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Domingo, 20 de marzo de 2005

CONTADO

Ese viejo conocido

La sensación es que el Gobierno anunció el resultado del canje de deuda hace mucho más tiempo que dos semanas. Lo que pasa es que el alivio y los festejos por el éxito de la operación duraron lo que un suspiro porque fueron desplazados de inmediato por las preocupaciones derivadas de una agenda muy cargada de problemas por delante, pero en particular por uno: los precios. La rapidez con la que cambió el clima político fue en gran medida culpa de un torpe manejo por parte del Gobierno, que por querer curarse en salud pero a los ponchazos de un rebrote inflacionario agitó fantasmas desmedidos y provocó el efecto contrario al buscado. A tal punto, que el jefe de Gabinete Alberto Fernández tuvo que salir a frenar el susto exagerando para el otro lado: “La inflación no existe”, afirmó.
El saltito en los precios del primer trimestre del año obedece a una multiplicidad de factores entre los cuales no se observa ninguna conspiración para desestabilizar al Gobierno como la que algunos cerebros que revolotean fuentes oficiales quieren ver.
En primer lugar se ha intensificado un viejo y muy conocido mecanismo en la historia argentina, que es consecuencia de tener una economía con estructura exportadora que se superpone bastante a la canasta de consumo básico; el mecanismo consiste en el traslado a precios internos de las mejoras que se dan en los valores exportados ya sea por una apreciación del tipo de cambio, por un alza en las cotizaciones internacionales o por un mayor acceso externo de algún producto. Es lo que ha ocurrido en las últimas semanas con la carne y con los lácteos, por ejemplo, que en los últimos tres meses subieron en términos anualizados un 21 y un 17 por ciento respectivamente, es decir el doble de la banda inflacionaria que estaba prevista para todo el 2005.
Un mecanismo muy similar funcionó en el mercado de los combustibles, donde el shock provocado por el precio internacional del crudo que no cesa de romper records acabó por desbordar el dique de contención que significaba el acuerdo de precios entre las petroleras y el Gobierno, y doblegó la amortiguación que ejercían las retenciones a la exportación.
A eso se le suma la recomposición de precios de algunos no transables que habían quedado retrasados respecto a la inflación devaluatoria y ahora aprovechan un contexto de sostenida demanda, entre los que sobresalen los rubros reparación de viviendas (plomero, gasistas, etc.), restaurantes, clubes, cines y otros. Se agrega, además, el empuje salarial que el propio Gobierno alentó en una coyuntura propicia para recuperar terreno perdido.
La lista de activadores inflacionarios no se agota ahí, pero de ninguna manera alcanzan a justificar la percepción inflacionaria que se ha instalado en las últimas dos semanas. Mientras la política fiscal siga siendo superavitaria y por ende contractiva, y en la medida que la expansión monetaria se mantenga acorde a la capacidad de absorción de circulante, el peligro de un salto brusco es inexistente. Y nada indica que alguno de estos dos elementos vaya a cambiar sustancialmente.
Con diversos argumentos se le puede achacar al Gobierno el haber despertado temores exagerados con iniciativas contraproducentes y estilos inadecuados, como a juicio de muchos fue el haber convocado un boicot a la Shell. Y hasta se pueden hacer algunas preguntas suspicaces: ¿por qué no llamó también a boicotear a Esso, que imitó a Shell?; o, más llamativo aún, ¿por qué Kirchner no atacó a Repsol-YPF y a Petrobras que no aumentaron el precio en el surtidor pero encarecieron la materia prima que insumen las otras dos?
Quien no debería hacer ese tipo de objeciones porque no es su función ni tiene atribuciones es el Fondo Monetario, que sin embargo por boca de su director gerente Rodrigo de Rato salió a criticar el boicot y a reclamar “respeto” a la iniciativa privada.
Kirchner hizo bien en retrucarle y exigirle que no se inmiscuya donde no le corresponde. Lo que no debería es ser ingenuo y esperar que el FMI lehaga caso. La función teórica y estatutaria del Fondo, como un organismo destinado a asistir a países con dificultades financieras a cambio del cumplimiento de metas fiscales y monetarias y/o de la aplicación de reformas acotadas al ámbito de la macroeconomía, ha quedado hace mucho en meras palabras sin valor alguno, pisoteadas por una realidad completamente distinta.
En un documento Who runs the IFIs (Quién gobierna las instituciones financieras internacionales) que acaban de publicar dos economistas italianos –Ricardo Faini y Enzo Grilli– que ocuparon funciones ejecutivas en la institución, se concluye que lo que guía la toma de decisiones en el FMI y en el Banco Mundial son en primer lugar los intereses comerciales y de los bancos estadounidenses, seguido pero de lejos por similares intereses por parte de las grandes potencias europeas. Es una obviedad, pero conviene tenerla siempre presente.

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