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Domingo, 2 de abril de 2006

CONTADO › CONTADO

Viva el arte

 Por Marcelo Zlotogwiazda

A todos aquellos que temen y alertan sobre las supuestas desventajas e inconvenientes que generaría el creciente activismo del Gobierno en materia de regulaciones (caso carne, por ejemplo) e incluso reestatizando servicios públicos que estaban en manos privadas como el agua, les vendría bien meditar sobre el siguiente párrafo: “Muchas de las reformas introducidas en los años ’90 eran políticas (la dolarización y reglas fiscales, por citar dos casos) que tenían como objetivo reducir la discrecionalidad de los gobiernos. Pero esas políticas no demostraron ser soluciones sostenibles. La discrecionalidad de los gobiernos es algo necesario para una amplia gama de actividades esenciales para mantener el crecimiento, que van desde regular los servicios públicos y supervisar a los bancos hasta incluso proveer infraestructura y servicios sociales. Por esta razón, reducir el margen de discreción de los gobiernos no debe ser un principio que guíe las políticas de desarrollo nacional”. Eso escribieron tres economistas del Banco Mundial llamados Roberto Zagha, Gobind Nankani e Indermit Gill en un trabajo titulado “Repensando el crecimiento”, que acaba de aparecer publicado en una revista trimestral del Fondo Monetario Internacional denominada Finanzas y Desarrollo. Todos los papers de esa revista están dedicados a esa temática y es notable y auspicioso observar cierto grado de autocrítica y de apertura mental sobre cómo afrontar los desafíos del crecimiento.

Respecto de la autocrítica, en el mencionado documento se dice también que “en los años ’80 y ’90 muchos economistas tenían la idea simplista de que el crecimiento era cuestión de aplicar políticas correctas. Políticas correctas significaba reducir el déficit fiscal, abrir la economía a los flujos de comercio y al capital financiero, y otorgar un creciente rol al mercado en la asignación de los recursos. Y esas políticas se aplicaban como una receta tanto en Uganda como en la Argentina como en Ucrania, sin importar la historia, la política económica o el tipo de instituciones de cada país”. Los autores abogan por un reconocimiento de la complejidad y especificidad del tema, y descalifican lo que fueron las fórmulas y recetas de tipo universal.

En el mismo sentido se pronuncia Lant Pritchett, otro economista del Banco Mundial que en el mismo número de la revista del FMI publicó un trabajo titulado “La búsqueda continúa”. Señala que “más que una sola teoría sobre el crecimiento, hay que entender que existe una colección de teorías, aplicables a distintos países y a distintos estadios de desarrollo económico”. Agrega que “lo relevante son las circunstancias particulares”.

Es sintomático que ambos escritos coincidan en aconsejar abordar las estrategias de crecimiento como un arte, tanto o más que como una ciencia, es decir como algo flexible y adaptado a cada caso antes que como una verdad revelada, uniforme e indiscutible. Dicen Zagha, Nankani y Gill: “Hay que experimentar en base a prueba y error. El proceso es más un arte que una ciencia”. Dice Pritchett: “Las políticas y recomendaciones necesitan ser diseñadas para las circunstancias y potencialidades de cada país, y deben ser específicas para cada nivel de desarrollo. Eso significa que en la elaboración de políticas hay tanto de arte como de ciencia”.

La meditación también es recomendable para los popes del kirchnerismo. Sólo el tiempo y los resultados dirán si la drástica decisión de suspender la exportación de carne fue una obra maestra de colección o un brochazo desprolijo que dejará sobre la tela una mancha difícil de borrar. Y sobre la reestatización del agua cabe preguntarse si confiar para semejante tarea en gente con los antecedentes del sindicalista José Luis Lingeri o del designado titular de la flamante Aguas y Saneamiento Argentino (AySA), Carlos Humberto Ben (ambos corresponsables de todo lo malo que se le achaca a Aguas Argentinas, el primero como miembro del directorio y Ben como el número dos en la línea ejecutiva a la orden de los franceses), es una pincelada política inevitable o un mamarracho ante el cual pronto se darán vuelta arrepentidos para no mirar.

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