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Viernes, 18 de noviembre de 2005

TEATRO › ENTREVISTA CON EL DIRECTOR PACO GIMENEZ, FUNDADOR DE LA COCHERA

“No soy ni quiero ser profesional”

El grupo que fundó en Córdoba, La Cochera, ya cumple veinte años de trabajo ininterrumpido, formando actores y estrenando producciones. Giménez es a esta altura un personaje mítico no sólo del teatro cordobés sino de la escena nacional.

Por Cecilia Hopkins
Desde Cordoba


“No soy un profesional del teatro y no me propongo serlo”, sigue declarando el director Paco Giménez, a 20 años de haber fundado en Córdoba el grupo La Cochera. Tal vez porque su fama sigue creciendo al mismo ritmo que se mitifican sus espectáculos del pasado, Paco no quiere evaluar cambios en su forma de concebir el teatro: un acto caótico, desmesurado, irreverente y con aires de performance. El director aún mantiene activos a los tres grupos de actores de entre 70 y 30 años (todos formados en sus talleres) con los cuales lleva estrenadas más de 30 producciones, además de capitanear al grupo porteño La Noche en Vela. Cuando La Cochera (en un principio establecida en un galpón para guardar autos, de ahí su nombre) cumplió 15 años, para los festejos llegaron de México las iconoclastas Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe, con quienes el director trabajó a comienzos de los ’80. Esta vez, al cumpleaños número veinte del grupo lo vienen preparando desde el verano en función de una propuesta compleja: durante todo noviembre se está ofreciendo en la sede del grupo una serie de espectáculos concebidos por realizadores de otras generaciones pero, en todos los casos, interpretados por los actores de La Cochera, incluyendo al mismo Paco. Los directores son todos cordobeses (Sergio Osses, Cipriano Argüello Pitt, Soledad González, Renata Gatica Marcelo Massa y Gonzalo Marull), salvo José María Muscari (ver recuadro).
Cordobés nacido en Cruz del Eje, Giménez está por cumplir 54 años. Según recuerda, su primera actuación fue a los 7, cuando imitaba el avance de una novia hacia el altar cantando el Ave María, como había visto hacer en la iglesia de su pueblo. Sin embargo, por entonces estaba todavía muy lejos de iniciarse formalmente en el teatro: una tía suya, aprovechando su voz afinada y su desenvoltura, lo instó a que cante en bailes de carnaval y otros eventos, como la coronación de la Reina del Olivo. Después del secundario, Paco entró en la universidad y se licenció en actuación. A pesar de que en ese tiempo “había más asambleas que clases”, el director obtuvo allí experiencias que lo marcarían para siempre: a su maestra María Escudero le debe sus comienzos en la modalidad de la creación colectiva. “Nunca me sentí politizado, pero sí me crucé con gente que lo era. A mí nunca me gustaron ni el hippismo ni las canciones de protesta”, recuerda hoy. Aquella era la época del Cordobazo, y La Chispa, un grupo de teatro muy comprometido políticamente, lo convocó para que dirigiera sus obras. “Sin tener ningún pensamiento ideológico definido, me vi planeando puestas para apoyar huelgas obreras o para celebrar la lucha de la resistencia en contra de las dictaduras latinoamericanas”, recuerda perplejo. Luego de seguir a ese grupo en su exilio mexicano, Paco volvió a Córdoba en el ’83 y con asombro comprobó que su fama se había acrecentado en su ausencia. Allí comienza la historia de La Cochera.
–En los ’60, ¿no sintió la presión de la época respecto de la necesidad de estar politizado?
–En ese momento no se podía no tener una postura o no jugarse por alguna idea social. Sin embargo, yo había vivido dibujando retratos y cantando, haciendo fonomímica y no tenía idea de nada. Empecé cantando canciones de la Nueva Ola, pasé por el furor del folklore, las baladas románticas y la bossa nova. Pero con el cambio de voz quedé un tiempo inactivo. Con tantos elogios, yo crecí con la idea de ser una figura. Imaginaba nombres artísticos, había decidido llamarme Dany Studebaker si me descubrían para ser actor de cine. Pero después del secundario pensé en hacer teatro. Cuando egresé, en 1969, La Chispa me llamó para hacerles la coordinación artística.
–¿Qué pensaba de aquel teatro militante?
–Para mí, que sólo conocía lo que veía en el cine o la televisión, era muy raro. Pero en lo artístico nunca fui modesto y sé que fui muy buscado en ese momento, tal vez porque no sabían cómo salir de lo elemental. Así empecé a dar ideas a ese mundo y sin pensar me fui contagiando. Con el grupo, después nos fuimos a México y, una vez disuelto, hice cabaret con Jesusa y Liliana en el bar El Fracaso. Después decidí volver y ahí surgió La Cochera.
–¿Por qué se resiste a definirse como un profesional del teatro?
–Entiendo que profesionalizar implica planificar, seleccionar, acotar. Y a mí me cuesta ceñirme a un tiempo, a una forma precisa. Y me ha dado tanto resultado trabajar desde la pura ocurrencia que no creo que cambie más. Como actor, tampoco tengo el fervor por la actuación: me cuesta estudiarme la letra y no tomarme las cosas a la chacota.
–¿Cree que a partir de esta experiencia puede abrirse una nueva etapa para La Cochera?
–Sí, a lo mejor es el comienzo de otra modalidad de trabajo. Muchas cosas me pasaron así, porque no sé decir que no a nada. Si estrené tantos espectáculos, en realidad, fue porque mis alumnos me insistieron para que los hiciéramos. Yo estimulo y provoco tanto a los actores que después quieren consumar algo. Acepté ser director cuando en realidad quería ser otra cosa, así que también ahora aceptaré lo que venga.
–¿Cómo llegó a tener un grupo en Buenos Aires?
–Había comenzado un taller en el Rojas porque tenía una deuda que pagar. Pero después tuve tantos alumnos que se formó el grupo La Noche en Vela y, para mantenerlo, viajaba durante un tiempo todos los meses. Buenos Aires pone a prueba la identidad del actor constantemente. No se puede mantener la serenidad, como acá en Córdoba, aunque lo que cuesta aquí es tener perspectivas de progreso. Pero el ir y venir, los cruces, ponen a prueba desde el carácter hasta las costumbres. Y eso hace posible la renovación.

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Giménez sigue concibiendo el teatro como un acto desmesurado.
 
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