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Domingo, 6 de julio de 2003

BUENA MONEDA

Test de voluntad

 Por Alfredo Zaiat

Escuchar por estos días a banqueros y empresarios que durante años estuvieron arropados bajo la manta suave del poder político resulta una experiencia seductora. “Kirchner no es capitalista”, afirman algunos con convicción, entre ellos el principal gerente de un banco extranjero. “Tiene que definir rápido qué modelo va a liderar”, reclaman otros con la autoridad que les dan los dólares, como por ejemplo un ejecutivo de una importante petrolera. “Los montoneros están en el poder”, se alarma con ceño fruncido más de uno. “Lo que está pasando es peor que en los ‘70”, se preocupan en precisar con el rigor de analistas de la city, dejando por entendido que se refieren a esos pocos años de los ‘70 donde el poder no estuvo en manos de los militares. “La izquierda marxista ha copado el poder”, desvaría una minoría. Para ser justos no son todos los hombres de negocios que están con los pelos de punta. También se escucha a varios que, en tono de autocrítica, descalifican a sus colegas por esos pensamientos obtusos. Ellos mismos, dicen, salen al cruce de esas reacciones histéricas de un sector importante del campo empresario. “Si no fuera capitalista, se habría gastado los 600 millones de dólares de Santa Cruz en lugar de enviarlos a cuentas de Estados Unidos y Suiza”, responden. Lo cierto es que Néstor Kirchner está desorientando a aquellos que se habían acostumbrando a transitar la Casa Rosada como morada propia.
Si la estrategia de no reunirse con los representantes del mundo de los negocios es una venganza por el apoyo que le han dado a Carlos Menem, se trataría de un asunto trivial. En cambio, si esa política busca disciplinar a una clase empresaria rentista y cortesana del poder para que asuma su tarea de invertir y producir, se convertiría en un salto cualitativo en este largo camino de construir una sociedad más democrática e integrada. Sería la primera vez que se intenta después del ocaso de la primavera alfonsinista en 1985. Como escribió el exageradamente castigado por una clase media de corta memoria, Carlos “Chacho” Alvarez, en una columna de opinión (Clarín del viernes último), la mayoría de la sociedad tiene la expectativa de que el Gobierno tenga la decisión “de trazar una frontera visible y marcar con audacia el fin de una Argentina asociada al capitalismo de amigos, a los enriquecimientos vertiginosos e ilícitos, a la ausencia de reglas y controles y a la absoluta falta de premios y castigos”.
Este tránsito de construir una forma diferente de vincular el poder político con el poder económico no debería agotarse en dejar a la cola a los empresarios de la agenda de visitas protocolares . Esto es apenas una anécdota, parte del folklore de aquellos encandilados por lo que denominan el estilo K. En los próximos meses se definirá si ese nuevo camino ha sido una sobreactuación o si, en realidad, se trata de una etapa novedosa en el trayecto para recuperar a un país en ruinas. En ese sentido, los viajes de Kirchner por Europa y Estados Unidos, donde será recibido con sonrisas para luego ser bañado de “realismo”, como gustan resumir analistas de la city, será un test de voluntad. Las demandas por lo que llaman reformas estructurales, que traducido significan negocios para los sectores concentrados que ya se sabe bien quiénes son, estarán presentes en esas conversaciones amenas. No será una cuestión menor al respecto la relación con el FMI, que actúa de gendarme de los intereses de empresas y acreedores de esos países que Kirchner visitará.
Para propios y extraños no es fácil dejar atrás el reduccionismo de hablar del modelo económico, categoría tan preciada por ese mundo al que por ahora Kirchner no recibió en la Rosada, para pensar un proyecto de país. Al respecto son ilustrativas unas líneas del libro El corazón late a la izquierda, de Oskar Lafontaine, el ministro de Finanzas que dio un portazo al gabinete de Gerhard Schröder: “El neoliberalismo, adornado científicamente y apoyado por el poder de los medios de comunicación, se ha convertido en una forma de ideología conservadora, que se presenta bajo los lemas del final de las ideologías y el final de la historia. El grito de menos Estado equivale muchas veces al grito de menos democracia”.

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