AGRO › MAS LLUVIA, AUMENTO DE EXPORTACIONES Y NUEVOS MERCADOS PARA LA CARNE
El consumidor pagará la cuenta en el mostrador
Por Susana Díaz
Las buenas noticias para los productores de carne, los aumentos de precios de alrededor del 10 por ciento registrados en las últimas semanas, no lo son para los consumidores. El modelo de dólar recontraalto, que tantos beneficios aporta a los exportadores y que genera abundantes titulares sobre las buenas perspectivas del campo argentino, vuelve a mostrar sus limitaciones. Su contradicción elemental, vedada por lo general cuando se trata del cultivo principal, la soja, cuyo consumo interno resulta marginal, se hace en cambio presente cuando están involucrados aquellos productos que la teoría económica denomina bienes salario, es decir, los que forman parte de la canasta básica de consumo a la que se destinan los ingresos salariales. El grueso de estos bienes son además commodities, esto es, sus precios están determinados por el mercado internacional. Por eso, es allí donde deben buscarse las razones principales de los aumentos registrados en las últimas semanas.
Todo comenzó con un dato circunstancial, la aparición de algunos casos del llamado mal de la vaca loca en tierras de uno de los principales proveedores del mercado mundial, Estados Unidos. Para la potencia hegemónica ello significó una inmediata pérdida de mercados, para el resto de los proveedores, una increíble oportunidad de negocios. No sólo por la posibilidad de ganar nuevos espacios de comercialización, sino también por el aumento de precios que acompaña toda disminución de la oferta. Nueva Zelandia y Australia comenzaron a ocupar rápidamente los espacios vacíos. La Argentina, todavía afectada por el rebrote de aftosa, sólo se sumó tardíamente. Pero en los primeros siete meses de 2004 las exportaciones ya crecieron más del 50 por ciento en relación con el mismo período de 2003. A ello se agregó la reciente reapertura del mercado chileno, que representa ventas adicionales por alrededor de 100 millones de dólares anuales.
Puertas adentro, los precios se vieron reforzados también por un dato adicional, las inundaciones en algunas importantes zonas ganaderas, lo que se tradujo en una menor entrada de novillos al mercado de Liniers. Como suele suceder en materia económica, estas variaciones no son neutras. Los perdedores serán –ya comenzaron a serlo– los consumidores. La carne bovina, de la que en Argentina se consumen 60 kilos anuales por habitante, se caracteriza por su demanda inelástica, es decir; su consumo no cae al mismo ritmo que el aumento de precios. Ello se debe no sólo a que es un bien salario, sino a razones culturales. En otras palabras, parte de los mayores ingresos de los productores serán a costa de la pérdida de salario real.
El problema para los consumidores es que la salida exportadora abierta para los productores impide que las limitaciones de la demanda interna, con ingresos parcialmente estancados para la mayoría de la población, actúe como freno para el aumento de precios. Esta situación podría limitarse parcialmente con la aplicación de mayores retenciones a las exportaciones. Sin embargo, también existen problemas de restricción de la oferta interna. Según el análisis de especialistas locales, resulta preocupante el menor peso de la hacienda que está ingresando al mercado. Fuentes de la industria frigorífica destacan que una solución sería sumar sólo 1 kilo al promedio de peso de los animales, que hoy se encuentra en 205 kilos por res. Las cifras parecen simples y fáciles de multiplicar. Dado que se faenan 1.050.000 cabezas de ganado por mes, ello significaría ganar mensualmente un número similar de kilos, lo que equivaldría a 61.500 cabezas más por año.