durante todo este período cuasirreligioso de neoliberalismo se demonizó la sustitución de importaciones.”

 
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