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Martes, 31 de marzo de 2009

TEATRO › RUBENS CORREA Y UNA MAñANA SIN SOL, DE HéCTOR OLIBONI

“Estos son seres descolocados”

El titular del Teatro Cervantes vuelve a la dirección con una obra que retrata a dos militantes de los ’70 que perdieron el rumbo frente al aluvión neoliberal de los ’90: “Siempre ocupados del futuro, no supieron querer ni quererse”.

 Por Cecilia Hopkins

El encuentro entre la actriz y su director sucede durante una madrugada, en un teatro independiente. El insiste en realizar una puesta de La señorita Julia, de Strindberg, en gran medida para ayudarla a ella a abandonar la depresión y el alcohol. Hay una historia de amor trunca entre ambos y muchos recuerdos compartidos. Una mañana sin sol, de Héctor Oliboni, plantea un encuentro entre dos personas que han perdido la esperanza. Representada en Perú, México y Cuba, esta pieza recibió una mención de honor en el concurso Atahualpa del Cioppo, organizado por la Municipalidad de Montevideo y el Teatro El Galpón para celebrar los 50 años de la fundación del Teatro. Estrenada en Buenos Aires sólo en la modalidad del semimontado, la obra acaba de subir a escena en el Teatro del Pueblo (Av. Roque Sáenz Peña 943) bajo la dirección de Rubens Correa.

“Son seres tiernos, solidarios, tímidos, débiles, tenaces”, opina el director en la entrevista con Página/12, al caracterizar a unos personajes que aluden a la militancia en los ’70, que “siempre tuvieron grandes objetivos y esperanzas, pero que se quemaron en el altar de las grandes ilusiones”. Y continúa: “Cuando las ilusiones cayeron, quedaron descolocados con los cambios que trajo la invasión del pragmatismo triunfal: mal preparados para la lucha individual, no encontraron dónde ponerse y quedaron sin lugar”. Andrea Juliá y Luis Campos interpretan a estos personajes que no aciertan a inaugurar una nueva etapa en sus vidas, porque no se animan a realizar lo que no pudieron llevar a cabo ni a dejar atrás lo que no pudo ser: “Siempre ocupados del futuro, no pudieron conocer sus verdaderos sentimientos. No supieron querer ni quererse”, resume Correa, desde hace dos años director del teatro Cervantes. Sin dudar, afirma que aceptó la dirección de esta obra porque sólo eran dos personajes: “Es más fácil ponerse de acuerdo para ensayar, y como el riesgo del Cervantes es que me absorba totalmente, encontré en este proyecto una posibilidad de fuga”, se ríe.

–Una mañana sin sol es una obra que presenta, más que un conflicto, un clima de insatisfacción...

–Sí, es una obra íntima y chiquita, pero no lo digo en forma despectiva. Me atrajo porque trata de personajes que conozco bien, de los que hablé más de una vez. Pertenecen a una generación más joven que la mía, aunque yo estaba entre los mayores de aquella gente convencida de que había que luchar por un mundo más justo. Me gusta esa manera que tuvieron de ver el mundo, con tanta generosidad social y política. La obra toma a esos personajes y parece preguntar acerca de lo que les pasó a ellos en la vida.

–¿Será que fueron generosos pero no con ellos mismos?

–Sí, porque dieron mucho para afuera, pero no llegaron a conocerse demasiado a sí mismos, ni tampoco se respetaron como debieron. Tuvieron muchas corazas, no fueron felices. En algún lugar parecen dos payasos trágicos que se equivocan una y otra vez en el mismo lugar. Estos personajes son gente de teatro y eso es lo que los acerca a mi experiencia, pero en realidad podrían ser cualquier otra cosa.

–¿Son dos arrepentidos?

–No hay arrepentimiento de su parte por lo que hicieron. Es interesante que el autor ubica la obra en los ’90, cuando sucede el auge del neoliberalismo económico. Gran parte de la sociedad tomó esa ideología, pero estos personajes se quedaron al margen de todo. En esos años cerraron muchas salas, fue un momento muy duro para el teatro independiente. A estos dos seres les fue muy difícil adaptarse a ese mundo pragmático del sálvese quien pueda. A esa forma de ver las cosas que parece decir que si sos el segundo, ya sos un perdedor. Así que no encontraron un lugar donde ubicarse. Es por eso que en el teatro tienen una escenografía que no es de ellos y que deben desarmar.

–¿Y cómo es la escenografía que sí les corresponde?

–Pensé que debía haber espejos, por la necesidad que los personajes tienen de reconocerse. También quise que la realidad de ellos se viese reflejada parcialmente. La escenografía de Carlos Di Pasquo incorporó esta idea.

–¿Por qué habrá elegido el autor mencionar la obra de Strindberg?

–Hay un momento de La señorita Julia en la que ella coquetea y recibe sólo el rechazo del otro. Tanto en Strindberg como aquí es por motivos ideológicos.

–¿El director rechaza a su actriz por motivos éticos?

–Claro. El tema de la ética es muy difícil porque es muy personal. Yo estoy de acuerdo con esa generación y la reivindico. Me parece gente de una generosidad muy grande. Pero hay un punto extraño, porque estos personajes saben querer a la humanidad, pero no saben querer a otros. Walter, el director, es consecuente hasta el final, y la acompaña a ella a morir. Son muy desgraciados y, a la vez, muy románticos.

–¿Se trata de un romanticismo militante?

–Los románticos también se sentían rechazados por el mundo en que vivían. Traían los ideales de la Revolución Francesa, pero estaba el Imperio, así que la salida parecía situada alrededor de la muerte.

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“Como el riesgo del Cervantes es que me absorba, encontré en este proyecto una posibilidad de fuga.”
Imagen: Gustavo Mujica
 
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