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Domingo, 7 de abril de 2002

BUENA MONEDA

Brocha y navaja

 Por Alfredo Zaiat

Hace no más de tres años la campaña publicitaria fue impactante: “Un revolucionario sistema de afeitar con 3 hojas”. Era el lanzamiento de la Mach3, fabricada por Gillette. En ese momento, era un poco más cara que los otros cartuchos, de dos hojas. Pero ese nuevo producto no era inalcanzable para el bolsillo medio. Ahora, se ha convertido en un consumo para aquellos que gustan de la ostentación. Dos de esos cartuchos para afeitar, que se importan de Estados Unidos, valen 8,5 pesos, casi 200 por ciento más que hace un par de meses. Así se entiende que esos exhibidores están bajo llave en el supermercado. El costo de los insumos para afeitarse, productos cuyos precios se dispararon como el resto de los de tocador, se ha transformado en motivo de conversación entre amigos y familiares. En esas tertulias se comentan las alternativas ante el encarecimiento de la Mach3, que se pasan a detallar:
u Volver a la prestobarba, que también subió pero no tanto de precio. Requiere un período de adaptación luego de haber disfrutado el proceso de afeitado del primer mundo.
u Maquinita eléctrica, que por ahora no implica una erogación superior al estar congelada la tarifa de electricidad. En este caso, la sensibilidad de la piel será el factor disuador a esa opción.
u Brocha, espuma y navaja, que tiene dos costos iniciales: la compra de los instrumentos para afeitar. Esta alternativa tiene sus riesgos y lo que se busca ahorrar se puede llegar a gastar en curitas.
u El retorno de la barba, que es el camino más económico. O sea, dejar de consumir.
Este ejemplo se repite en decenas de productos de la canasta de consumo que han registrados brutales aumentos desde la devaluación, acelerándose los ajustes en los últimos quince días. Las estrategias de sustitución y de descenso en calidad se da en todos los bienes, del mismo modo que con los cartuchos de afeitar. Esa es la forma pasiva que la población ha encontrado como mecanismo de defensa a una inflación galopante con caída del poder real de compra ante el congelamiento, y hasta disminución, de ingresos.
El Estado, desquiciado en sus cuadros técnicos y de control, no puede o no tiene voluntad de intervención en mercados que evidentemente no hay competencia. Ni una canasta básica de alimentos baratos puso consensuar. ¿Cómo son las estructuras de costos de las empresas? ¿Cuál es la incidencia de los insumos importados? ¿Qué precios son fijados por cárteles sectoriales? ¿Cuáles son los márgenes de comercialización? Sin una intervención estatal en esos mercados de productores oligopólicos, como son la mayoría de los de bienes de consumo masivo y de insumos industriales, se abrirán las puertas a la hiperinflación. Por ahora se están detectando síntomas de hiper:
u desabastecimiento.
u aumento de stocks de los fabricantes.
u no se exhiben precios en las vidrieras
u escasa variedad de productos.
u subas fuertes de precios si-guiendo al dólar.
Ese desolador panorama se desarrolla en un esquema de inflación reprimida. Las tarifas de los servicios públicos privatizados están congeladas, pero tarde o temprano algún ajuste habrá. Los alquileres todavía no fueron indexados por el CER. Tampoco los créditos bancarios. Y las frutas y verduras no han acompañado por el momento la carrera ascendente de precios, a la que seguramente se sumarán.
Otro precio de la economía sigue congelado, que es el salario. Y los economistas-voceros del establishment han empezado a colocar a los ingresos de los trabajadores en el sillón del culpable de desatar una hiper. Su advertencia impúdica es que cualquier reajuste de salarios desataría una espiral inflacionaria. ¿Y la actual cómo la explican?
Con aumentos de precios que impactan muchísimo más en la población de ingresos bajos, debido a que la canasta de los pobres se integra con los productos que más subieron, no deja de sorprender cierta resignación ante la ola remarcadora. Hubo cacerolazos por varios y justos motivos, pero todavía ninguno por este arrebato directo al bolsillo. Y sin un Estado capaz de intervenir y una sociedad pasiva habrá poco y nada para poner en la cacerola para cocinar.

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