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Domingo, 18 de julio de 2004

CONTADO

Capote Truman

Por Marcelo Zlotogwiazda

La contraofensiva de los bonistas defolteados que en estos días emprendió el GCAB (la sigla inglesa del Comité Global de Acreedores) se da en simultáneo con el apriete que en el mismo sentido está realizando el Fondo Monetario Internacional, que definitivamente se ha hecho cargo de ejercer la presión sobre la Argentina que se le venía reclamando. No eran pocos los que le pedían al FMI que abandone lo que en su momento parecía una posición prescindente y que se inmiscuya en la negociación.
Pero hay quienes todavía piden del Fondo mayor protagonismo y determinación. Uno de los que más fervientemente le exige al Fondo Monetario que los arrincone y les ajuste las clavijas a Néstor Kirchner y a Roberto Lavagna es Edwin M. Truman, capote del muy influyente Instituto de Economía Internacional, un think tank con sede en Washington fundado en 1981 que cuenta en su directorio a, por ejemplo, David Rockefeller, George Soros, al ex secretario del Tesoro Paul O’Neill, al vicepresidente del Citigroup Stanley Fisher y al ex titular de la Reserva Federal Paul Volcker; el director honorario es nada menos que el actual titular de la Reserva Federal, Alan Greenspan, y en el listado del Comité Asesor figuran entre otros Anne Krueger, aunque también los más heterodoxos Joseph Stiglitz y Paul Krugman.
El último escrito de Truman sobre nuestro país se titula “¿Qué le espera a la Argentina?”, y comienza señalando que “el lento progreso que ha mostrado la Argentina en las negociaciones ha recortado la credibilidad y la autoridad del FMI”, al que sin medias tintas le reclama: “El Fondo debe pronunciarse públicamente sobre la oferta formal de la Argentina. Cuanto más rápido el FMI decida qué es una oferta aceptable y se lo comunique a las autoridades del país, mejor será para alcanzar alguna solución ... Por ejemplo, el Fondo podría decirle al gobierno argentino que el valor de los nuevos bonos debería ser del 45 por ciento”. En otras palabras, Truman propone que la Argentina duplique el compromiso de pagos implícito en la propuesta anunciada en Buenos Aires que, vale recordar, ya había aumentado sustancialmente lo ofertado en Dubai en septiembre del año pasado.
Conocedor de las correas de mando y decisión del FMI, Truman no sólo se dirige al staff del organismo, sino también a los que levantan la mano para votar en el directorio: “Mientras tanto –sostiene–, el Grupo de los 7 (las principales potencias) debe apoyar a los funcionarios del Fondo en esa iniciativa, y no debe suponer más que se trata de un asunto que puede ser dejado de manera segura en manos de la Argentina y de los acreedores”. Lo que en síntesis Truman dispara a sangre fría es que con el respaldo de los gobiernos centrales el Fondo arbitre a favor de los acreedores, y de manera mucho más explícita y contundente que hasta ahora.
Pero por más capote que sea Truman, nada garantiza que la novela respete su guión al pie de la letra. En primer lugar, porque la posición del FMI para ser un árbitro parcial es incómoda, debido a que goza de las ventajas del acreedor privilegiado al que la Argentina le sigue pagando puntualmente. En segundo lugar, porque ya vaticinó escenarios que a la postre resultaron groseramente errados. En 1999, poco tiempo después de la gran devaluación del real en Brasil, Edwin M. Truman pronunció un discurso en su carácter de asesor del secretario de Asuntos Internacionales del Departamento del Tesoro de la administración de Bill Clinton, y entre tantas cosas dijo sobre la Argentina: “El ajuste externo brasileño tendrá seguramente un impacto sobre las exportaciones de Argentina hacia ese país. Sin embargo, los mercados parecen que han reconocido que la posición financiera doméstica e internacional de la Argentina es muy sólida, y eso debería permitirle mitigar los golpes que han afectado a Brasil”.
De todas maneras, hay que reconocer que a medida que fue transcurriendo el año la actitud del FMI se fue alejando de su original neutralidad para irpareciéndose a lo requerido por Truman. Primero lo hizo endureciendo la condicionalidad respecto al superávit primario, lo que se agudizará mucho más a medida que se acerque setiembre y haya que acordar el superávit para el 2005, que el FMI pretende sea aún más elevado que el de este año. Luego introdujo el vago pero funcional concepto de negociar de buena fe y la exigencia de prestarle al GCAB más atención que al resto. Y ahora se insinúa que la opinión del Fondo podría ser clave en definir los niveles mínimos de aceptabilidad para dar por válida y terminada una negociación que va ganando en suspenso.
Por último, a favor de Truman debe remarcarse la siguiente casualidad: el 55 por ciento de quita que él sugirió como aceptable en el citado trabajo coincide exactamente con lo que el miércoles pasado contraofertó el GCAB en Nueva York. Hay gente que cree que las casualidades no son más que un invento de la literatura.

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