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Domingo, 14 de octubre de 2007

EL BAúL DE MANUEL

¿Hay algo torcido en Dinamarca?

Los sistemas económicos, como la moneda, no se definen por la materia que los constituye sino por las funciones que cumplen, es decir, los servicios que prestan. Como los árboles, se aprecian por sus frutos. Lo pudo constatar el ginebrino Jean Charles Léonard Simonde de Sismondi (1773-1842): después de publicar De la richesse commerciale, ou principes de l’économie politique apliqués à la législation du commerce (1803), donde se mostraba incondicional discípulo de Adam Smith y admirador del sistema de laissez-faire, tras recorrer varios países y constatar el efecto arrasador de las crisis económicas, escribió Nouveaux principes d’économie politique (1819), obra en la que condenaba al sistema capitalista por su tendencia a escindir las sociedades en ricos y pobres, a contraponerlos, y a ensanchar la brecha distributiva entre ellos. Lo mismo nos aconteció a los economistas. En la universidad, nuestro mundo eran páginas y más páginas en inglés, que mostraban un mundo autorregulado, si no equilibrado, al menos con tendencia al equilibrio. Tal doctrina fundó la política económica durante varias décadas. Pero sobrevino la crisis de 2001 y la posterior recesión. Y ahí al sistema se le cayó la careta: en la sociedad se acentuó la desaparición de una franja considerable de pequeños productores, rurales, industriales y comerciales, en unos casos por no poder afrontar la competencia interna y externa, o el pago de alquileres o la devolución de préstamos bancarios. Se acentuó la brecha de ingresos entre ricos y pobres y, más específicamente, aumentó el número de indigentes. Se profundizó la división en ricos y pobres. Y la mayor pobreza y desempleo hicieron crecer la violencia y la inseguridad. Las condiciones de labor se hicieron más duras, precarias e inciertas. Y los ingresos, cayeron. En el agregado, la capacidad de consumo se hizo inferior a la capacidad productiva: mientras la primera cayó, la segunda se incrementó por la concentración de las unidades productivas. A tantos males se añade ahora la inflación, que de nuevo aleja del alcance de los hogares modestos la posibilidad de acceder a los bienes más indispensables: los alimentos. ¿Qué fue del crecimiento del 9 por ciento anual en varios años? Una de dos: o fue dibujado y no existió, o sólo fue captado por los ricos y no por los pobres, ensanchando así la brecha (y la violencia) entre esas clases.

Breviario de inflación

Hay gente que se va sin que la echen, y vuelve sin que la llamen. La inflación, al revés, sólo se va si la echan y vuelve cuando la llaman. Nuestra inflación, para irse, debió ser echada con medios drásticos, y nunca se fue del todo. Al convivir muchos años con ella, quedó en la memoria de la gente, y ante un ligero guiño que reciba la tenemos de vuelta entre nosotros. Como parte de la batalla contra ella depende del conocimiento, no está de más repasar algunos conceptos, como para empezar a entendernos. ¿Qué no es? No es inflación la expansión monetaria, aunque ésta, en ciertas condiciones, puede generar inflación. ¿Qué sí es? Es el alza del nivel general de los precios (NGP) a lo largo de cierto período significativo. Suele usarse como NGP el promedio de precios (P) del grupo de bienes que compra la totalidad de familias, los bienes de consumo: el índice de precios al consumidor (IPC). Todos los economistas aceptan que hay al menos dos tipos de inflación: la que proviene de factores de la demanda, y la originada en factores de los costos de producción. Inflación de demanda (ID) e inflación de costos (IC), respectivamente. Caso de ID: los consumidores reciben más dinero (M) en un mismo período de tiempo. Entonces la relación M/P (poder adquisitivo del dinero) aumenta, y compran más bienes. El aumento de la demanda global es más veloz que la respuesta de los productores –con más empleo y más producción– y racionan la producción disponible mediante precios más altos. Caso de IC: aumenta el precio del petróleo, y con ello el costo del transporte, y el aumento se traslada al precio de venta de todos los bienes afectados. El impuesto inflacionario es la proporción en que cae el cociente M/P, debido al aumento de P. La expectativa inflacionaria es la creencia de que en el futuro inmediato el valor de P, medido por IPC u otro índice, será más alto que en el presente: luego, M/P en el presente será menor que M/P hoy: caerá el poder adquisitivo de nuestra tenencia de dinero (efectivo o depósitos), y es mejor cambiarla por bienes físicos (café, aceite, fideos, latas de conserva) o monedas fuertes (euros, dólares, oro). Las expectativas no son observables, pero sí sus efectos: las colas para comprar moneda extranjera, o el incremento de la tasa de rotación de los depósitos bancarios. Para luchar contra el flagelo no es menor la importancia de que una sociedad sea solidaria o competitiva.

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