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Domingo, 27 de julio de 2003

DEBATE

Nuevo Modelo

Por Miguel Peirano *

Es claro que el Estado argentino ha recobrado dignidad y sentido nacional en sus decisiones. Sin duda, diciembre de 2001 implicó el final de otra etapa de neoliberalismo económico en la Argentina. Ahora enfrentamos la oportunidad de recrear un modelo de crecimiento equitativo y sustentable, que nuestro país ya ha experimentado exitosamente, basado en el dinamismo de los sectores productivos, en un mercado interno sólido, mayor presencia del capital nacional y de las pequeñas y medianas empresas, y un rol activo del Estado en la regulación y distribución del ingreso.
No es un camino sencillo, más aún cuando se realiza sobre tanto daño heredado de la “ortodoxia” económica. Es claro que las definiciones institucionales adoptadas por el actual Gobierno potencian la posibilidad de consolidar un nuevo rumbo. Nada ha perjudicado más al buen criterio económico que el entrelazamiento de intereses que implica que las decisiones económicas se subordinen al interés particular.
En este escenario es que asistimos a negociaciones condicionantes para el futuro argentino. Los lineamientos de un posible acuerdo con el FMI y la renegociación de la deuda signarán el comportamiento de la economía en los próximos años.
Equivocaríamos el camino si la sociedad se dejara tentar por la caída de la paridad cambiaria o nos resignáramos a considerarla ineludible ante visiones ortodoxas en materia de emisión por parte del FMI. El Banco Central debe contar con márgenes adecuados para poder intervenir en el mercado, sin restricciones que limiten su accionar. Una paridad cercana a los tres pesos debe ser respaldada en el corto plazo por mayores márgenes de emisión, que se reflejarían en mayor nivel de actividad, sin riesgos inflacionarios de ningún tipo en la transición hacia un mercado cambiario post default.
Una paridad cambiaria consistente permite articular y compatibilizar crecimiento, expansión industrial, desarrollo regional, inversión, superávit fiscal y externo, políticas sociales e incrementos salariales privados y públicos.
Asimismo, la baja del dólar (de casi $4 a $2,75) no implicó como era obvio una recomposición del salario real, ya que los precios evidenciaron la ya histórica rigidez a la baja.
El crecimiento tampoco es compatible con aceptar sugerencias de niveles de superávit fiscal que ahoguen al sector privado y limiten la inversión pública y la distribución de ingresos.
Tipo de cambio más alto, prudencia en las metas de superávit fiscal deben complementarse con una política de ingresos inducida por el Estado, tanto para los asalariados como para los desocupados. Mientras los niveles de desempleo sean tan elevados, el Estado no puede prescindir de intervenir en el mercado laboral.
Respecto de las pautas de la renegociación de la deuda externa, no existe margen para comprometer pagos que impliquen condenar al país a exigencias que lo postren en niveles de pauperización permanentes o se vuelvan incumplibles nuevamente. Esta es una negociación histórica para el futuro de la Argentina.
Nuestro país tiene una enorme oportunidad, hemos salido del abismo y estamos a una enorme distancia del caos institucional y social que parecía condenarnos no hace tanto tiempo.
Aunemos esfuerzos, extendamos y profundicemos el debate sobre la necesidad de un proyecto nacional, ya que será necesario contar con una sociedad movilizada para respaldarlo.
El sentido común ha vuelto a imperar en la Argentina. Con mucho tino la derecha se siente desplazada, confesando su propio rol en los ‘90. Es fundamental que los protagonistas de este nuevo modelo no se distraigan en convertirse en analistas sobre qué sería lo óptimo, sino que se comprometan decididamente con el cambio.

* Economista.

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